¿Por dónde empezamos?

Los irracionales resultados electorales, la innegable escasa capacidad intelectual de la mayoría de los elegidos –entre los que, además, los niveles académicos y culturales son ciertamente patéticos–, la inocultable extensión de la corrupción –de rey a paje. en todo el espectro ideológico, con escasísimas honorables excepciones– evidencian un deterioro institucional y nacional con rasgos de enfermedad terminal en el Perú.

Si al hediondo saco descrito añadimos:

–La judicialización de la política. Capitaneada por ese afán insensato de un cuarto poder que sentado en la punta de la rama la corta aspirando a ser poder único, no por mérito propio sino por demolición deliberada de todo aquel que ose asumir responsabilidad en alguno los tres poderes democráticos.

–La evidente manipulación política de buena parte de un Ministerio Público y Poder Judicial,  que tratan con suavidad a los confesos correligionarios y con dureza a los sospechosos de la acera ideológica opuesta.

–La actitud de árbitro vendido que muchos percibimos en un Poder Electoral digno de Macondo, cuya composición actual nace en parte de manipulaciones previas, similares a lo que hoy perpetra Lopez Obrador en la Alianza del Pacífico. Un Jurado Nacional de Elecciones con escandalosas diferencias de criterio desde el momento de procesar eventuales candidaturas, según si la ideología del candidato coincide o se opone a las históricas, dogmáticas y comprobadas posiciones de la presidencia. Es de ilusos pensar en elecciones limpias si el que cuenta los votos es devoto de vida consagrada al totalitarismo marxista. Eso configura una situación bastante más allá de lo que la razón aconseja a un Estado que pretende seguir el camino de la libertad y la democracia.

–La racionalmente comprensible aversión a la participación en la gestión de la cosa pública, desarrollada por la casi totalidad de los mejores profesionales, empresarios, catedráticos y líderes de todo ámbito social, con excepción de unos pocos con vocación cercana al martirologio. Eso ha dejado la cancha libre para el ejercicio mayoritario del poder por los moralmente menos capacitados; y entre ellos a aquellos de inteligencia menos evolucionada. Al extremo que poco o nada puede hacer el puñado de honorables valientes que se bate con hidalguía en medio de la piara descontrolada en el lodazal.

¿Hay solución o el último en irse apaga la luz?

Aunque el camino para una solución pacífica al desmadre va angostándose más cada día, creo imprescindible enunciar, desde esta trinchera, una propuesta para esa secuencia impostergable de acciones para recuperar el rumbo del desarrollo pacífico en unidad. Es lo que pretendo humildemente hacer en mis próximos artículos.