Rocío Valverde

Los vivas de un niño

Diversas formas de celebrar las Fiestas Patrias

Los vivas de un niño
Rocío Valverde
30 de julio del 2018

 

Todos los años tengo la costumbre de preparar un pequeño festín para el 28 de julio, que consta de un par de pisco sours, causa rellena de palta y el plato de fondo que las tripas y el corazón me pidan. Con la barriga llena, pongo luego algunos valses e intento que los dos pies izquierdos de mi esposo se muevan sin darme un pisotón.

Este aniversario patrio me encontró batallando vientos huracanados, mientras buscaba erráticamente tiendas que vendieran tobilleras para esguinces. La mochila que llevaba a cuestas estaba reventando de papas, pimientos, huevos, galletas de doble chocolate e ibuprofeno. Todo lo necesario para poder asistir a mi esposo cuyo tobillo se había metamorfoseado en el de un elefante, luego de sufrir un esguince de tobillo jugando bádminton.

Solo recordé que debía celebrar mi peruanidad con especial empeño cuando mi querida tía Carolina me envió un mensaje con la imagen de San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima, deseándome un feliz día patrio. Probablemente hayan recibido el mismo mensaje porque yo lo recibí tres veces. ¡Es 28 de julio y yo con estos pelos!

Luego de rebuscar en todos los rincones de la cocina pude reunir los ingredientes necesarios para hacer una ocopa como la de mi madre, con galletas de vainilla. Parte de mi ritual había sido salvado. Mi esposo yace en un sofá desde hace cuatro días con la pata casi rota, mi comida es escasa y no tiene forma de causa, pero es un plato hecho con papas y una salsa del mismo color de la palta. ¿Algo así es el Perú?

Casi parece una República si entrecierras los ojos y la ves de lejos con un pisco adentro. Hay un poder ejecutivo catatónico, un poder legislativo lleno de independientes agrupados que históricamente se han zurrado en las leyes, como los infames roba cable, roba agua, come pollo. El tercer poder, ¿nos merecen la pena describirlo? Putrefacto.

Recuerdo aquellos años en los que nos preparábamos para marchar en el desfile patrio. Alargábamos las piernas al límite, sintiéndonos soldados con nuestra escarapela bicolor en el pecho. Competíamos en el distrito con la ilusión de poder desfilar por la avenida Brasil. Qué orgullo más grande desfilar para los gobernantes de la nación, y flamear nuestra bandera junto a las Fuerzas Armadas. Hoy no podría hacer lo mismo.

Por cuantos años más vamos a proclamar nuestro amor al Perú exaltando la riqueza de su tierra, su cultura y la gastronomía, pretendiendo que esto es suficiente para abonar nuestro orgullo patrio. Cinco presidentes investigados, tasa de anemia infantil en 43%, diez feminicidios al día, 3,400 accidentes vehiculares al año y el perjuicio económico de la corrupción, que es simplemente incalculable. ¿Cuánto más puede soportar este pueblo?

Mi pequeño sobrino de tres años es un niño lleno de risa. Parece que en el colegio le están enseñando el Himno Nacional. Lo canta con mucha prisa, comiéndose las estrofas hasta llegar a su parte favorita: dar las vivas. “¡Viva el Perú! ¡Viva el Perú!”, me dijo por teléfono en su media lengua. Viva, papito, que viva el Perú.

 

Rocío Valverde
30 de julio del 2018

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