Juan Sheput
La república de la desvergüenza. Cada vez peor
Vivimos en un estado de descomposición generalizada

Si estuviéramos en un país donde la integridad se entiende como fundamental para la democracia, la señora Boluarte habría despedido en el acto a aquel que la haga hacer el ridículo o que le de pésima información, sin procesarla, sin consultarla, sin evaluarla y sin sopesarla con los involucrados. Sabría que si la hacen cometer un error de esta índole, podría impedir su repunte en las encuestas y, por lo tanto, la recuperación de su legitimidad. Una mala propuesta en un contexto de baja popularidad sería fatal para un gobierno que pretende ser legítimo y tener estándares mínimos de gobernabilidad.
Sin embargo, en el Perú de estos días no pasa nada. Un ministro sin prestigio, vociferante, sin dimensión de Estado, puede presentar una propuesta de pacotilla, involucrar recursos escasos del presupuesto, traficar con las expectativas de la gente, conducir a la presidenta al ridículo total y no pasa nada. A la presidenta no le importa, al conjunto de los ministros tampoco y a la ciudadanía menos, pues ya saben que del actual elenco político no se puede esperar nada. En un contexto dramático de inseguridad se pueden plantear iniciativas de humo, inútiles en el corto, mediano y largo plazo y la vida seguirá igual entre otras cosas porque no hay vocación de superación en el gobierno, no hay oposición entre los políticos y la gente solo quiere que llegue el 28 de julio para que el actual elenco se vaya y rinda cuentas.
Vivimos en un estado de descomposición generalizado, en el cual la falta de vergüenza (mecanismo de autocontrol social) ha devenido en desfachatez (que es descaro, desvergüenza y falta de respeto); es decir, en desprecio por el país. Esto es absolutamente inédito. Aristóteles decía que el sinvergüenza, al ser consciente de sus actos, obra tratando de ocultar su acción e inclusive finge no serlo. El desvergonzado es peor. También es consciente de sus actos, pero no le importa, es “sin-vergüenza”, es desfachatado, no teme el control ni rechazo social, pues posee un comportamiento amoral y anormal. Un gobierno o una persona pueden ser sinvergüenzas si cometen algo repudiable. Un gobierno o una persona desvergonzada también pueden cometerlo, pero sin importarle las críticas o reproches que pueda recibir. Considero que el Gobierno de Dina Boluarte será reconocido como el de la república desfachatada.
Lo lamentable es que se dice que algo es depravado cuando lo que predomina es la desvergüenza que no es otra cosa que una forma pervertida de la sinvergüencería.
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