Eduardo Zapata
Las palabras y el vaso medio lleno

No se debe ceder a los caprichos de los periodistas
Es más que probable que aún hoy jueves nuestras palabras sean tributarias del fervor deportivo despertado en una semana de éxitos. Hasta los habituales envenenadores de la vida pública —y aun privada— cambiarán su embozada o desembozada ponzoña por conversaciones y términos lingüísticos que sabrán más de pros que de contras.
Y es que a veces no advertimos el poder de las palabras para construir realidades. A pesar de que tanto la lingüística, la semiótica y las neurociencias nos confirmen —científicamente— que nuestra visión del mundo solo existe en nuestra mente. Y que las percepciones son modificadas por nuestras experiencias. A fin de cuentas, el lenguaje del cerebro —y sus manifestaciones verbales— devienen de sensores que transforman el mundo al convertir las experiencias en señales eléctricas que el cerebro lee.
Una simple palabra o una nota periodística, por ejemplo, son capaces de hacer descender los niveles de serotonina en el cerebro. Como seguramente sabemos, la serotonina es una hormona que afecta nuestras emociones. Una simple palabra es capaz de hacer descender los niveles de esta sustancia y, entonces, de causar en nosotros un estado depresivo.
Toda esta reflexión es fácilmente comprobable. Lamentablemente, muchos peruanos viven en el permanente anti. Embozada o desembozadamente, particularmente es el periodismo el que ha creído hacer del anti un instrumento de marketing más que de convicciones políticas, anteponiendo supuestas adhesiones a sus causas y haciendo caso omiso de las advertencias que hemos hecho. Con tal de parecer ingeniosos o de pasar por adalides de ciertas posturas, no vacilan en envenenar la mente de sus lectores o auditores. Como muchos se han creído aquello de considerarse líderes de opinión –y a pesar de los juramentos éticos hechos en sus facultades de Periodismo— estos comunicadores a veces no reparan en el daño individual y colectivo que sus palabras pueden generar.
El pacto social supone confianza. Y la mismísima economía tiene un altísimo componente emocional vinculado a esa palabra. Transitar permanentemente por los antis y no buscar el equilibrio en el juicio va erosionando la confianza requerida por todo país para salir adelante.
Los antis (casi estructurales en nuestro periodismo) se habían empoderado en nuestros medios. No importaba si el locutor, la locutora, el comentarista o la comentarista carecían de argumentos para sustentarlos. El asunto se reducía a poner un rostro inquisidor, cierto tono burlón y emitir paparruchadas que gratificasen al público cautivo de su programa.
Un distinguido periodista que nos acaba de visitar ha dicho que “el periodismo no puede ceder a los caprichos del lector”. Deberíamos añadir a lo dicho que un periodismo equilibrado tampoco debe ceder a los caprichos del endiosado o endiosada periodista. Porque de por medio está la generación o inhibición de la confianza.
Ojalá que el aumento de serotonina causado por el transitorio éxito deportivo contribuya a la crítica política equilibrada. Sin eludir la denuncia y sin abdicar de la voz firme, tratemos —en la medida de lo posible— de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. La salud mental del país todo lo agradecerá.
Eduardo E. Zapata Saldaña
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