Cecilia Bákula
Recordando al héroe, al caballero, al estratega
Un símbolo de integridad y honor en tiempos difíciles para el Perú

Si bien cada 8 de octubre recordamos de manera especial a don Miguel Grau, es necesario mantener de él, una memoria viva y agradecida. Los héroes, como es su caso, se van forjando a lo largo de la vida, y es en momentos de gran dificultad en los que se aprecia el temple, las virtudes y la capacidad de posponer su propio yo en beneficio de los otros y en el cumplimiento del deber. Y esa es, precisamente, la realidad de la personalidad de Grau, elevada con justicia a la condición de héroe máximo de nuestra historia, sin que sea el único que ofrendó su vida en actos de servicio a la Patria.
Los años aciagos de la guerra del Pacífico mostraron la esencia de muchos peruanos, algunos desconocidos y anónimos, pero que mostraron el patriotismo y el arrojo que nos ha caracterizado en muchos momentos de nuestra historia. Es interesante conocer algunos aspectos de su vida pues si bien tuvo desde joven una vocación orientada hacia la vida en el mar, pues a los 19 años ingresó a la Escuela Naval de la Marina de Guerra, incursionó también en la política nacional, haciendo de esa una labor de honrado y entregado servicio.
Siendo coherente con sus ideas, se enfrentó a los gobernantes que, a su criterio, no merecían el respeto del pueblo. Es así que fue expulsado de la marina, logrando luego que se le reivindicaran todos sus derechos, llegando a ser comisionado para lograr en Inglaterra y luego en Francia la compra de embarcaciones que luego serían indispensables en la infausta guerra que se inició en 1879.
La experiencia de Grau en combates marinos la logró desde años antes pues estuvo presente comandando la corbeta Uniòn que tuvo un destacado papel en la defensa de Lima en 1866, en el combate de Abtao.
En 1867 contrajo matrimonio con doña Dolores Cabero con quien tuvo 10 hijos en una familia forjada en el amor y en el más amplio sentido del cumplimiento del deber. En 1868, al ser reincorporado a la Marina, se le encomendó el gobierno del monitor Huáscar, en donde alcanzaría la gloria años más tarde. Grau comprendió la inferioridad con la que el Perú empezaba a enfrentar los problemas que se suscitaban en el mar del sur y en repetidas oportunidades llamó la atención sobre esta realidad, sin que sus reclamos fueran atendidos y no obstante ello, al enfrentar la responsabilidad de la defensa de la Patria, lo hizo sacando fuerzas de la debilidad de nuestra propia condición naval.
Sus grandes amores fueron la Patria, Dios y su familia y es así que antes de zarpar hacia el sur, don Miguel Grau se encomendó a Dios y le escribió una hermosa carta a su esposa. Algunos extractos de esa misiva son:
“Como la vida es precaria en general y con mayor razón desde que va uno a exponerla en aras de la patria en una guerra justa, que será sangrienta y prolongada, no quiero salir a campaña sin antes de hacerte por medio de esta carta varios encargos: principiando por el primero, que consiste en suplicarte me otorgues tu perdón si creyeras que yo te hubiera ofendido intencionalmente… Nada más tengo que pedirte, sino que cuides a mis hijos y les hables siempre de su padre”.
Con ese espíritu de entrega y renuncia, Grau se enfrenta al primer choque con la armada enemiga el 21 de mayo de 1879 y antes, arengó a toda su tripulación con estas palabras:
“¡Tripulantes del Huáscar!: ha llegado la hora de castigar al enemigo de la Patria y espero que lo sabréis hacer, cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y 2 de Mayo. ¡Viva el Perú!”
Don Miguel Grau dio la orden de atacar y orientó su espolón hacia la corbeta Esmeralda, manteniendo un nutrido ataque mutuo de artillería hasta que el comandante chileno Arturo Prat logró alcanzar la cubierta del Huáscar en donde fue abatido, al tiempo que se hundía su nave. Y, en ese momento, la humanidad y caballerosidad de Grau se hizo presente y ante la sorpresa de su propia tripulación, ordenó recoger a los náufragos y en un acto de nobleza, le remitió una sentida carta a la viuda de Prat en los siguientes términos:
“Dignísima señora. En el combate naval del 21 pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle a usted las inestimables prendas que se encontraron en su poder... Ellas le servirán indudablemente de algún consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas...”.
Fue tanta su calidad humana y el inicio de normas de comportamiento en guerra, que la propia viuda le hizo llegar una respuesta en la que le señala:
“Señor don Miguel Grau. Distinguido señor: Recibí su fina y estimada carta.. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo…Al proferir la palabra martirio no crea usted señor, que sea mi intento inculpar al jefe del “Huáscar” la muerte de mi esposo… no puedo menos de expresar a usted que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales…”.
El Huáscar prosiguió su labor de confundir a las embarcaciones chilenas, haciendo conocida su agilidad para desorientar al enemigo que llegó a dominarlo como un fantasma en el mar. Fue entre Mejillones y Antofagasta que nuestro buque se enfrentó a una escuadra poderosa y el 8 de octubre, a las 09:35, la artillería del Blanco Encalada disparó una certera granada que destruyó la torre de mando en donde se encontraba Grau, junto a Diego Ferré: ambos fallecieron inmediatamente y luego perdieron la vida Elías Aguirre, entre otros de la tripulació. Aun con la nave muy deteriorada, fue Enrique Palacios quien tomó el mando y pronunció la hermosa sentencia: “En este buque nadie se rinde”. Izaron nuestra bandera como un gesto de patriotismo extremo y se ordenó hundir el Huáscar antes de que cayera en manos enemigas, lo que fue evitado porque marinos chilenos abordaron la nave.
El 8 de octubre, recordamos a Miguel Grau, el ‘Caballero de los Mares’, quien con valentía y humanidad se enfrentó en el Combate de Angamos. No solo fue un héroe en la batalla, sino un símbolo de integridad y honor en tiempos difíciles para el Perú. Su ejemplo de liderazgo y sacrificio nos inspira a construir un país más unido y fuerte. Hoy, más que nunca, sigamos su legado.
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