Neptalí Carpio
Resiliencia personalísima y comunitaria
¿Cómo hemos reaccionado los peruanos frente a la pandemia?

El recordado Marco Aurelio Denegri decía que uno de los graves problemas del ser humano es no hacerse responsable de sus actos. Siempre buscamos pretextos, otras causas; nos gusta delegar nuestras competencias, pero nos cuesta asumir nuestra cuota de acción. Reclamamos la libertad individual para todo, pero no la ejercemos cuando está en nosotros la posibilidad de sobrevivir, triunfar y asumir deberes. Es este un lastre, sobre todo en las sociedades latinoamericanas. Y no hay resiliencia efectiva y menos comunitaria, si no existe la asunción franca de nuestros actos para superar simultáneamente los obstáculos que se presentan en la naturaleza, en la vida o en situaciones dramáticas como la que vivimos en estos días.
Por eso es absolutamente reduccionista, como algunos sectores pretenden, encubrir este comportamiento de diversos sectores sociales a una disyuntiva dicotómica, Gobierno versus sociedad, para hacer el balance actual, como pretendiendo estatizar las responsabilidades sociales e individuales. Las acciones del Gobierno son evidentes, en cuanto a sus aciertos, errores y limitaciones, pero es equivocado evaluar el balance del enfrentamiento solo con esa variable. Somos campeones en achacar cualquier responsabilidad al Estado y el Gobierno, pero ocupamos los últimos lugares en generar una responsabilidad social, individual y comunitaria, frente a los efectos de una crisis sanitaria, como la actual.
Este no es solo un problema peruano, sino de diversas naciones en el mundo, que ha sido puesto a flote de manera dramática con la actual crisis sanitaria. Algunos años después, cuando los historiadores y analistas realicen un balance y evalúen el comportamiento de las diferentes naciones frente a la actual pandemia, se podrá concluir que aquellas sociedades más disciplinadas, con estados mejor organizados y con una mejor capacidad de resiliencia, serán aquellas que tuvieron menores costos sociales y humanos. Sospecho que, por ahora, son diversos países –China, Corea, Japón, Singapur, entre otros países orientales– los que saldrán mejor parados, mientras varios países europeos y latinoamericanos llevarán sobre sus hombros los enormes costos de la indisciplina, informalidad y el individualismo. Países como Alemania y varias naciones escandinavas marcarán la nota distinta, a diferencia de Italia y algunos estados como New York, en Norteamérica, que ahora pagan los costos de pésimas decisiones gubernamentales y la irresponsabilidad de diversos estratos sociales.
El comportamiento de los peruanos frente a la pandemia es digno de un estudio de antropología social. Ahora que tanto hablamos de ingresar a una “nueva normalidad”, sería bueno evaluar qué tan responsables hemos sido los peruanos frente a nuestra naturaleza, en nuestro entorno social y, hasta con nuestro propio cuerpo. Me pregunto, ¿qué hubiera pasado si los pobladores de Loreto, Piura, La Libertad, Lambayeque y de diversos distritos y sectores de nuestra capital hubieran tenido un comportamiento más responsable y más disciplinado, desde el inicio de la inmovilidad social y el estado de emergencia? Es seguro que no tuviéramos el drama actual de cientos de muertes, contagiados y, de hecho, un fuerte estrés postraumático. Pero, casi nadie asume su responsabilidad. Esos pobladores se autoengañan cuando le echan la culpa de todo al Gobierno, al gobierno regional y municipal. Habría que investigar por qué en regiones como Cusco, Cajamarca, Moquegua y Tacn, el comportamiento fue diferente; y los efectos negativos de la pandemia, mucho menores. El tema da para estudiar qué tan resilientes son nuestras diferentes regiones frente a fenómenos críticos como el actual.
