Hugo Neira

Moral y luces. ¿Pero quién lo dice?

Sobre las realidades autárquicas

Moral y luces. ¿Pero quién lo dice?
Hugo Neira
05 de septiembre del 2021


 
«No hay buena fe en América, ni entre
las naciones; los tratados son papeles,
las Constituciones libros, las elecciones
combates, la libertad anarquía,
 y la vida un tormento»

—Quién podía ser sino Simón Bolívar

 

A veces, cuando vas a decir algo sobre la actualidad, el otro lado del cerebro, eso que Freud descubrió y llamaba el inconsciente, te dice que vives en un país más bien inmóvil. En efecto, alguna vez me ocupé del tema si el pasado era el pasado. Y esta fue mi respuesta: «A todos los problemas políticos actuales es posible resumirlos en una sola pregunta: ¿Ha sido útil la República? Subdesarrollo, analfabetismo, dependencia económica. Bajos niveles de vida (...), ausencia de un gran ideal nacionalista. Exilio o frustración de la elite intelectual refugiada en las utopías sociales. Preponderancia de lo regional sobre lo nacional. Crisis de la clase dirigente, crisis de la derecha peruana. Desarraigo espiritual colectivo evitando las tradiciones, en busca de cosmopolitismo vacuo. Esto y más es el resultado del balance de más de siglo y medio de vida republicana». (Ese fragmento de un artículo mío es del viernes 07 de noviembre de 1962 y en el diario Expreso.)

Que el amable lector no se detenga en mi longevidad y el cuidado de guardar mis artículos sino en la cuestión decisiva. Le propongo que medite libremente. ¿Hemos cambiado mucho? ¿Encontramos la vía de progreso y de coherencia de nuestra sociedad? Le propongo para meditar libremente sobre esas interrogaciones. 

Seamos realistas y sinceros, seguimos en lo que se llamaba el 'Tercer Mundo'. El concepto se usaba por los ochenta, ya no, pero fuera como fuese el concepto adecuado, no somos un país potente. Antes de la pandemia, había gente peruana que creía que podíamos ser parte de la OCDE. Con el Covid-19 nos despertamos de esas ilusiones. Éramos más precarios de lo que pensábamos. Pero la cuestión es compleja. Por una parte el país se ha modificado. Por la otra, no ha dado el gran salto al desarrollo. 

En lo primero, hemos pasado de ser 10'420'357 en 1961 a unos 28 millones en el 2007, y seguimos creciendo en población (32 millones hoy). Estos datos son precisos y provienen de una fuente que suelo consultar. (Compendio Estadístico PERÚ 2016, del INEI, dos tomos). Otro dato positivo, la población en situación de pobreza monetaria pasa del 49% en el año 2006 al 22,7% en 2014 (INEI, tomo 1, p. 735). Es un cambio, acaso muy lento. La pobreza extrema ha seguido disminuyendo, y en realidad, el tan discutido sistema económico de esos primeros años del siglo XXI no es lo que se dice en contra del sistema de libre mercado. En realidad, las cosas no iban tan mal, pero la pandemia detuvo ese proceso de crecimiento. La gente lo sabe, y quiere volver al año 2019. 

Ahora bien, es cierto que el crecimiento de los años 2001 a 2019 benefició a unas regiones más que a otras, dejando brechas enormes. De alguna manera, en Ayacucho, Cajamarca, Huancavelica —entre otras—, la segunda vuelta en las últimas elecciones fue una señal muy clara en contra de la costa y Lima. Las causas. ¿Un país con dinámicas distintas, o el descuido de las zonas y clases sociales? En otras palabras, hay un Perú más moderno que el otro Perú. Como sabemos, de la energía eléctrica y el agua gozan plenamente los peruanos en la modernidad, pero no en otras zonas y regiones. Algo parecido ocurre con los empleos, se producen nuevas infraestructuras de trabajo, lo cual provoca las emigraciones internas. Y de ese modo el Perú es hoy un país de ciudades. Somos un país urbano. Y además costeño. Por primera vez en la milenaria vida, las grandes cuencas de la zona de la sierra —Puno, Arequipa, Huancayo y Cajamarca— no son el lugar de mayor población sino la costa, acaso por sus llanos y no las montañas andinas. País vuelto urbano y costero. País de ciudades. Es un cambio enorme, con diversas consecuencias. 

