Hugo Neira
Hobbes para contemporáneos
El tema de la violencia y la pacificación social no ha desaparecido
El Leviatán triunfó con las Monarquías absolutistas. Pero no pudo evitar dos formas nuevas y mayores de violencia. Los Estados-nación vencieron internamente a sus feudalismos, pero ellos mismos se volvieron sociedades de guerra. La guerra se hizo, en el siglo XIX, un asunto mayor, nacional, y en el siglo XX, de masas. Al incorporarse la industria, no se mejoraron solamente la artillería sino que se inventaron armas nuevas, el tanque de guerra, el avión, las grandes naves capaces de transportar armas y guerreros al extremo de los continentes. Y finalmente, el arma atómica. El apogeo de las guerras inter-estados fueron las dos guerras mundiales del siglo XX. Por otra parte, el Estado-nación se sirvió del Leviatán, a veces bajo la forma de totalitarismo, otras bajo la forma del Estado de bienestar, para la guerra social interna. Los conflictos civiles se volvieron, por lo general, conflictos armados internacionales. El asesinato a un archiduque austriaco conduce a la primera guerra. La crisis de España republicana prepara la segunda.
El tema de la violencia y la pacificación social, tema clave en el Leviathan, no ha desaparecido. Es parte de nuestra zozobra. Cierto, después de 1945, en la llamada guerra fría, el principio del temor logra paradójicamente, si no la paz, la no guerra. Hobbes habría sonreído. El arma nuclear se fabricó para no ser usada. Un viejo conatus hobbiano invadió a los halcones en Washington y al lado duro del aparato soviético, el temor. Pero si el recurso a la guerra desaparece en ese interregno, ella sigue siendo el mecanismo para rehacer nacionalidades, el caso de Yugoslavia, rota en varias repúblicas, en el África, en Argelia, Camboya, sin embargo, no es guerra entre Estados, es guerra interna. La violencia no desaparece como recurso político. Le llamamos a esos conflictos, “de baja intensidad”, hasta la hora en que uno de ellos, Irán, Israel, Corea, uno de estos días, en catastrófico gesto, lo devuelva a la escena internacional.
Eso no es todo. A las repúblicas existentes, les nacen otras repúblicas díscolas. A las naciones, nacionalidades. Cada comunidad cultural que no tiene Estado se ve en el derecho de procurárselo. El mundo actual no es ni pacífico ni de guerra fría, es de no-guerra y no-paz. Los conflictos no son enteramente regionales, locales, étnicos o religiosos, sino que se yuxtaponen, interfieren, se acercan y se separan. Estos conflictos ocurren ya no en sociedades arcaicas, donde los combatientes eran pocos, ni corresponden a los conflictos dinásticos como en la Europa moderna, o las guerras tradicionales de conquista desde los vikingos, mongoles o castellanos en las Indias y caballeros islámicos por todas partes. No son las guerras feroces entre la población civil por razones religiosas, en el XVI, las guerras de religión, o ideológicas del siglo XX. No se puede separar la barbarie de las guerras múltiples de nuestro tiempo, con el progreso, pese a todo, de una civilización mundial, fundada en el comercio, la técnica, la ciencia y las comunicaciones. Nada de eso ha impedido el atentado contra las Twin Towers. Nueva barbarie y nueva mundialización van de la mano. Jacques Attali, ante el desorden del planeta global, drogas, riesgo climático, capital financiero que se comporta como antiguos piratas y a falta de galeones asaltan monedas y Estados-nación, decía que este era un tiempo grave, “sin Papa ni Emperador”. Hobbes diría entonces que algo más realista debería reemplazar el fracasado intento de paz universal a través de Naciones Unidas. Tan desprovista de medios reales de coacción como la naufragada Sociedad de Naciones. Algo que se parezca, finalmente, al Leviatán, esta vez, a escala mundial.
Antonio Negri no dice nada diferente. Marx tendría razón, la economía ampliada, mal llamada capitalista, ya roza con los límites mismos del mundo habitado. Pero nadie ha dicho que ese Imperio mundial, sea quien sea su potencia hegemónica, acaso China confederada con otras potencias, tenga que ser mañana forzosamente despótico. Bien podría ser democrático. Y los Estados-nación, ir pasando su dulce vejez en su seno, así como en otros tiempos, las noblezas se fueron agotando lentamente. Hobbes nos espera en el próximo siglo. Naturalmente, las que tienen que calmarse para ese tránsito a una civilización mundial y tolerante, son las ideologías, que juegan en nuestro tiempo, el rol funesto que tuvieron en su tiempo, cruzados y milenaristas, partidarios del exterminio del que no pensaba o actuaba como ellos. Ya es tiempo que nos digamos que la intolerancia no se encuentra sino en quienes, de nuevo, disfrazan apetitos concretos de poder con buenas razones morales. Los tartufos hoy, son ideológicos. Ideología era una mala palabra para Marx. Se suele olvidar.
Extracto de ¿Qué es República?, Fondo Editorial USMP, Lima, 2012, pp. 106-107.















