Cecilia Bákula
No hay árbol bueno que dé frutos malos
Ni árbol malo que dé frutos buenos
Como siempre, las palabras que leemos en los Evangelios,permiten entender situaciones de la vida de los hombres. Y hoy que el Perú atraviesa por una severa crisis que –lejos de ser política, sanitaria o económica– es fundamentalmente ética, por carencia de valores y principios, las palabras de San Lucas permiten ver la realidad que es, a nuestros ojos, muy triste y devastadora.
Digo devastadora no solo porque es tremenda para la imagen y las personas responsables de esta situación y sus cargos; digo devastadora porque es nuestro país al que se le roba futuro, estabilidad y esperanza. Sin duda, no merecemos estar en manos de “altas” autoridades que carecen de valores básicos, que debieron aprender en sus hogares, haciendo de esos valores, la ruta de sus vidas; no solo en el discurso, sino fundamentalmente en la práctica. Quizá la expresión debería ser otra: son esas “altas” autoridades las que no dan la talla y no merecen el privilegio de ocupar tales puestos y dignidades. Estamos bajo las órdenes de muchos que han hecho de su posición un coto de beneficio y se encuentran lejos de haber comprendido que servir es una distinción, una forma de ser noble, digno, justo y transparente.
Cuánta falta nos hacen aquellos prohombres a los que la población, aún disintiendo en algunos aspectos, podía mirar con respeto. Hombres que habían hecho de su presencia en la política una ofrenda digna, pues cuando se es digno no se miente, no se enturbia las situaciones, no se esconde la verdad entre ideas y expresiones poco claras. Se es valiente, se enfrentan las responsabilidades y no se pretende engatusar con mensajes de victimización.
¡Basta ya! Basta ya de tener que soportar a autoridades que mienten, que son incapaces, deshonestas, interesadas y a las que, no pocas veces, se les ve como quienes esperan día a día dar y recibir baratas prebendas. Y al margen de ello, o como si fuera poco, recibimos mensajes en los que se inculpa a “otros”, en los que se le hace sentir a la población que todos somos poco menos que cómplices de complotar. ¿Qué te pasa Perú? ¿Qué nos pasa como ciudadanos? ¿Hemos perdido el norte? ¿Hemos perdido el sentimiento de vergüenza ciudadana?
La reflexión que sigue es natural: debemos prepararnos para participar en la gestión pública porque el destino del Perú de hoy, que ya es el de mañana, no puede quedar ni transferirse a las manos de quienes creen que gobernar es haberse ganado el botín de guerra, para lucrar en la oscuridad en la que vive el robo, la mentira y la deshonestidad. Hay que hacerles sentir que el pueblo ni es ciego ni sordo, y que la paciencia tiene un límite. ¡Despierta Perú que el futuro te pertenece!
Este país –rico, milenario y de gente maravillosa– tiene el derecho a un futuro de progreso, de igualdad. Y debemos dejarnos de tolerar que haya, en todo ámbito del espectro gubernamental, personas sin valores, sin capacidades y sin deseos de servir.
Este es un quinquenio desperdiciado. ¿Vamos a tener uno más de la misma pésima calidad, frustración, engaño y retroceso? ¿Cómo es posible que en un momento de tanta necesidad y urgencia, el peruano deba escuchar mensajes que, en vez de traernos una voz viril, responsable y directa, solo traigan el vacío de la nada de contenido, expresiones temerosas de quien quiere aparecer como víctima sin saber que lo es de sí mismo o de un entorno que él ha construido?
¡No! No, señor presidente, usted está en la obligación, por los días que le quedan en ese sitial, al que circunstancialmente ha llegado, de honrar esa responsabilidad. Tiempo tuvo y oportunidades no le faltaron de dimitir, si así lo consideraba conveniente; pero ahora ya es muy tarde. Usted se debe a los más de 30 millones de peruanos que esperamos una reacción que construya algo de confianza, una palabra de verdad, una voluntad clara, un mea culpa y una propuesta de acción concreta, prístina y efectiva.
Le queda, señor presidente (y vaya que si me cuesta llamarlo así, pero lo hago por deferencia a la dignidad que ocupa) una única y última oportunidad, una sola para demostrar cuáles son esos valores que a usted lo alientan. No la desperdicie en discursos banales ni en diálogos carentes de sentido. Deje obras, no sueños; deje esperanza, no frustración; deje paz no confusión; deje ciudadanía no caos. Y mantenga, en este corto tiempo, una conducta que sea acorde con la dignidad que la historia le ha otorgado. Quiera o no, la “majestad” de la presidencia ha quedado mellada, y tiene usted unos pocos meses para intentar recuperar y merecer el respeto que se gana con esfuerzo, que no es lo mismo que con la fuerza.
¡Cuánta verdad encierran las palabras con que inicié este texto! Pero esa es la realidad y debemos, aunque no nos guste, apuntalar a ese árbol para que el caos no sea peor. Sin embargo, debemos sacar fuerzas de flaqueza y llegar a las elecciones de abril próximo con la esperanza de que los peruanos de buena fe podrán unirse en un bloque que ofrezca una opción sólida de propuestas, capacidad, entrega y renuncia, de servicio y magnanimidad, para que este país goce del derecho a un futuro mejor que incluye igualdad, equidad, justicia y transparencia. Un futuro en el que la educación no se tenga que mendigar, en el que la salud sea universal y de calidad, en el que las comunicaciones no signifiquen, por ejemplo, carencia de conectividad o transitar por trochas que parecen la superficie lunar. Un futuro en el que el robo y la deshonestidad sean tan severamente castigados que aterren a quien pretenda llevarlos a cabo, en el que la justicia sea una para todos y las autoridades cumplan con lo que se le exige también a la población; un futuro en el que los ciudadanos sean probos, en el que el hambre sea un horror desaparecido, en el que la cultura tenga un lugar digno y permanente.
Requerimos que ese árbol que no pudo dar frutos buenos sea pronto un triste y mal recuerdo. Y para que el futuro sea mejor, debemos ser, como ciudadanos, capaces de emitir un voto que nos conduzca a tener autoridades dignas y que puedan ser un referente. Este mal momento, grave sin duda, pasará, y no debemos quedarnos en el enredo de creer que es el fin.
Como no debemos cortar el árbol que no pudo dar frutos buenos, dejémoslo vivir hasta que cumpla su ciclo. Y luego, si no ha enmendado ni ha habido brotes de vida nueva, quedará enterrado en el ostracismo que la historia suele tener para quienes se hacen merecedores de ese triste destino.
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