Sea como sea, el Perú actual es un mundo de necesidades distintas. Es el mundo que tenemos que enfrentar, porque somos un país heterogéneo, acaso más que otros países latinoamericanos. Ahora bien, las grandes modernizaciones que esperábamos en los 20 años de crecimiento son, hasta el momento, desiguales. Para atender un país tan fragmentado, a primera vista necesitaríamos una malla, una trama, eso que se llama infraestructura de movilidad, o sea, ferrocarriles, aeropuertos locales, no solo carreteras sino autopistas. Acaso la población rural es la más interesada sobre eso que significaría su ingreso total a la vida moderna, tanto para la necesidad del viaje como para trasladar los productos peruanos. Que, como se sabe, pueden exportarse para beneficio de una capa social, la rural, que en estos momentos políticamente proviene del mundo campesino. Lo cual es algo al revés de la sociedad peruana que, en su mayoría aplastante, es urbana. 

En los cambios que ha habido, no todo es progreso. Sobre todo en el terreno de los modos de producción, base de la sociedad. Ese concepto viene de Karl Marx, sí, del filósofo y luego economista, el autor de Das Kapital. (Por un tiempo el que escribe, insisto, fue de joven comunista, actitud que tomé en San Marcos del Perú pero luego, estudiando por segunda vez, en París, Ciencias Políticas, y luego de mis siete años con el gobierno militar y revolucionario de Velasco, a mi vuelta de Europa, encontré otro mundo, éramos testigos del ocaso de la Rusia soviética y de la poca importancia a fines del siglo XX del marxismo. Desde entonces razono de otra manera. Las sociedades han cambiado. Las ciencias sociales también). 

Hoy la lógica del sociólogo es ver lo real, y no las ideologías. Y tocando el tema de las metamorfosis de nuestra sociedad, podemos decir con toda la fuerza del conocimiento de lo real que la sociedad peruana ha tenido por lo menos dos modificaciones, tan enormes, que no hay más remedio que llamarlas tomando un término de la geología, las «placas tectónicas». El primero es la migración de la población peruana del campo a la ciudad, de la sierra a la costa, de la aldea a la ciudad provinciana y de ahí a Lima. Todos conocemos la aparición de excampesinos en la vida limeña, la aparición de los comerciantes callejeros, luego los mercadillos, luego todo un mundo de trabajadores que hasta ahora existen, los informales. Y son tres veces más numerosos que los empleos formales. Pues bien, eso no fue una solución surgida de algún partido. Ni de ningún gobierno. En cambio, desde la mitad del siglo XX, lo sabemos, a medida que las barriadas que rodean a la capital iban construyendo sus propias casas, también se hacían ciudadanos, es decir, aprendieron a leer y escribir. Y los gobiernos apoyaron a ese movimiento social espontáneo por la simple razón de que era una nueva clientela electoral. Tanto regímenes militares como civiles. El segundo caso de «placas tectónicas» fue en los años sesenta, los movimientos de tomas de tierra de las haciendas en el sur del país. Sobre ese cambio, se habla de la reforma agraria. Pero se olvida —somos el país de los olvidos— que todo arranca a partir de una Federación Campesina en el Cusco, que organiza una serie de organizaciones que se llamaron sindicatos, unos 1800 por todo el sur, y que llaman a la toma de las haciendas —sin armas y sin sangre— recuperación. Es sabido pero lo olvidamos que desde el siglo XIX, el periodo republicano fue el más desastroso para los indígenas peruanos. Basadre lo dijo, el sólido grupo plutocrático nacional «se apropia de la región serrana», es «un pequeño número de antiguos y nuevos propietarios de tierras, que antes pertenecieron a las comunidades indígenas, al Estado, a la Iglesia, a las municipalidades y a las beneficencias». Esto está en Sultanismo..., página 13. 

El Perú no indígena, durante un largo siglo hasta la mitad del siglo XX, toma esa situación como algo natural. Por eso, las invasiones campesinas para recuperar sus tierras sin violencia sorprendieron al país. Al comienzo pensaron que eran guerrillas. Habían comenzado en la Convención, al lado del Cusco. En ese momento aparece Hugo Blanco. Luego, bajo el control de los militares (1962) se acaba la experiencia de los arrendires de ese lugar semi selvático. Pero, en las zonas altas de la sierra sur, las comunidades se interesan por esa toma de tierras fundada en la huelga de la mano de obra ante los hacendados. Fue la Federación Campesina, dirigida por Saturnino Huillca, que siembra la misma semilla de organización y acabar con el sistema de trueque de trabajo de los campesinos (el pongaje) a cambio de un lote de tierra (prestada) con el cual alimentaban a su familia. Ahora bien, el movimiento se detuvo cuando tomaron presos cerca de 500 dirigentes, todos ellos gente del lugar, en una cárcel muy especial, El Sepa, porque no tenía murallas sino la selva misma, a la cual no se podía entrar y menos salir sino con helicóptero. 

