Cecilia Bákula

Realidades en las que nos hace pensar la pandemia

Permitir a los sacerdotes cumplir su misión en el cuidado de las almas

Realidades en las que nos hace pensar la pandemia
Cecilia Bákula
03 de mayo del 2020


Esta pandemia a nivel mundial, motivada por la aparición y explosión de contagio del Coronavirus no solo nos sorprendió como individuos, además llegó al mundo entero sin que los países estuvieran realmente preparados para atender la calamidad que ha generado. Cierto es que hay sociedades más organizadas y Estados más eficientes (seguramente unos mucho más honrados y transparentes que otros), pero lo cierto es que, de manera global, como jamás imaginamos, el Covid-19 nos viene afectando en todo orden de cosas.

Seguramente es mi percepción, y lo asumo: en nuestro caso la atención está dada principalmente al tema de salud y a la provisión de alimentos. En tiempos en que muchos productos se hacen escasos, hay economías familiares quebradas y una recesión que nos hace mirar el futuro inmediato sombrío, con miedo y recelo naturales. Esa respuesta inicial, a veces tibia y temblorosa, que podría parecer adecuada en el primer momento del estallido sanitario, no impide que sean evidentes muchos ejemplos de ineficiencia, indolencia, negligencia, soberbia y trampa. Pero no es ese mi objetivo el día de hoy.

Quiero hacer una reflexión sobre la extraña y limitante comprensión que parece haber del ser humano, como que si las únicas necesidades fueran las materiales, las médicas y las de alimentación. Pueden ser las básicas, pero no son las únicas. Sería ya una retórica explicar aquí, en detalle, lo que la historia, la filosofía y el pensamiento de siglos han aceptado, al reconocer que hombre es la unión del cuerpo y del alma. Es decir, que tiene necesidades vitales en ambos niveles de su existencia.

Ya lo decía Aristóteles con claridad meridiana, que los seres vivos tenían alma (de tipo vegetativa, de tipo sensitiva);y que los seres humanos, tenemos, además, un alma racional y que ella nos aporta no solo la individualidad (es decir, el ser únicos e irrepetibles), sino que también permite la vida misma, los sentimientos y el conocimiento inteligente. Él, al igual que Platón, entendió que el alma no es solo un principio vital, característico y exclusivo del ser humano, sino que allí radica el principio del conocimiento, como posibilidad de desarrollo que, naturalmente, debe conducir a los hombres al logro de lo que él entiende como el fin supremo. Es decir, el bien común. 

Y esta digresión viene por la necesidad que veo, en muchos ciudadanos, de tener apoyo, respaldo, acompañamiento espiritual. Es decir, por la necesidad que muchísimos expresan que sean atendidas no solo las necesidades materiales y corporales, sino también las del alma y el espíritu. En estos tiempos, muy duros para muchísimas personas, no se requiere solamente aportar bonos y canastas, hay que permitir que todos los que lo desean y necesitan reciban asistencia espiritual, religiosa y que sea oportuna. Todos hemos sabido de los miles de muertos que esta pandemia ya ha ocasionado y es terrible, para los enfermos que mueren y para los familiares, que se les impida el acceso al acompañamiento espiritual necesario.

Quizá haya muchos que consideren que esa no es una necesidad. ¡Qué equivocados están! Somos cuerpo y alma, y lo sabemos no solo por los filósofos y las mentes más preclaras y sabias, como es el caso de Santo Tomás de Aquino, sino porque lo experimentamos día a día. Por ello debo decir que necesitamos de nuestros sacerdotes, que se les permita, con todos los cuidados y protocolos necesarios, atender a sus fieles. Que los pastores puedan acercarse a sus rebaños. Que se pueda recibir la Comunión, que los agonizantes puedan acceder a los auxilios espirituales finales. Que quienes lo desean puedan acercarse a la confesión, a la celebración de la Eucaristía y a la asistencia espiritual.

Es necesario destacar que, en estos tiempos, la Iglesia ha desarrollado una revitalizada acción misionera a través de los medios informáticos, pero nada de ello reemplaza a la vivencia directa de la experiencia espiritual de acceder a los sacramentos. Nada reemplaza al cumplimiento de la misión para la que los sacerdotes se han consagrado. Y eso no se hace por delivery, no se logra por Whatsapp, no se implementa on line; se hace a través del contacto cercano entre el pastor y sus fieles. Y ello no debería implicar que se incumplan las pautas de prevención y distanciamiento social que, por otro lado, han demostrado ser poco eficientes; cuando menos en nuestra realidad, no se han podido aplicar a nivel de toda la población. Y para demostrar ello, a ejemplos clarísimos podría remitirme.

Creo que, como yo, somos muchos los que pedimos que se les permita a los sacerdotes cumplir su misión en cuanto al cuidado de las almas, porque ¡vaya si no están haciendo ya una labor caritativa descomunal y silenciosa, con generosidad y entrega! Que puedan desplazarse con autonomía y libertad de movilización para atender a su ministerio, que puedan atender en casas, en centros de salud y en sus propias iglesias. Ellos sabrán cuándo y cómo, sin incurrir en riesgos.

Ser sacerdote, ser pastor, es un compromiso de por vida con Dios y con los hombres. Y así como se han establecido aquellas acciones prioritarias que no deben dejar de estar presentes en estos tiempos, es el apoyo y acompañamiento espiritual el que los católicos y cristianos necesitamos y pedimos. Como seguramente ha de ser el clamor de otras confesiones religiosas, ya que nutrir el alma, sobre todo en momentos de muerte, de angustia y dolor, es tan o más importante, tan o más eficiente que nutrir solamente el cuerpo.

Negar la existencia de esa necesidad, por lo menos para quienes la sentimos (que no somos pocos, más bien somos muchos y en número creciente) ante la realidad de dolor y muerte que nos abruma, es negar que el ser humano, lejos de ser solo cuerpo mortal, es también espíritu, con dimensión de eternidad, que requiere ser atendido siempre.

Cecilia Bákula
03 de mayo del 2020

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