Carlos Adrianzén

Lecciones chinas

Perú y China: coincidencias y diferencias sustanciales

Lecciones chinas
Carlos Adrianzén
01 de octubre del 2025

 

La cosa es asimétrica. Se escribe mucho sobre el notable despertar de la economía china y poco sobre lo profundo de la postración latinoamericana. Aunque ambos bloques resultan particularmente interesantes y ricos para el análisis económico y político. En estas líneas buscaremos enfocar sucintamente cinco lecciones extraíbles del análisis comparativo de las cifras de la economía china y de la latinoamericana, en un periodo enorme (1961–2025). 

Sin embargo, dos advertencias aquí resultan necesarias para su comodidad lectora. Primero, resulta clave considerar que analizamos comportamientos de largo plazo. Es decir, que cada periodo implica el promedio anual de cada variable en el quinquenio respectivo. Esta práctica descubre tendencias, desprecia episodios y perturbaciones coyunturales, y se diferencia del análisis keynesiano miope que caracteriza el grueso de las discusiones periodísticas sobre la materia. Entonces, muestra hechos usualmente consolidados, no destaca picos anuales u observaciones mentirosas.

Segundo, no implica puntualmente el desenvolvimiento del Perú y/o de ninguna nación latinoamericana. A pesar de que este conglomerado de naciones (tal como lo definen las estadísticas del Banco Mundial) implica básicamente a Argentina, Brasil y México –grosso modo, dos tercios del PBI regional–. Considerando similitudes, inter temporalidades y contagios políticos, la región tiene sus regularidades, y al extraer lecciones para la región, estas nos sirven a todos.

El tema central, el compararnos con la pujante República China y entender nuestros propios retos como región, resulta per se un asunto clave para comprender donde estamos hoy. Es decir, sirve para interiorizar las razones de fondo detrás de la longeva postración económica latinoamericana como porción del planeta. 

Sobre esta materia, encontraríamos que una proyección lineal de su PBI respecto al planeta (teniendo como base el periodo 1966-1981) bordearía en la actualidad el 14.6% del PBI mundial. Ergo, nuestra –públicamente ignorada– reducción desde el año 1982 redujo el tamaño relativo global del PBI latinoamericano en 132.4%; o en 8.3% del PBI global.

Por todo esto, enfocaremos cinco lecciones que –tanto latinoamericanos como chinos– no deberemos obviar.

 

La región donde nadie la hace

La primera de ellas resulta palmaria (Lección Uno con dos gráficos contrapuestos).

Parafraseando al despistadísimo libro de Alain Peyrefitte, a partir de los años ochenta la República Popular China despertó económicamente, y tuvo como acompañante directo la postración económica de las desconcertadas naciones que ocupan el sur del continente americano, desde el Río Grande hasta la Antártida. Esclavos de la torpeza de su intelectualidad, mientras ellos desmontaron barreras para la captación de recursos y tecnologías, los latinoamericanos pusimos barreras. Nos resistimos a abrirnos. Es decir, a mejorar significativamente.

Así las cosas, la producción agregada regional pasó de ser 6.6 veces mayor a la china en 1960, a ser hoy –todos juntitos y abrazados– apenas menos de un tercio chino. Mientras que –a pesar de que registran una población que más que duplica a la nuestra– el producto por persona latinoamericano pasó de ser 20 veces mayor a la china en 1960, a ser actualmente –en promedio regional– apenas mayor a la mitad del producto por persona chino.

Con toda crudeza, no tenemos mucho que agradecer a la inepta burocracia –de dictadores y candidatos a serlo que nos gobernó (y nos gobierna)–. Por supuesto, con alguna esporádica excepción.

 

Humildad versus vanidad

Si tenemos regionalmente un sello transversal éste es un Pecado Capital: la Vanidad. Nos creemos muy ricos y más democráticos, cuando meridianamente Latinoamérica y el Caribe dibujó y dibuja una recua variopinta de naciones pobres, oprimidas, desordenadas e institucionalmente sucias. Los chinos en cambio, conscientes de las extremas limitaciones democráticas de su gestión, captaron y comerciaron todo lo que pudieron. Y se convirtieron en una tremenda potencia militar. Sí, estimado lector, como el opresivo incanato.