Observando el comportamiento de la población en estos 78 días de inmovilidad social podemos encontrar hasta tres tipos de ciudadanos. Destacan aquellos resilientes activos, aquellos que no solo se han quedado en respetar las normas dictadas por el Gobierno, sino que han tomado diversas iniciativas para contribuir en el combate al Covid-19. Quizá la figura más destacada haya sido la del vicario de Loreto, Miguel Fuertes, quien frente a la escasez del oxígeno en los hospitales de ese lugar encabezó una colecta masiva para lograr la instalación de una planta de producción de oxígeno, elemento central para salvar vidas.
A su manera, son de aplaudir las iniciativas para crear brigadas empíricas para desinfectar cuerpos, utilizando y adecuando sistemas eléctricos y mecánicos; los grupos de pobladores y comerciantes que se agruparon para limpiar calles y plazas; empresarios que llevaban alimentos a lugares pobres; la donación de la minera Buenaventura también para una planta de oxígeno para Loreto, artistas que en los balcones improvisaban conciertos para mitigar los efectos del encierro en los hogares, entre tantas iniciativas. Las universidades que se han volcado a fabricar ventiladores mecánicos y mascarillas; los intentos por hacer una vacuna a la peruana y, tantas otras iniciativas. Son actitudes propias de una ciudadanía e institucionalidad resiliente activa, aquella que no espera que todo venga del gobierno. Esos sectores pueden señalar críticas a la gestión del presidente Vizcarra, pero no se quedan en ella.
El otro estamento, quizá mayoritario, es aquel que podríamos llamar de ciudadanía pasiva. Son aquellos pobladores que acatan la inmovilidad social, pero no destacan por jugar un rol activo para cooperar en la creación de una corriente de opinión que contenga la pandemia, como una manera de una guerra de guerrillas, en las redes sociales y la vecindad, que permita contener el avance de la pandemia. Generalmente, son los “comentaristas de balcón”, opinólogos de todo tipo y especie y que, seguramente, tendrán ahora, 10 o 15 kilos demás por vegetar en sus casas, sin siquiera hacer algún ejercicio físico. Hablan de crear una nueva normalidad, pero no mueven ni un pelo por entender que esa nueva normalidad pasa por un cambio personal, para empezar. Generalmente son sectores que hace mucho tiempo han dejado de participar en organizaciones sociales, instituciones o experiencias de resiliencia comunitaria. Sospecho que en este sector se ubican gran parte de las elites tradicionales peruanas.
El otro sector, minoritario que bordea aproximadamente el 30% de la población es el de aquellos que no acataron desde el inicio la inmovilidad social y donde destaca un amplio sector de la informalidad y con falta de cultura resiliente. El espectáculo de grupos sociales consumiendo licor, sin usar los mecanismos de protección, haciendo caso omiso a las recomendaciones de distanciamiento social y desafiando a las FF.AA. y policiales, son una muestra latente de esta alta falta de cohesión social.
Es en este sector, donde por su ubicación territorial y social, proliferan múltiples focos infecciosos. Cierto es que el drama tiene un rostro que entrelaza informalidad, pobreza, falta de cohesión social y organización. Cierto es también que varias de las estrategias de gobierno tuvieron falencias, revelando la precariedad de nuestro Estado y sus servicios de salud. Pero esos factores no pueden ser de aplicación mecánica en la evaluación y en el comportamiento de todas las regiones. Si no, ¿cómo nos explicamos que, en regiones con alta pobreza como Cajamarca, Cusco, Moquegua y Tacna, los índices de contagios y muertes, como efecto del COVID 19, sean bastante bajos o medianos?
Tengo la impresión que, gran parte del futuro de la vida y la salud de los peruanos, por lo menos durante los próximos dos años, no solo dependerá del éxito o fracaso de las estrategias gubernamental frente a la pandemia, sino dependerá del comportamiento de cada peruano y su entorno social o institucional. En este caso, así como existe una gran responsabilidad del gobierno frente a la actual crisis, también es cierto que el futuro de miles de vidas dependerá de nuestra capacidad de resiliencia personalísima y comunitaria. El que el virus y la muerte aceche nuestras vidas, también depende de lo que hagamos o dejemos de hacer. Así de simple, pero tan esencial, para salir airosos.
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