¿Quién puede gobernar?

Gane quien gane las elecciones, vamos a tener un gobierno débil sin mayoría parlamentaria propia, en un Congreso atomizado. O sea, más de lo mismo. Es la historia de este malhadado quinquenio, luego de que la errada decisión política de la vacancia de la Presidencia provocara el vacío de poder que llevaría a la presiDencia de Vizcarra, a la disolución inconstitucional del Congreso un 30 de noviembre –el segundo 5 de abril–, lo que llevaría luego a la segunda vacancia de la Presidencia y a desembocar finalmente en el pantano en que nos hallamos hoy.

El poder como tal ha dejado de existir. No se trata entonces de ganar hoy una elección que generaría otro Gobierno sin ningún poder. Se trata de reconstruir el poder y la gobernabilidad del Perú. Nada menos. La polarización de la primera vuelta ha desatado la radicalización de los extremos. Y esto permite ver con claridad por fin quién es quién.

En la extrema izquierda, Lescano ha desplazado ya a Mendoza. Aunque el socialismo del eje La Habana-Caracas de Mendoza es más brutal que el populismo de izquierda tradicional de Lescano, ambos representan un modelo económico fracasado, incapaz de resolver el problema del Perú porque es incapaz de entenderlo, en primer lugar. 

Mientras tanto, en la otra punta López Aliaga se ha parapetado en la extrema derecha, arrojando piedras a sus adversarios. Su propuesta económica reaccionaria no es sino la del viejo mercantilismo de derecha denunciado por Adam Smith hace 250 años. Y la propuesta de Keiko Fujimori –lo digo con pena–, al margen de su buena intención, no es sino la de un poco de liberalismo por allá y un poco de populismo por acá, en una especie de caso por caso, un día a la vez, que solo Dios sabe a dónde conduzca.

Ninguno de ellos va a sobrevivir al embate de un Congreso cuyo único punto de encuentro, al cabo de un primer año de conflicto de poderes, irremediablemente, llevará a la vacancia de la Presidencia y, una vez más, a la disolución del Congreso. Ninguno de ellos puede estabilizar nuestra democracia de baja gobernabilidad.

Lo que hace falta es reconstruir la gobernabilidad como tal. Eso lo puede hacer solo quien tenga por adelantado el conocimiento necesario para reformar un Estado que genera la falsa formalidad que incuba la informalidad como respuesta. Y al mismo tiempo, el conocimiento para reformar también un sistema de gobierno fallido, que genera el conflicto de poderes, rediseñando el equilibrio entre ellos de tal manera que el 5 de abril y su remedo del 30 de septiembre nunca más vuelvan a ocurrir.