Carlos Hakansson
Políticos termocéfalos
Se delatan por sus anuncios grandilocuentes y sin respaldo

En el debate político actual, tanto en escenarios parlamentarios como en campañas presidenciales y congresales, abundan personajes que podríamos llamar, sin temor a exagerar, “termocéfalos”. El término, de origen griego (thermos, calor; kephalé, cabeza), describe a quienes actúan con la cabeza caliente: impulsivos, impacientes y poco dados a medir las consecuencias inmediatas y mediatas de sus decisiones.
Los termocéfalos encarnan un estilo que privilegia la inmediatez sobre la ponderación, la ocurrencia sobre el análisis y el gesto de enfado espectacular en vez de una estrategia real. Suelen decidir con premura, con la esperanza de sorprender al rival político, pero sin detenerse a evaluar los efectos a mediano o largo plazo de sus palabras y mandatos.
El estilo termocéfalo puede proyectar energía, decisión e incluso valentía ante la ciudadanía y los medios. Pero su otra cara es la improvisación, la contradicción y, con el tiempo, la erosión de la confianza pública. A diferencia de los liderazgos que actúan como en un juego de ajedrez, calculando cada movimiento, los termocéfalos conciben la política como una carrera, en la que quien arranca primero se cree vencedor; o peor aún, como un videojuego, pero sin vidas extra.
Identificar a estos políticos no es difícil. Se delatan en sus anuncios grandilocuentes sin respaldo, en sus decisiones precipitadas y en su resistencia a escuchar voces que invitan a la mesura, confundida erróneamente con debilidad. La política real requiere más cabezas frías que calientes. No se trata de un simple juego de palabras. Es una advertencia sobre el alto costo de la improvisación en los asuntos de Estado.
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