Hugo Neira

Segunda vuelta: ¡Bienvenidos al ayer!

Seis conjeturas sobre el momento político

Segunda vuelta: ¡Bienvenidos al ayer!
Hugo Neira
23 de mayo del 2021


Se acerca la fecha de que hablen las urnas en la incompleta república peruana, a pesar de un clima de discordia y vaguedad sin límites. Y se supone que hay uno o varios partidos que legítimamente aspiran a llegar al Caserón de Gobierno que queda en la Plaza de Armas de Lima. No me parece que es así. Para comenzar, acepte usted amable lector, que somos un caso particular.
La década de la antipolítica, en el 2000, de Carlos Iván Degregori, se ha extendido hasta nuestros días. El odio. Desde entonces, no se debate ni se compite, se aplasta. No hay política y el país crece pero no evoluciona. Pero hay que recordar que, antes de la pandemia, la población peruana estaba adiestrada a progresar aunque sin prisa, pero ahora, hay un corte. Para cualquiera, una mañana nos espera el Covid. Si no pensamos en eso, el que no se distrae es el inconsciente. Y sin embargo, vacunados o no, la escena es una lucha feroz por quien agarra el poder (agarrar es un peruanismo, no debe usarse —no tenemos garras—, pero esta vez sí las tenemos). Cuando haya concluido esa peste, quien haga en el futuro la historia de estos años rabiosos y fúnebres no podrá eludir la palabra «locura». No hablo de los casos individuales sino de los rebaños que dejaron subir al poder a los más aprovechadores. Sin embargo, el concepto de «arribista» existía en el vocabulario del educado y también del lumpen. Pero igual, el Perú tiene también, como otras sociedades, el recurso a la desmemoria. Y luego «yo voté pero no tengo la culpa».

Con cordialidad pero sin efusión, mi primera conjetura. Lo que nos está pasando, no es novedad. Es del pasado, por algo el intitulado de este modesto artículo, «el ayer». Hay una definición de Jorge Basadre, en el Perú de los años 70, que resulta justa como un anillo al dedo. Lo que nos proponen en la segunda vuelta electoral, puede no ser solo marxismo-leninismo (eso es una banderola para decir que somos «radicales extremos», acaso buena parte de la clientela lo espera) sino lo que llama sultanismo. Fue su último texto, acaso un testamento. ¿Sorprende el concepto? Entonces, el buen maestro don Jorge nos lo explica: «sistema estatal que carece de contenido racional y desarrolla en extremo la esfera del arbitrio libre y de la gracia del jefe» (p. 37). El concepto, nos dice nuestro historiador que viene de Max Weber. El alemán lo encuentra en el curso de la historia «de señores con vínculos de fidelidad». Y Basadre lo encuentra «en el viejo fenómeno del caudillaje». Además Basadre considera que en los peruanos ha habido un «sector culto, que se inspira en las ideas de la tradición occidental», pero también un grupo, que por «primitivismo sicológico o por conveniencia inmediata, se acopla al sultanismo y a veces trata de injertarlo en la democracia formal» (p. 38). ¿Qué país es este en que los muertos saben más que políticos, periodistas, sociólogos y psicoanalistas? 

Segunda conjetura. Me dirán que hay izquierdas. Yo no las veo. En los años 70, el más moderado partido de izquierda, el Movimiento Social Progresista fundado por el filósofo Augusto Salazar Bondy tenía locales por todo el país. Y hoy pregunto: ¿dónde están los locales de Perú Libre? Las leyes precisaban de que concurriera un número reducido de electores. Vaya facilidades. Se entiende por qué hay tantos partidos, y que no duran más allá de un ciclo. ¿Dónde está el partido Perú Posible de Alejandro Toledo? ¿Dónde el Partido Nacionalista de Ollanta Humala? ¿Dónde los que se opusieron a la revocación de Susana Villarán de su cargo de alcaldesa? ¿Qué hay entonces, ahora? Lo que es la dinámica partidaria son bandos, facciones, por lo general sin ideas ni proyectos, con sus propios circuitos de lealtades. 

