Rocío Valverde

Llamas de altura

Nuestros camélidos están de moda en Europa

Llamas de altura
Rocío Valverde
07 de abril del 2019

 

A veces me olvido que algunos de los conceptos más simples para cualquier peruano son rarezas ante los ojos de un extranjero. Una vez, sin querer queriendo, he logrado dejar ojipláticos a un grupo de irlandeses, estadounidenses, británicos e indios. Si bien en este paÍs la reacción habitual de las personas al enterarse que soy limeña es vincularme con cierto oso andino proveniente de las oscuras montañas de Perú, la gran mayoría de extranjeros me preguntan, casi como sintiendo el cansancio en sus nalgas, por la cantidad de horas que toma el vuelo y si he tenido llamas como mascota.

Por algún motivo que desconozco, nuestro camélido le ha quitado el trono a los unicornios y flamencos en las preferencias de los niños y algunos adultos con alma de Peter Pan. Por estos lares se pueden encontrar llamas de todos los colores y tamaños en gorros, tarjetas de cumpleaños, peluches, llaveros y hasta como decoraciones para el árbol de navidad. La pasada Navidad Papá Noel cambió a sus renos por unas llamitas menos berrinchudas que saben soportar la altura. Algunos comidistas horrorizados me preguntan, sin querer saber la respuesta, si he comido cuyes. Se retuercen al oír que sí pero el morbo es más grande y quieren saber si se parece a la carne fibrosa del pollo. ¡Qué asco! ¡Pero qué curiosidad más culposa!

Cada mil lunas, como el viernes pasado, alguien me cuenta que va a viajar a Perú. Esta vez una muchacha americana me comentó que sus padres van a visitar Machu Picchu, pero lo harán siguiendo una ruta de senderismo y por ello se están preparando desde hace meses saliendo a caminar. La sombra de la malsana envidia de la glotonería cayó sobre mi panza y recordé la enorme cantidad de panes chuta que aspiré en Cusco. ¡Me la pasé entre panes y hojas de coca!, les dije con un acento más pronunciado, producto del mejor mojito que he probado en Inglaterra.

—¿Las hojas saben a chocolate o qué?— me preguntó una británica.

—No. Dije coca, no cacao.

—¿Coca como Coca Cola?

— Sí, coca como cocaína. Ya sabes, para el mal de altura.

Por sus caras de terror me di cuenta que, a pesar de estar entre copas y comida, estaba pidiendo a un grupo de científicos que jamás habían oído sobre mascar de hoja de coca que confiaran ciegamente en esta tradición ancestral. A pesar de los años aún recordaba las clases de fisiología animal, en las que estudiamos los mecanismos para la resistencia a la altura, la curva de disociación del oxígeno y hemoglobina, el tórax en tonel de los andinos aclimatados a la altura y la policitemia natural, no como la artificial inducida por los deportistas tramposos.

Estos conceptos tuvieron que fluir a pesar de la influencia del mojito. Era mi deber como peruana explicar por qué en Machu Picchu siempre encontrarán a un grupo de turistas tomándose el pecho, mientras las llamas y vicuñas miran con desprecio nuestra condición de simplones primates. Todos los peruanos deberíamos al menos saber que, entre su arsenal de armas biológicas, la hemoglobina de las llamas tiene mayor afinidad al oxígeno. La aclaración valió para que lo padres de esta muchacha sean aconsejados sobre el soroche y las hojas de coca. Además contribuí a que estos muchachos se unan a la moda de las llamas que ha infectado a la isla. Al menos ahora tendrán un motivo para endiosar a nuestros animalitos.

 

Rocío Valverde
07 de abril del 2019

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