La sempiterna crisis de EsSalud

Recientemente el presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, se ha referido a la insatisfacción ciudadana por la mala atención en los servicios que el Estado brinda. Indubitablemente EsSalud es uno de ellos: listas de esperas larguísimas para la atención en todos los servicios que presta, en las que el asegurado y sus familiares experimentan demasiadas tribulaciones. 

En los últimos días, las miradas se han centrado en la institución por el relevo de su presidente ejecutivo, Gino Dávila, luego que el mandatario Pedro Castillo fue duramente abucheado al asistir a la ceremonia de aniversario de unos principales hospitales, Edgardo Rebagliati. Mal consejo se le dio al gobernante de asistir al lugar que es el centro de todos los descontentos. 

La acumulación de problemas institucionales es de larga data. Hay honrosas excepciones de determinadas gestiones directrices, que dieron señales de encaminarse a mejores rumbos; pero que lamentablemente fueron efímeras. En el presente período gubernamental se ha ingresado a una anomía inédita en los últimos 30 años, empezando por un hecho que se ha convertido en costumbre desde julio del año pasado, la alta rotación de titulares de la institución, en este caso 4 en 16 meses, un presidente cada 4 meses. 

EsSalud es una institución sobrepasada por la demanda de sus 11.7 millones de asegurados, por su exceso de personal –nada menos que 66,000 personas según la última memoria institucional publicada, que corresponde al 2020– y por su déficit de capacidad de atención en todo sentido. Este año cuenta con un presupuesto de ingresos de S/ 13,766 millones e inexplicablemente con todas las carencias existentes tiene previsto tener un superávit presupuestal de S/ 500 millones. 

La crisis de la institución tiene diversas aristas: adeudos de empleadores, entre ellos el propio Estado; tasas preferenciales de aportes de determinados sectores que justamente son los que más servicios toman; y la mala gestión por las malas designaciones políticas en los más altos cargos. Teniendo un directorio tripartito –Estado, empleadores y trabajadores asegurados–, todos al final terminan absorbidos por el letargo. Y el cambio no se avizora, ahora con mucha mayor razón.

Pensando en el futuro, corresponde a los aspirantes a tomar el poder político plantear un inicio de cambio, que tendrá que ser bastante audaz. Está demostrado que la gestión de la institución a cargo del aparato gubernamental no arriba a buen puerto; siempre se está iniciando un nuevo período, con discurso de reorganización incorporado. Sugiero que, manteniendo un directorio tripartito, se otorgue a los empleadores el derecho de designar al capitoste, lo que requiere cambios legislativos. Es indispensable ir en ese camino. 

El derecho de los empleadores privados es evidente: son los aportantes del 67% de los ingresos, y es hora que tomen el reto. Se supone que tienen mayor capacidad de gestión y profesionales altamente calificados que se pondrán a prueba con tamaño desafío.

Los discursos flamígeros contra el exceso de personal, del rol de los sindicatos y del ejercicio de autoridad se tendrán que confrontar con la realidad. El diálogo y los acuerdos tripartitos serán buena práctica para los profesionales que exudan excelencia.

Nos ponemos a la espera de las iniciativas de la clase política, sin las cuales no será posible intentar un viraje difícil, pero indispensable; y que pasa, en primer término, por tener una propuesta y luego conseguir aprobarla en el Congreso de la República. Tomen la palabra del presidente del BCR de la necesidad de atender necesidades insatisfechas. Es la hora de trabajar para una futura gestión gubernamental, no basta la letanía de la suspensión o vacancia presidencial.