Digo esto porque la vida, y acaso el cielo, me ha permitido tener una larga vida y he visto en el Perú hasta 1990, las izquierdas peruanas. Lo que hoy pretenden ser, esa mentalidad y calidad no tiene nada que ver con los que ahora fingen serlo. De izquierda era Hugo Blanco que dirigía las tomas de tierras en la Convención y Lares, que le valieron años de cárcel. De izquierda era Moncloa, Carlos Malpica, Ricardo Letts Colmenares, aunque en partidos diferentes y a la vez con la misma intención. Entre ellos, Alfonso Barrantes Lingán. De tener mejor salud, habría llegado al sillón presidencial. Y Diez Canseco que fue diputado. Tengo en mis manos los nombres de líderes y dirigentes pero si los pongo aquí, ocuparían por lo menos diez páginas. Estaba Pablo Macera y Héctor Cornejo. No olvidaremos a Manuel Dammert. Genaro Ledesma y Manuel Scorza. Sí, el poeta y el novelista.

El Perú era izquierdista. Incluso, en la lista de los mejores poetas, Francisco Bendezú, Alberto Hidalgo, Arturo Corcuera, Gonzalo Rose, Alejandro Romualdo Valle, Gustavo Valcárcel, César Calvo. Héctor Béjar. Eleodoro Vargas Vicuña. Y hubo sus mártires voluntarios, Luis de la Puente Uceda, exaprista, que se lanza a una guerrilla en Mesa Pelada, y Guillermo Lobatón, como Javier Heraud. Y hubo el Ejército de Liberación Nacional de Javier Heraud. Y el «chino Chang» que fue a visitar al Che Guevara, justo cuando lo rodeaban, y muere junto el Che.

Tercera conjetura, de nuevo una idea de Jorge Basadre: «Perú, país de las oportunidades perdidas». En efecto, se muere Barrantes. Aplaude la mayoría el fin del gobierno de Velasco, y lo reemplaza Morales Bermúdez. Haya de la Torre ha muerto. Emerge el joven Alan García. Justo en el momento que se inician las acciones terroristas de Sendero Luminoso. Y nada más que eso, pone a los partidos de izquierda que esperaban llegar a Palacio por las urnas. Lo peor, un dilema. Si lo rechazaban, iban en contra de sus principios revolucionarios. Si lo seguían, perdían su estatus de partido, Abimael sería su jefe. Fueron los intelectuales los que tuvieron el coraje de disentir. Por ejemplo, Iván Degregori, su Qué difícil es ser Dios, es lo mejor que se ha dicho y escrito. Si hubiese triunfado, era un sultán en el poder. No olvide el lector que SL tiene como base del partido la creencia de Abimael Guzmán que el comunismo —no el local sino universal— estaba en riesgo. Muerto Mao, y no estando en este mundo ni Stalin, ni Lenin ni Marx, el puesto estaba listo para la cuarta o quinta espada. La guerra que arranca en Ayacucho era para reemplazar la China posmaoísta. ¡Y le creyeron! No era nada lógico sino desvarío, pasión, delirio, fanatismo, furor. No soy el único que no reduce Sendero Luminoso a un partido militarizado, hay otros causales: esa cultura peruana que cree en magias y creencias. Les invito a leer a Moisés Lemlij, psicoanalista, y Luis Millones, antropólogo, en su libro Guerra y fe en los Andes (2009). 

Cuarta conjetura, el desinterés por la política proviene de los fracasos de casi todos los presidentes. Es cierto en gran parte que la crisis de los partidos peruanos cubre desde el 2001 hasta estos días, en el 2021. Pero, levanto la mano y pido la palabra. En un trabajo de Osmar Gonzales, se recoge una información estadística de Nicolás Lynch. Desde los años ochenta, hubo una crisis partidaria en la América Latina. Pero el Perú es el caso extremo. «Tomando como base las elecciones presidenciales, Lynch constata que mientras en 1980 la votación por los partidos representó el 96,9%, en 1990 era el 63%. Y en 1995 las cifras bajaron drásticamente hasta representar sólo el 8%». Amable lector, está claro que Toledo no resultó el cholo chambero que se esperaba sino un diletante, y que Ollanta no era por militar un cachaco de izquierda sino que firma la hoja de ruta y adiós las grandes reformas. Es claro, esta crisis viene de lejos, de raíces que nos da flojera investigar, por eso lo de rapidito nomás. El Perú no ha logrado tener una sociedad moderna, culta, con comportamientos republicanos. Ni la nación está construida, y cada vez más, nos fraccionamos. Vivimos entre burbujas. 

