Hugo Neira

Santiago, testigo de vista

El momento de dejar de lado las fórmulas establecidas

Santiago, testigo de vista
Hugo Neira
27 de octubre del 2019


Estuvimos en Santiago de Chile, por azar. Por un par de días y recoger unos libros que necesitamos. Pero mientras volábamos, ya había comenzado lo que los chilenos han llamado «el estallido social». Y al llegar, justo en esa madrugada, ya se había declarado el toque de queda. Las carreteras estaban vacías y la gente en su casa. No les digo cómo llegamos del aeropuerto a la ciudad. 

Nos dedicamos a ver qué pasaba. Lo que vimos fue muy heterogéneo, con fases y actos diversos. Y si escribo esta nota es porque me parece corto e incompleto tanto lo que se ha dicho en los diarios como en la televisión limeña. Como siempre los estereotipos, y el reduccionismo. Existe la complejidad pero por lo visto, los comunicadores no han escuchado jamás ese vocablo.

Lo que hicimos fue salir a la calle, a ver qué pasaba. En efecto, gente desfilando por la avenida Irarrázaval. Pero en las banderolas y pancartas, no había otra cosa que la protesta contra el presidente Piñera. Esas marchas eran de gente que apenas llenaba una calle (que días después, llegaron a ser la enorme masa de un millón de personas en la calle, y pacíficamente). Vimos, más lejos, algo asombroso. En Ñuñoa, un distrito algo como Barranco o acaso Miraflores, una zona de clases medias, encontramos gente que se reunía en las plazas y los jardines para bailar y festejar. ¿Qué celebraban? La sanción popular que recibía el Gobierno. Era el cacerolazo. O sea, gente que llevaba una cacerola o un sartén —poco importa-, un tam tam de centenares de personas. No había discursos. La muchedumbre reunida, era una epifanía, una diversión, la gente de pronto saltaba como en los estadios de fútbol. Regocijo, festejo. 

¿Qué había pasado? Había un malestar desde hacía años, pero con Piñera la cosa se había puesto peor. Les habían aumentado la tarifa del agua, la electricidad, los servicios, y por último, el precio del transporte por el metro, y eso fue la gota que rebalsa el vaso. Recordé entonces cómo, en ciertos casos, un avión pierde el control. A veces es falla mecánica, y otras veces, el factor humano. O sea, el error del piloto. Piñera se ha equivocado. Ha impuesto gastos excesivos. Ha pedido públicamente perdón, pero era tarde. En las calles le reprochan haber hecho maniobras financieras para evadir sus impuestos. El horror, ha perdido su popularidad. Y acaso, su legitimidad. Manías de hombres de negocios…

Pero no quiero ofender a la verdad. Mientras el ciudadano corriente festejaba en la calle, otras cosas habían ocurrido en Santiago de Chile. No con multitudes, con encapuchados. Nadie sabe quiénes son ni de dónde vinieron. Pero se ha destruido o saqueado supermercados, tipo Wong o Metro, ¿saben cuántos? Unos 160, al menos, ese era el número cuando estuvimos en Santiago. Así se rompía la cadena de abastecimiento. Y eso no es todo. Santiago tiene uno de las mejores redes de metropolitano de América Latina. Por abajo, por favor, no por encimita como nos pasa en Lima. Pues bien se habían quemado unas 71 estaciones, incluyendo en algunos casos, trenes y cuanto hay. Cuando nos fuimos, trabajaban como locos para recuperar las líneas y la paz. 

El amable lector tiene que entender que unas y otras cosas, no son las mismas. Lo del vandalismo en las estaciones de metro y en donde se compra alimentos, se ha hecho en poquísimo tiempo, y a la misma hora¡! La eficacia y la brevedad, revela que eso no es obra del caos y la improvisación de una multitud. Es algo preciso y preparado. Se entiende entonces lo que ha dicho Piñera en los medios. «Estamos en guerra». 

Insisto, algo heterogéneo. Primero las marchas. Luego plantones para aplaudir la protesta. Y un tercer actor, los encapuchados y el vandalismo. 

