Nuevos líderes y más patriotismo

De modo recurrente en la historia, cuando un sistema político y económico se debilita haciendo peligrar su supervivencia, no es por generación espontánea, sino por planificación deliberada de quienes —desde dentro, generalmente con apoyo externo— han trabajado paciente y diligentemente para su destrucción. El trabajo para debilitar los cimientos de una civilización es siempre largo y no pocas veces ha contado con el aplauso incauto del pueblo, cuando se viste de morbo, mientas avanza sobre el desconcierto incrédulo de las élites intelectuales, económicas y políticas.

Estas últimas, por el éxito alcanzado, dan por sentado (take it for granted, dicen los gringos) lo que por naturaleza es frágil, siempre que se descuida la necesaria adaptación permanente de su defensa ante la mutación de la amenazas del entorno (hoy global). Poco parece quedar en la memoria de las generaciones a las que nos tocó sobrevivir la debacle de 1968-1975 y el posterior temor a cortar sus metástasis, que nos acompañó hasta inicios de los noventa, cuando la migración de talentos, por escasez de oportunidades (y de muchas otras cosas) iba en sentido opuesto al que hoy nos hemos acostumbrado.

Solo han transcurrido 40 años desde el fin de la dictadura militar socialista, momento en que conceptos como la inexistencia de crimen sin ley que lo estipule, la inadmisibilidad de la prisión sin crimen probado y condenado en juicio, la irretroactividad de la norma y la presunción de inocencia salieron de los manuales de derecho y se grabaron en la mente, el alma y la demanda de cada ciudadano honesto. Tiempos idos, cuando la prensa también los hacia suyos junto con el respeto al buen nombre, la verdad, la justicia y la libertad, sin importar los matices ideológicos de cada uno.

Pocos caen en cuenta del riesgo que implica mantener las miradas centradas en el cortísimo plazo y el interés exclusivo en el perímetro del propio negocio. Se ignora deliberadamente que, desde tiempos ancestrales, lo social y lo político son elementos inevitable del aire que respira todo mercado, toda empresa, todo negocio, toda vida humana.

El retrovisor no basta para manejar aquello que protegió antes nuestro juvenil modelo democrático representativo de libre mercado, nunca basta. Nadie parece ver que tras la primera infiltración estratégica del magisterio, el ejercito, la Iglesia y la cátedra, los enemigos de la democracia han dedicado décadas a infiltrar las universidades y desde allí la prensa, el Ministerio Público, el Poder Judicial y buena parte de la función pública. Se han hecho del control efectivo del aparato represor Estado, sin importar por qué o por quién vote el pueblo.

Urge un líder que catalice, pero más urge la decisión patriótica, colegiada, valiente e inteligente para respaldar sostenidamente un esfuerzo por la genuina limpieza del sistema. Y sin inaceptables atajos, que son en realidad costosos atropellos, ni desfachatados sesgos excluyentes por amistad ideológica.

El objetivo debe ser recuperar el rumbo dentro del Estado de derecho y hacer evidente el pegamento inconsciente que una vez construyó la identidad nacional. Y en ese esfuerzo, recuperar la patria de las manos de esos pocos que sin derecho y por felona ambición vienen sirviendo a terceros de ultramar.