Raúl Mendoza Cánepa

Semblanza de un maestro

Una faceta poco conocida de Enrique Bernales

Semblanza de un maestro
Raúl Mendoza Cánepa
26 de noviembre del 2018

 

Enrique Bernales partió, pero deja como herencia lo que quiso: discípulos de diversas disciplinas formados con constancia en el Senado, en la Comisión Andina de Juristas (CAJ) y en la universidad. En lo particular, me tocó trabajar directamente a su lado en la CAJ durante trece años, que fueron de amistad y de docencia del día a día. Recuerdo aquel primer acercamiento, cuando yo el “nuevo” y él el director Académico que le encargó a este nervioso y novel aspirante un discurso (en Bolivia) sobre los tribunales constitucionales en América Latina. El entusiasmo a su regreso por ese desconocido joven que organizó su exposición me sugirió que lo suyo era alentar, porque el aliento es la clave del perfeccionamiento y de la autoconfianza. Y lo logró. Para el maestro, el discípulo no debía cuadricularse en una sola disciplina, por lo que el derecho y la política debían tomar siempre “algo” de la historia, la filosofía, la antropología y todo aquello que sirviera para entender el mundo con amplitud. Su espíritu universitario (ambición cósmica de conocimiento, según Sánchez) lo llevaba a alejarnos de la especialización pura. Alguna vez me pidió una larga lista de películas que trataran sobre la política. No era un pedido arbitrario, sabía lo que hacía. En realidad muchos de aquellos filmes terminaron llenando mis ojos y alentando mi vocación.

No tuve reparos en manifestarle desde un inicio mis ideas liberales (y hasta hayekianas), mi forma de “ver la economía y la vida individual”, porque Bernales (que venía del PSR) era antes que todo un hombre de mundo, abierto a las corrientes y las discrepancias doctrinarias, sin abrirse a las lejanías. En alguna oportunidad le pregunté cómo se definía políticamente, pero no creía en las etiquetas, sino en el buen uso de la razón. Por eso hoy me resuena aquella frase y me resuena más en esta hora oscura: “Lo más importante es la coherencia en la vida pública y en la vida privada, en ambas elige siempre la honestidad”. En otro momento se refería a la necesidad de ser dúctil para formarse, de no cerrar los oídos a los que otros nos tienen que decir.

“En el derecho siempre debe regir primero la interpretación sistemática de la Constitución”, me decía con frecuencia, sugiriendo luego que hasta en la vida los fenómenos ocurren dentro de un contexto. Nada es aislado o casual para el maestro, por eso le incomodaba el pensamiento erróneo o las interpretaciones antojadizas o aisladas de los artículos de la Constitución. De paso señalaba que “las cosas hay que decirlas sin miedo”. Lo recuerdo sentado en su escritorio explicándome sobre la “mutación constitucional” o sobre las bondades y deficiencias de la Ley de Partidos, que fue mi tesis. En algunas ocasiones, y cuando algún periodista llegaba para que aclarara el panorama nacional, me llamaba a su oficina para que me sentara, escuchara y tomara nota de la sustancia de la entrevista. Si una maestría larga y fecunda le debo a alguien, es precisamente a él.

Corregía con bonhomía, más risueño que severo, pero cuando el ruido o el error flagrante entorpecía la fluidez de un trabajo, acusaba con rigor el error, porque nada debía sobrar en un texto y nada debía ser interpretado a la ligera. No le molestaba la diferencia ideológica, pero sí que “las cosas no se escribieran o dijeran con inteligencia”. Las ligerezas no iban con él porque ser maestro es una responsabilidad que él entendía como “una siembra”. Muchos de los jóvenes que fueron formados o promovidos por él destacaron luego en la política, el derecho, el periodismo, la gestión pública e, incluso, el arte lírico… Y seguirán rutilando con la esencia de su formación.

A veces le sugeríamos volver a la política, pero callaba, recordándonos sabrosas anécdotas con Luis Alberto Sánchez. Era una manera de evadir una respuesta cuya orientación luego se nos hacía clara. Alguna vez le pregunté sobre la actividad que más le hacía feliz y no dudó en responder que la enseñanza universitaria. Ni el Senado relumbraba más que un salón de clases, ni el escaño valía más que una carpeta.

Así fue el noble y sabio magisterio de Enrique Bernales.

 

Raúl Mendoza Cánepa
26 de noviembre del 2018

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