Eduardo Vega
No a la anarquía
Hay una permanente campaña de desprestigio del Congreso y el Ejecutivo
Cuando nació mi hija en agosto del 2019, el presidente del Perú era Martín Vizcarra; desde entonces cinco personas más han accedido al cargo. Así, antes que mi hija cumpla siete años, el Perú habrá tenido 7 presidentes, dejando un vergonzoso promedio de un presidente por año.
Lo anecdótico es que antes de parecer un grave problema, se ha normalizado que el cargo más importante del país tenga una rotación promedio similar al de un impulsador de ventas o un puesto de vigilancia. Hoy se trata de un cargo al que se accede directa o indirectamente, como consecuencia de los votos, pues cuando cae el elegido en las urnas entra un encargado –como Jerí, Sagasti, Merino o Paniagua– cuya designación responde al acuerdo de los parlamentarios, quienes también acceden a sus curules por efecto de los votos.
Dicho esto, si todo es consecuencia de los votos, debería primar entre los medios de comunicación, la discusión de los temas electorales, así como transparentar objetivamente los alcances ideológicos del inmenso menú electoral del próximo proceso. Sin embargo, lo que más se puede apreciar –sobre todo en los medios de internet– son campañas de apología de la anarquía.
En efecto, hay campaña abierta y permanente para el desprestigio del Congreso y la presidencia como instituciones sin diferenciar personas de cargos, y por muy ridículo que parezca, se imputa una “dictadura congresal” aun cuando la función del Congreso es dictar normas, a través de acuerdos que no son más que el efecto inherente de hacer política, pero se dice que sus integrantes son/hacen pactos mafiosos. Hay molestia cuando se califica a Vizcarra como dictador (que lo fue), se hace campaña constante diciendo “policía asesina”, se habla de los fiscales supremos como enemigos políticos nombrándolos como “Alias Vane”, “hermanito”, y se dice “código violín” para referirse al actual presidente, sin que haya sentencia alguna. Así, sólo lograremos que no se respete a nadie, y nadie podrá gobernar.
Atacan al Tribunal Constitucional diciendo que no hace justicia por pronunciarse a favor de un recurso que detiene una persecución fiscal evidentemente politizada; y por el contrario, al fiscal responsable –quizá también deplorable– ¡ni lo tocan!, prefieren dedicarse a romantizar al fallecido en las marchas del último 15 de octubre, una persona involucrada en los actos de violencia de la fecha que, tras recibir un balazo de rebote mientras perseguía un policía (sin que quede claro para qué), es perfilado como “mártir de la democracia”, aun cuando en los videos del artista, se ve que no concuerda mucho con dichos principios. ¡El mundo al revés!
¡Que se vayan todos! Grito fácil de quien solo sabe patear un tablero, sin pensar que las condiciones para que eso pase ya están dadas a través de los procesos democráticos correspondientes. Peor aún, al gritar no piensan que materializar su deseo implica poner en el cargo a un dictador y con ello habrá opresión.
Aprovechándose de la generación Z y su “no participación” en las elecciones que trajeron los políticos de hoy, los dueños de la moral superior vuelven a señalar la culpa en el sistema, el cual supuestamente permite que gente sin principios acceda a las posiciones de poder, y por eso deben irse todos de inmediato. Pero la realidad muestra que la culpa no es del sistema, sino de los electores que colocan allí a sus operadores.
Las elecciones son en abril, y todos se van en julio; sabiendo que será imposible que alguien pueda hacer mucho en la lucha contra la delincuencia, ¿Cuál es la necesidad de seguir con la cantaleta? ¿Por qué la centro izquierda no puede respetar el peso y consecuencia de sus votos en las elecciones del 2021? ¿No fueron transparentes? Muy simple, producto de la polarización que tanto promueven, en aquella elección prácticamente no hubo representantes del centro, tras lo cual sólo les quedó seguir pateando el tablero y promover la anarquía, porque ni siquiera pueden proponer soluciones.
















COMENTARIOS