Como el subgrafo de la derecha de la tercera figura nos muestra, nunca parecimos haber comprendido lo que teníamos que hacer para desarrollarnos –léase: crecer en forma sostenida y a un alto ritmo–. Y extractivos hasta la médula, abrazamos la maldición de tener recursos naturales, mientras que casi el íntegro de intentos por construir un ambiente inclusivo de mercado, los repudiamos y etiquetamos como neoliberalismo salvaje. 

Leímos –con un entusiasmo penoso– las confusiones de un deprimente poeta uruguayo que nos vende la imagen de una región con las venas abiertas. Desdichadamente, ni nuestros locuaces dictadores –desde Castro, Perón, Velasco Alvarado o Chávez–, ni los opacos aprendices de presidentes democráticos –Leoni, Belaúnde, Uribe o Aylwin–, visualizaron el reto económico de sus naciones. 

Resulta tan pobre la discusión política regional que se repite históricamente que el poder que no abusa… no es poder. Insisto, con una discusión política deformada ideológicamente (por una intelectualidad local izquierdistoide y deplorable), se repite mucho el oxímoron de que solamente las dictaduras crecen. Una hedionda combinación de vanidad e ignorancia, esas grandes parteras de la corrupción burocrática regional.

La Figura que enfatiza cortoplacistamente los últimos seis quinquenios no solo nos muestra la velocidad del deterioro. Nos enseña lo que deberíamos copiar de los chinos. Ellos aspiran al desarrollo económico, mientras que los latinoamericanos a dejarnos. Nos creemos ricos sin serlo. Y como lo dice el gráfico: nos pasaron por encima…

 

La razón de fondo

Los dos subgrafos de la Cuarta Lección de estas líneas están conectados. China avanza notablemente, mientras Latinoamérica deja de llamarse la tierra de las oportunidades por muchas razones superpuestas. Pero indudablemente la mayor implica la perentoria ignorancia económica de sus gobiernos. 

En Latinoamérica, perdidos desde que los europeos nos abandonaron, usamos un keynesianismo que parece no haber leído la Teoría General. En la región, se quiebran institucionalidades y se sopla el gasto público a rajatabla, destruyendo, y como resultado de ello, no respetan la autonomía de sus bancos centrales y la inflación explosiona. 

No parecemos entender que el Socialismo y el Mercantilismo son económicamente muy venenosos. No hay desarrollo económico significativo con ellos. Ni en China.

 

Subdesarrollados, ambos

Como en el caso de la Presión Tributaria, con el vocablo Desarrollo se acuñan definiciones para todos los clientes y bolsillos. Sin embargo, sostener que un país como La República China, que tiene un producto por persona grosso modo similar al promedio mundial, es una nación desarrollada… no soporta mayor discusión seria. 

Claro que China es un ejemplo histórico de recuperación y crecimiento. Una potencia comercial, tecnológica y militar. Pero sus estándares de vida no son los de un país rico o desarrollado. Comparte los mismos retos que la región latinoamericana, aunque como lo muestra la figura quinta, nosotros nos estamos subdesarrollando y ellos… aún serían una nación meridianamente subdesarrollada. 

Pero ellos ambicionan seriamente serlo, nosotros creemos ilusamente que ya lo somos. Al final… compartimos pues el mismo reto: convertirnos algún día en una nación muy rica y desarrollada con los ingresos por persona de Suecia, Japón o Noruega.

 

En el dolor, hermanos

Dado que el objetivo pendiente de la China resulta hoy el mismo de Latinoamérica y el Caribe, el camino recomendable –y pendiente– para ambos es también estructuralmente el mismo: convertirnos en una sociedad de mercado. Con una economía inclusiva a lo Acemoğlu y Robinson. Con bajísima opresión económica y política. Esta senda, para ninguno de los dos, será un camino placentero. 

No es solamente que los gobiernos de izquierda necesitan pobres. La agresiva bipolarización de estos tiempos y las guerras comerciales en pleno desarrollo gritan –a China y a Latinoamérica y El Caribe– que el pasado “ya pasó”. Los oscuros Clinton, Obama y Biden dibujaron “not-so-good-old-times” para el planeta. 

Aunque pocos lo subrayan, sin la maduración de reformas inclusivas, el futuro de ambos bloques resulta previsible y accidentado. 

Y sí, el desarrollo económico futuro será una quimera, para ambos.

Carlos Adrianzén
01 de octubre del 2025

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