Guillermo Vidalón

¿Qué está pasando en la política?

La inmediatez prioriza la sensualidad de lo emocional

¿Qué está pasando en la política?
Guillermo Vidalón
19 de noviembre del 2019


La clase política siempre ha estado presente en todos los estamentos de la sociedad. Y a lo largo de la historia ha servido como mecanismo de transmisión de aspiraciones, ideas, demandas, así como de posibilidades de satisfacer las expectativas que ellas generan en un vasto sector de la sociedad. 

Las ideas son las que movilizan a las personas, a veces con una fuerza inusitada, cuando la violencia se desborda y un reclamo legítimo podría ser desvirtuado por actos vandálicos. Ambos ingredientes han estado presentes en los países latinoamericanos, ya sea por la fragilidad en la que se encuentra el denominado principio de autoridad, ya sea como producto del desencanto de los “dirigidos” con sus respectivas élites. 

Las ofertas incumplidas reiteradamente cimientan la desconfianza, el desgano o la anomia en la ciudadanía respecto de la tradicional manera de hacer política. Pero a contracorriente, el vacío que deja la política termina siendo ocupado por otra manifestación de la política, con herramientas diferentes a las habituales.

Los usos y costumbres de la política tradicional suelen elaborar una narrativa orientada a la consecución de objetivos nacionales que apelan al largo plazo, la vigencia indeterminada de la patria, o su más reciente expresión: “el Perú primero”. En consecuencia, se apela a deponer todo interés particular en función al indescifrable “bien común”.

No obstante, la política en la que se desenvuelven las nuevas generaciones está atravesada por la sociedad de la inmediatez, la cual busca la satisfacción de sus expectativas en primer lugar. Asimismo, en su desenvolvimiento cotidiano estas no suelen incorporar tiempos de espera. Subsecuentemente un eslogan como “el Perú primero” o la apelación al “bien común” les genera una volátil empatía.

La escasa participación ciudadana en movilizaciones –a favor y en contra del cierre del Congreso– ha servido de termómetro para conocer si a la realpolitik le interesan los cánones establecidos por la democracia: el principio de separación y división de poderes, con pesos y contrapesos para evitar distorsiones, lo formuló Montesquieu; y el exceso o defecto –diría Aristóteles– parece quitar cada vez menos el sueño de una democracia moderna. Estamos a poco más de sesenta días de un nuevo proceso electoral, ¿los aspirantes a una curul parlamentaria lograrán movilizar el interés de la ciudadanía? Aún es una gran incógnita. Lo cierto es que la política está presente, pero subsumida bajo otras formas de expresión.

Por ejemplo, la administración de uno de los poderes del Estado, la justicia, debe ser ciega e impuesta objetivamente, sin miedo ni favoritismos. Sin embargo, el proceso judicial como garantía de la administración representa un proceso en el que el juez pondera los hechos y emite una resolución que se espera sea de acuerdo a derecho. El tiempo que demande la justicia podrá o no lograr el calificativo de razonable, por lo tanto, la justicia debe ser oportuna. De no ser así, la sociedad de la inmediatez expresará su desencanto porque no dispone del tiempo suficiente para que un tercero se pronuncie por ella. Ante la exposición de los hechos –reales o figurados– cada quien juzgará y emitirá su sentencia: agrado, desagrado, mofa, duda, asombro, tristeza. La sociedad se informa y actúa; ha dejado de dotar tiempo a la generación de conocimiento, el espacio de la reflexión se ha vuelto efímero y su profundidad se acorta.

En la actualidad, el desarrollo tecnológico ha incrementado las capacidades productivas y, por consiguiente, la producción e intercambio de bienes y servicios están disponibles. Empero, la velocidad alcanzada por el sistema productivo no ha tenido un correlato evolutivo en la esfera política, tampoco en los poderes del Estado. La legitimidad de los actos políticos de la autoridad constituida es puesta en cuestión, escrutada constantemente. No existe mandatario que pueda apelar a su período de gobierno para ejercer el jus imperium en los años que la Carta Constitucional le haya conferido. 

La inmediatez prioriza la sensualidad de lo emocional. En esta circunstancia, la ética como ciencia que estudia la jerarquía de los valores es cada vez menos difundida y su intercambio relegado a cenáculos de erudición. Sucede que lo emocional es intrínseco a la persona, no es transmisible, imposible colectivizarlo. Un acto de impronta emocional, una vez experimentado, es fácilmente descartado y reemplazado por otro. No surte el mismo efecto en oportunidades posteriores.

Pese a todo, la realpolitik requiere establecer nuevas válvulas de escape. Es algo indispensable para gestionar escenarios de conflictividad y evitar que la próxima crisis sea la definitiva.

Guillermo Vidalón
19 de noviembre del 2019

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