Humberto Abanto

La revolución no necesita sabios

Gobierno sigue apostando por la cuarentena medieval

La revolución no necesita sabios
Humberto Abanto
19 de agosto del 2020


I

Durante el Terror impuesto por Maximiliano Robespierre en la Francia revolucionaria, Antoine Laurent de Lavoisier –padre de la química moderna y descubridor de la Ley de la Conservación de la Materia– fue pasado por la guillotina. La sentencia lo alcanzó cuando estaba a punto de concluir unos experimentos. No la impugnó. Solo suplicó que le permitieran terminar sus trabajos científicos. «La revolución no necesita sabios», fue la seca respuesta del juez jacobino ante su pedido.

Siguiendo las huellas del juez revolucionario, el presidente del Consejo de Ministros, general EP (r) Walter Roger Martos Ruiz, decidió irrumpir en las páginas de la historia y acuñar la monumental sentencia por la que habrán de recordarlo las próximas generaciones: «No necesitamos tener una base científica para conocer que la contención (del coronavirus) se consigue con la inmovilización».

No es novedad. La evidencia –obstinada, como siempre– demuestra que si algo no le hace falta al (des)gobierno –además de la Constitución y el estado de derecho– es justamente el conocimiento, la ciencia. Si ella aconseja pruebas moleculares en vez de serológicas, opta por las segundas y desecha las primeras. Si propugna cercos epidemiológicos para combatir la pandemia, dice que es muy tarde y repone el toque de queda dominical. Si advierte que se dañará la economía, la respuesta es que no importa porque la vida es más importante, olvidando que el hambre mata tanto o más que la peste. Así que si la revolución no necesita sabios, el general Martos y su jefe mucho menos que la revolución.


II

«En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho», diría Calderón de la Barca. Uno se pregunta si estamos ante simple obcecación o una malignidad de la peor especie, de la que por amor al poder desprecia la vida. Casi 60,000 muertos y nueve millones de desempleados después, resulta increíble que alguien se equivoque tanto. En especial, si las lecciones de la pandemia son tan claras. Todo indica, entonces, que lo peor aún está por venir.

Contra toda razón lógica –el ingeniero Vizcarra, con la insistencia del que mucho se despide porque no se quiere ir, ha reiterado que no postulará el 2021–, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) –think tank de las reformas impulsadas por el régimen– lanzó una encuesta que mide la intención de voto del detentador del poder. Sorprendentemente [sarcasmo], lo pone en primer lugar, casi triplicando al segundo, tercero y cuarto, que empatan en menos de 6% de las preferencias electorales.

Oportunamente se consulta a un “especialista en temas electorales”, quien –haciendo sorpresa de lo evidente– nos da cuenta de que, debido a la pandemia, más de sesenta países han postergado sus elecciones.


III

Por otra parte, el (des)gobierno no compra ni distribuye paquetes de medicinas para la Covid-19 entre la población, a sabiendas de que el problema de la pandemia es el problema del tratamiento temprano. Ni siquiera porque el general Martos ha dicho –a despecho del robusto optimismo del exministro de Salud Abel Salinas– que ya es tarde para cercos epidemiológicos. No parece reparar en que si los cercos epidemiológicos ya son tardíos, el encierro dominical resulta redundantemente inútil. Así las cosas, la opción razonable no es otra que el tratamiento temprano. Pero no, el Ejecutivo prefiere la nada escondida senda por donde han ido los muchos nada sabios que en el mundo han sido: el encierro como solución epidemiológica.

¿A quién beneficia que los hospitales rebalsen de pacientes graves y que los muertos se apilen en las morgues de los hospitales públicos y clínicas privadas? A las personas no, a la economía tampoco y a la institucionalidad mucho menos. Una máxima de experiencia nos obliga a recordar que en las crisis no todos pierden. Algunos ganan. ¿Quiénes son esos algunos en este caso y qué es lo que están ganando?


IV

La encuesta del IEP con que rompió fuegos la campaña reeleccionista, dice que el 51% de la población carece de candidato presidencial, que la palabra del detentador del poder se viene devaluando progresivamente y que la desaprobación del (des)gobierno crece. Las condiciones no parecen dadas, por tanto, para que el modelo de democracia de baja intensidad se perpetúe en el poder.

No basta con la ambición de quedarse en el poder, es indispensable que el pueblo sienta la necesidad de que el hombre providencial se quede en él. Las crisis graves son fenomenales para ello. Si se duda, habría que recordar que un pueblo culto y educado como el alemán –en medio del fiasco de la República de Weimar– le dio todo el poder a Adolfo Hitler. Huelgan comentarios.

Tal vez por eso la encuesta del IEP –según la cual, una mayoría empieza a decantarse por ungir a alguien con experiencia que sea capaz de actuar fuera de los márgenes de la constitucionalidad– hace salivar a los capitostes del régimen. Bastaría con agravar la crisis para que las formas democráticas cedan el paso a las manías autoritarias que, por lo demás, ya asoman de la mano de un hombre que ve el mundo desde la torre de vigilancia de un cuartel.


V

Si, como Mercedes Aráoz ha revelado, hubo un plan para sacar al fujimorismo del camino –así como, a toda persona o movimiento político opositor al programa autoritario del ingeniero Vizcarra– y este plan fue concebido por quien hasta hace pocos días fue consejero en Palacio de Gobierno, sería absurdo no concluir que mucho de lo que hemos visto en el acontecer político fue la ejecución de ese programa antidemocrático.

Los áulicos dirán que fue la lucha contra la corrupción, pero el desenfado con que se maneja la cosa pública pone en evidencia que el argumento anticorrupción no es más que un pretexto. Aquí lo que hay es la toma del poder a cualquier costo y, lógicamente, su conservación igualmente a cualquier costo. Cabrá insistir, entonces, en que nadie da un golpe de estado para irse.

La encuesta del IEP pone las cosas en su real dimensión. Primero, probó que los medios de comunicación no rechazarán la postulación de Martín Alberto Vizcarra Cornejo, aunque suponga –una vez más, claro está– la quiebra de su palabra. Segundo, detecta la apertura de la voluntad popular hacia opciones heterodoxas, por decir lo menos. Tercero, aclara que no están dadas las condiciones para la perpetuación en el poder y hace urgente agravar la crisis hasta la desesperación y poner en una pausa el proceso electoral. 

La nueva entente cordial entre la Plaza de Armas y la Plaza Bolívar, y el oportuno compartir del pan presupuestal, hacen que el tiempo corra a favor de quienes están encaramados en el poder. «La revolución no necesita sabios», dijo el juez jacobino, y la que estamos viviendo los necesita muchísimo menos que ninguna otra. La cabeza de Lavoisier volverá a rodar y la de la democracia junto con ella.

Humberto Abanto
19 de agosto del 2020

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