Una hipótesis. Se ha atacado a Chile porque es el modelo neoliberal que establece el Departamento de Estado de los Estados Unidos, tras el golpe de Estado de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973. La democracia se restablece el 11 de marzo de 1990. Pero el modelo de los Chicago Boys y Milton Friedman, ha permanecido con gobiernos autoritarios o democráticos. 

Otra hipótesis. El régimen dictatorial no reina en Chile pero sí la dictadura del todo mercado y lo mínimo de Estado. Reflexionemos. No nos va a provocar un derrame cerebral. Chile tiene un ingreso per cápita de 15 mil dólares (nosotros, 6 mil). No hay extrema pobreza, que en Perú todavía tenemos. Y su pobreza es de un 8%. Su economía ha crecido, pero ahondando las diferencias sociales. ¿De qué se quejan? No solo de los impuestos abusivos de Piñera sino del costo de la educación y la salud. ¿Sabe el amable lector el precio que tiene un examen médico tipo escáner en una clínica de Santiago? Cuesta lo mismo que en los Estados Unidos. Pero un americano tiene un per cápita de 53 mil dólares¡! Y la educación, a un padre chileno, ante las carísimas universidades chilenas, paga lo que equivale a una universidad en Estados Unidos. 

Quieren un cambio. Voces de la calle: «No todo es negocio». «¿Por qué en Canadá, la salud y la educación es de calidad y gratuita?» «Queremos Estado». No lo dicen para que desaparezcan las empresas. Estado sólido y Mercado. Una combinación sensata. 

¿Qué he visto en Chile? Tres cosas. Cómo la sociedad civil le ha parado los machos a un Ejecutivo legal pero abusivo. La gente que desfilaba no se dice de izquierda o de derecha. Prefieren llamarse sencillamente «el pueblo». Las banderas que vi en las marchas eran solo las de Chile. 

En segundo lugar, destrucción masiva —quema de ferrocarriles y mercados— acaso obra de fuerzas externas. Se habla mucho de la Federación Internacional de Anarquistas. Se comienza a pensar que hay grandes potencias, esas que apoyan a Maduro, Rusia, Turquía, que miran como lobos este continente de ovejas que creen estar a salvo de los conflictos del planeta. En efecto, no estuvimos en ninguna guerra mundial, pero no vamos a escapar de la actual. Pobre continente, lleno de materias primas, de agua y territorios, pero muy dado a ser naïf. Es decir, ingenuos. 

En fin, la lección chilena. Ni izquierda ni derecha. ¡El pueblo! Y no todo es economía. No todo se explica con un logaritmo. No todo es cifra. Necesitamos políticos no hombres de negocios en el Gobierno. Piñera y PPK tiene algo en común. Hombres de fortuna. Pero dirigir un Estado tiene otra lógica, no la ganancia. ¿Estallido social? Más bien implosión. Como en un agujero negro. ¿Fin del neoliberalismo? Qué época. Ha fallado el socialismo. Y ahora, el capitalismo. Y eso necesita dejar de lado las fórmulas establecidas. Estamos en otro siglo. Con políticas que vienen de los ciudadanos, y no de arriba. La democracia ha tenido diversas modalidades. Los pueblos quieren participar. Así de sencillo y así de difícil. Algo enorme ha pasado.

Hugo Neira
27 de octubre del 2019

NOTICIAS RELACIONADAS >

Después de Mariátegui: la progresiva emergencia de la nación mestiza

Columnas

Después de Mariátegui: la progresiva emergencia de la nación mestiza

El presente texto forma parte de una investigación inédi...

15 de abril
La Independencia como revolución popular, incluyendo mujeres

Columnas

La Independencia como revolución popular, incluyendo mujeres

El doctor Rivera Oré tiene la amable costumbre de enviarme libr...

01 de abril
Micaela: de las blancas azucenas de Abancay a la libertad

Columnas

Micaela: de las blancas azucenas de Abancay a la libertad

Me ha pedido usted unas breves líneas para prologar su libro. A...

18 de marzo