Jorge Morelli

Quitarle el poder a los jueces

Quitarle el poder a los jueces
Jorge Morelli
09 de noviembre del 2016

Sistema de justicia peruano es una hidra con demasiadas cabezas  

Un juez supernumerario ha dejado en libertad, hace una semana, a alrededor de treinta delincuentes. Y ha hecho falta que la sociedad peruana entera se ponga de pie para que ese magistrado sea destituido. Lo fue, sin embargo, solo porque era un juez supernumerario; no un suplente, menos aún un titular. Si lo hubiera sido, probablemente la Corte Suprema no habría podido destituirlo. No lo ha hecho en docenas de ocasiones anteriores en que han ocurrido atentados contra la justicia en los tribunales.

El presidente de la Corte Suprema salió al día siguiente a decir que se falta el respeto a los jueces por uno o dos casos aislados. El público se pregunta en qué universo paralelo habita. Lo que uno concluye es que hay que quitarle el poder a los jueces.

Cuando un problema, como el de la justicia, tiene demasiadas facetas y una infinita variedad de manifestaciones hay que inclinarse ante la evidencia. Suele haber una piedra angular que sostiene el estado de cosas. Removida esta, queda despejado el terreno para atacar las múltiples y engañosas manifestaciones, los falsos problemas que se resuelven solos. En la justicia peruana esa piedra angular es una errada noción de la autonomía.

Premunidos de ese concepto, lo hemos replicado hasta crear en la justicia una hidra, un animal mitológico de un cuerpo y muchas cabezas. La Corte Suprema es la cabeza natural del sistema de justicia. Pero, con el supuesto propósito de luchar contra la corrupción de la justicia, a la Corte Suprema se le fue despojando de sus funciones.

Se creó primero el Ministerio Público (MP) con funciones del fiscal; luego el Tribunal Constitucional (TC), con funciones de constitucionalidad; luego el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) —en el que la sociedad civil tiene la mayoría y el Estado es minoría— con la función de nombrar a todos los jueces, incluso los supremos. Se entregó, por último, al Congreso la elección de los magistrados del TC y a un mecanismo corporativo la elección de los integrantes del CNM. El gobierno propone ahora reemplazar a los siete integrantes del CNM por tres, designados por cada poder del Estado. Intuye el problema, pero no lo resuelve: el problema está en la relación con los otros poderes.

La proliferación de cabezas es producto de una pugna por el poder, que ha creado un problema político en sí mismo. Cada cabeza es un organismo constitucional autónomo (OCA). La Corte Suprema es una más, sin autoridad sobre las otras. La autonomía de que se hallan dotadas ha generado el caos en el sistema de justicia.

Este cáncer no afecta solo a la justicia, sino también a toda la institucionalidad del Estado. Cada problema de la realidad peruana es abordado desde un mosaico institucional incapaz de resolver el problema. Si se trata del conflicto entre las comunidades y las minas, por ejemplo, intervienen la Autoridad Nacional del Agua (ANA) del Ministerio de Agricultura, los Estudios de Impacto Ambiental (EIA) del Ministerio de Energía y Minas, la Oficina de Fiscalización Ambiental (OEFA) del Ministerio de Ambiente, la Consulta Previa (CP) del Ministerio de Cultura. Como el caos disfuncional es incapaz de resolver el problema, este crece hasta estallar en la Oficina de Conflictos de la PCM.

Pero el caso de la justicia es el más grave de todos. Nace en su presunta autonomía de los otros poderes del Estado, bajo el paradigma de la independencia de poderes. La independencia de poderes, sin embargo, es solo un prerrequisito; no basta por sí misma. La democracia no se funda en la independencia de poderes, sino en el equilibrio de poderes, que va mucho más allá de la independencia de poderes. El equilibrio de poderes regula la manera en que estos se relacionan entre sí, permitiendo su mutuo control sin comprometer su independencia.

En el caso peruano, esas relaciones mutuas están mal resueltas porque se han multiplicado las cabezas de la Hidra hasta hacer imposible prever sus relaciones recíprocas. Como cualquier niño sabría, al juego de la piedra, la tijera y el papel no se le puede agregar cada vez más jugadores sin hacer el juego imposible. Lo que hace falta es refundar el sistema de justicia y devolver a la Corte Suprema a la cabeza de ese sistema. Y colocar dentro de él al Ministerio Público, al Consejo Nacional de la Magistratura e incluso, quizás, al propio Tribunal Constitucional, que bien podría ser una sala de la Corte Suprema.

La conclusión, entonces, es que en efecto hay que quitarle el poder a los jueces. Pero, paradójicamente, la manera de hacerlo es devolvérselo a la Corte Suprema, para que haya un equilibrio de poderes entre la Corte Suprema y el Poder Judicial. Entonces habremos devuelto a su lugar esta que es la piedra angular de la arquitectura de nuestra democracia.

 

Jorge Morelli

@jorgemorelli1

jorgemorelli.blogspot.com

 
Jorge Morelli
09 de noviembre del 2016

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