Alan Salinas
La violencia terrorista y el Apra
María Huapaya y los 1214 héroes de la democracia

Hace unas semanas, se presentó un hábeas corpus para el arresto domiciliario del genocida Abimael Guzmán, el cual generó –en redes sociales y medios de comunicación– una verdadera alarma. En ese contexto, hubo varios debates sobre si lo sucedido en los 20 años de irrupción de Sendero Luminoso en el país puede ser considerado un conflicto armado.
En el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) se señala que de 1980 a 2000 hubo un “conflicto armado interno”, entre el Estado peruano y las hordas senderistas. Es importante dicho informe porque relata minuciosamente lo ocurrido en el Perú, pero eso no implica dejar de criticar la concepción bajo la cual fue elaborada la historia.
¿Realmente hubo un conflicto armado interno? La respuesta es clara: no. En el momento en el que irrumpe Sendero Luminoso, salíamos de una dictadura y reiniciábamos el periodo democrático en el país. En ese periodo, se impulsó una nueva constitución que otorgaba universalización de derechos políticos, sociales y económicos para amplios sectores populares y clases medias.
No es como lo que ocurrió –por ejemplo– en 1932, con la insurgencia aprista, cuando se alzaron en armas hombres y mujeres para recobrar la democracia en el país. Sendero Luminoso pudo haber propuesto la “guerra popular”, pero el Estado peruano en ningún momento aceptó los términos. Si eso fuera el caso, estos terroristas serían catalogados como prisioneros de guerra, y no es así. Por lo tanto, podemos afirmar que en el país hubo violencia terrorista, porque se atentó contra el Estado y contra los ciudadanos peruanos de toda condición social.
Ahora, ¿qué rol cumplió el Apra en ese periodo? Cumplió un rol vital. Como sostiene Carlos Meléndez, Alan García –presidente de 1985 a 1990– intentó restablecer el orden democrático del país mediante las SAIS, una combinación de cooperativa de trabajo asalariado y comunidad campesina. No tuvo éxito, pero se impulsó (El Comercio, 09/09/17).
Desde el partido, los militantes (en los lugares donde se desenvolvió la violencia terrorista, sea en el periodo de gobierno del Apra y fuera de él) impulsaron la organización y llevaron el mensaje de libertad frente al miedo. No fue nada fácil, claro está. Allí tenemos a María Huapaya –lideresa aprista en el Agustino–, quien ofrendó su vida para tener un país distinto al de la demencia terrorista. Los apristas recordamos siempre su frase en un pizarrón del club de madres de Riva Agüero: “No tememos a los cobardes. Aprista, ten orgullo de tu gran partido”.
Así como ella, el Apra otorgó 1,214 vidas (entre dirigentes, funcionarios públicos y militantes). Recordémoslo como lo que son: héroes de la democracia.
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