Cierto, en 1969, la ley de Reforma Agraria. Pero tanto Velasco como los coroneles que le seguían comprendieron que ese movimiento espontáneo podía crecer de Puno a Cajamarca. ¿Y eran ellos los que iban a enfrentar a dos millones de campesinos sin tierras?! 

Por mi parte, nada de lo que estoy describiendo le quita un valor histórico, político y revolucionario a Velasco Alvarado. Pero es evidente que sin las tomas de tierras pacíficas, no hubieran tomado las Fuerzas Armadas un paso excepcional, la desaparición del gamonal, el patrón precapitalista. El fin de la servidumbre de una capa social. Sobre estos hechos hay libros-testimonios, no son novelas. Recomiendo Urin Parcco y Hanan Parcco, de Mercedes Crisóstomo Meza (editado por la PUCP). 

Sin embargo, por otra razón he recordado el origen de esa modificación. Las otras explosiones que he visto en mi vida han sido «emergencias inesperadas». Por ejemplo, en Francia, en París, una revuelta producida en la capa de los universitarios franceses (en esa época, hijos de la burguesía) y que se llama Mayo del 68. El lector me dirá ¿qué tienen que ver los indígenas campesinos del sur del Perú en los sesenta, y los muy diferentes estudiantes parisinos? Pues sí hay una semejanza, algo similar, no provienen de un partido. Y en el caso peruano, el Estado siguió a la iniciada revuelta pacífica de los campesinos sureños. Pero me atrevo a decir que los parecidos son sobrepasados por los hechos inesperados en la vida real. Estuve en Polonia, cuando el movimiento sindical Solidarnosc dirigido por Lech Walesa, un obrero electricista, en septiembre de 1980, se rebela contra el hecho que el poder comunista les ponía los representantes de los trabajadores, y estos solo querían elegir a sus propios dirigentes. Parece nada, pero era el inicio de la separación de los obreros y el sistema soviético. Fue, una vez más, un fenómeno sin partido. Eso a pocos años de la perestroika de Gorbatchev en el Moscú de 1985. Hay otros casos, Berlín en 1989. Una muchedumbre de ciudadanos alemanes en la noche del 9 de noviembre rompen y derrumban con sus propias manos el muro de Berlín. Y con ese derrumbe, el siglo XX comunista. 

Y entonces cabe decir que no se tiene cómo llamar a estos estallidos sociales. Sin embargo, encontramos un concepto. Los llamé las «realidades autárquicas». Fue en el 2006, para el número 100 de Socialismo y Participación, la estupenda revista que ha desaparecido, tanto como Quehacer y otras, mostrando un repliegue en el campo intelectual peruano. 

Llamé realidades autárquicas a los que son actores diversos, aunque hay sujetos sociales planteados por Michael Hardt y el italiano Antonio Negri a los que él llama «multitud», o más bien, «revolucionarios sin revolución». Y si son las víctimas de la globalización imperial los que se organizan de otra manera en los días del post leninismo. ¿Y si se avecinan nuevas formas de radicalismos —¿por qué no democráticos?— que sobrepasan la lógica misma de la representación delegativa? El caso del estallido en Chile es evidente. ¿Y si la manera misma de hacer política ha cambiado? ¿Y si el viejo topo de la historia ha vuelto a cavar, pero de otra manera? 

El tema es grave. Alguien ha dicho que en el Perú hierven «muchas organizaciones autónomas» y que no esperarán a ningún tipo de ideología conocida. El tema es enorme. Ni lo entienden aquí en las ciencias sociales y tampoco en la política. Muchos traen la sopa del pasado y repeticiones de ideologías que caminan para ser gobiernos de pocos para gobernar a muchos. No va a ser así. Demasiado sencillo para este siglo de la variedad de actores y la heterogeneidad tanto de los problemas como de las soluciones. Época de la pluralidad, difícil para los del «pensamiento único». Tienen que olvidar las ideas del siglo XX. Estamos en otro siglo. Mucho más complejo, con gente y masas que han estudiado y que no quieren repetir los errores del pasado.

Hugo Neira
05 de septiembre del 2021

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