Quinta conjetura, algo que nos incluye a todos. «La vida social en el Perú está constituida en gran medida por el arte de enfatizar, en la práctica, las diferencias». Blanquiñosos o cholos, ricos y pobres, decentes y vulgares, elegantes o huachafos, honestos o corruptos, trabajadores u ociosos, de alcurnia o arribistas, los peruanos nos pasamos estableciendo permanentemente las diferencias entre «nosotros» y «los demás». De ahí la escasez de confianza. Te pones a hablar mal de un poderoso con un amigo, y a las horas apareces en YouTube o redes. Y te jodieron. Y si no hay partidos como los tradicionales, con espíritu de corporación, ¿cómo funciona la economía y la política?

Mediante algo que se llama argollas. No son el poder pero sí su dinámica. Además de la jerarquía, en tiempo de democracia o dictadura, las argollas —no es una cita mía sino de Dwight Ordoñez y Lorenzo Sousa— son «un grupo interactivo de individuos, deliberadamente establecido, independiente de una estructura organizacional formal». No sería un problema pero lo es porque existen «para garantizar a sus miembros y personas allegadas el control de una esfera de actividades... y por cierto, sus privilegios y beneficios» (El capital ausente, tomo II, p. 238). Desde mi punto de vista, es el sumario de los efectos del sistema de vida y trabajo en el Perú. Como el lector apreciará, no estamos hablando de economía sino de comportamientos. No son ilegales, sino modalidades viciosas. Nos viene del ayer colonial, con algo del sistema inca, donde para gobernar había que nacer en el clan cusqueño. A propósito, nuestros historiadores callan ciertos hechos como que los indios, sobre todo en el norte, vieron a los conquistadores, se pasaron al bando de los invasores para dejar de ser dominados por los incas. El silencio o la hipocresía, habita en la historia oficial. Un ejemplo: ¿por qué el periodo 1895-1919 lo llaman «República Aristocrática»? Ya no había ni condes ni duques, todo con tal de no decir Timocracia o Plutocracia. 

Sexta conjetura, el abuso del poder será permanente hasta que la sociedad deje de ser poscolonialista. Las argollas, como se comprende, echan a la basura lo que se llama la meritocracia. ¿Adónde te lleva el sistema de la argolla? Pues al flujo de las relaciones. O sea la vida mundana para abrirte paso, para triunfar tienes que prender una vela, «quemar el santo ni tan lejos que no te alumbre» (El capital ausente). Entonces, la política consiste en el arte de impedir. Pero suave camay, la obstrucción pasiva. Al poder no se le discute, se le tumba. ¿Por qué no funcionan con energía las instituciones en el Perú? Porque no son luchas de clase el neoliberalismo y el consumismo, rompen el tejido social. No es tampoco partidos, sobreviven dos o uno. Lo que hay es millares de pequeñas y continuas «guerras fratricidas» entre argollas. Y eso es una costumbre civil.

Hoy la sociedad carbura en torno al dinero. En el ayer, Perú éramos mucho más pobres, se nacía pobre y se moría pobre, en cambio, éramos más cultos. Es cierto los efectos de la pandemia, tiendas y restaurantes que se cierran, gente que pierde su chamba y se queda sin nada. Cierto, ¿pero saben que desde 1990, de unos miserables ingresos por persona de entre 4000 y 6000, la economía abierta los ha hecho pasar a 16000 soles en el 2017? ¿Por qué entonces la protesta actual? No es el ingreso. Es que son marginados. La separación geológica en lugares o provincias donde no se tiene una infraestructura moderna de ferrocarriles, aeropuertos, no llega la bonanza. No por azar, el candidato presidencial emerge del campesinado. Pero su partido ya ha dicho que se quedará en el poder. Quieren no solo el poder sino la presidencia vitalicia. No han libertado cinco repúblicas como Bolívar, o como Fidel Castro, venciendo el ejército de un dictador. Apenas un accidente, ¡la pandemia! Y el idiota sistema que en 20 años no hizo las grandes reformas.

Hugo Neira
23 de mayo del 2021

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