Franco Consoli
La violencia global y el reto de enfrentarla
¿En qué mundo vivimos?

La violencia crece en distintas partes del mundo y con cada día que pasa la sensación de inseguridad se expande. El crimen y la injusticia atraviesan fronteras, ideologías y culturas, generando miedo e incertidumbre. La inseguridad se ha convertido en una presencia constante que puede transformar a cualquiera, en cuestión de días, de ciudadano libre en víctima anónima de una estadística.
El problema no distingue continentes. En Estados Unidos, por ejemplo, un país que históricamente se ha proclamado como la “tierra de la libertad”, el nivel de homicidios supera los cincuenta diarios. Este fenómeno refleja un retroceso en la idea de seguridad y en el ejercicio de derechos básicos como la libertad de expresión, cada vez más amenazados en distintos espacios. El asesinato del Charlie Kirk es un claro ejemplo de ello. En Estados Unidos, el país que se proclamaba “la tierra de la libertad”, asesinaron a un hombre solo por usar la palabra. Por decir lo que pensaba, defender sus ideas, sin gritos ni agresividad, sólo mediante diálogo. Utilizando ese derecho a la libre expresión que los americanos tanto aclaman.
En Perú, la situación no es distinta. Según datos del Sinadef, 1,619 personas han sido asesinadas en lo que va del año; en promedio, seis homicidios diarios, uno cada cuatro horas. De ellos, cada tres días una de las víctimas es un menor de edad. La violencia se ha vuelto parte del día a día de los peruanos, y a menos de un año de las elecciones presidenciales, ningún candidato ha planteado una estrategia clara y decidida para enfrentar el problema.
Pero esta situación no se reduce únicamente al continente americano. Europa, tan orgullosa de su civilización ilustrada, tampoco se salva. En Francia, el Ministerio del Interior reporta cien violaciones diarias; el 58% de las víctimas son menores. Una crisis gravemente vinculada a la inmigración ilegal, entre otros factores, pero que muchos prefieren esconder bajo la alfombra del progresismo. Suecia, la postal de la paz nórdica, registra 55 tiroteos en Estocolmo en lo que va del año. Bélgica se ve obligada a militarizar Bruselas para contener el narcotráfico y los casi cien tiroteos de un solo año.
La situación es aún más dramática en regiones de África y Asia. A inicios del año, más de cien mujeres fueron víctimas de violación y asesinato en la República Democrática del Congo, según datos de la ONU. En Nigeria, un ataque de extremistas islámicos dejó doscientos católicos muertos en solo tres horas. A ello se suman las muertes diarias en conflictos como los de Ucrania, Rusia y Gaza, que parecen haberse normalizado en la cobertura mediática.
El problema es global y complejo. La violencia ya no se limita a los escenarios de guerra; también está presente en las calles y en la vida cotidiana de millones de personas. A esta realidad se suma la indiferencia de quienes gobiernan y priorizan intereses personales por encima de la seguridad ciudadana. La responsabilidad recae no solo en los criminales, sino también en quienes, teniendo el poder de actuar, eligen no hacerlo.
Vivimos en un mundo más frágil y peligroso. Las generaciones anteriores podían definir la paz como la ausencia de guerra. Hoy, la paz debería medirse en la ausencia de muertes evitables, en la posibilidad de salir de casa con la certeza de regresar. Y esa paz, lamentablemente, sigue siendo esquiva.
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