Raúl Mendoza Cánepa
La musa inmortal
De Dante Alighieri a José Martí

La inmortalidad en la literatura a veces la ganan los escritores, muchas veces también sus musas. Dante Alighieri conoció a Beatrice Portinari cuando ella era una niña, y la idealizó sin intercambiar una palabra con ella. El vínculo emocional no surgió de una inmersión, sino de la admiración del poeta por aquella belleza grácil. Su belleza se hizo memorable y el primer encuentro quedó para la posteridad. Sabemos casi siete siglos después sobre el vestido que Beatrice llevaba cuando Dante la conoció: “Sobre el cándido velo, orla de oliva / Dama me apareció, tras verde manto, / Vestida de color de llama viva”. Hoy, desde una biblioteca, un hombre que escribe un artículo imagina vívidamente aquel momento que no vivió.
Marcel Proust pretendió capturar el tiempo en A la recherche du temps perdu, pero sin la idealización de una mujer que le perdurara. Beatrice fue especial, en ese sentido, tuvo el privilegio de un reino inmortal. Ella se habría de casar con el banquero Simona Di Geri para morir solo tres años después en pleno esplendor. Dante la robó para su literatura. Destrozado por su muerte escribió Vita Nuova. “Toda dulzura, toda ventura / nace en el alma del que hablar la siente”. Poeta enamorado no soltaría a Beatrice y la llevaría a la cumbre en su obra esencial: La Divina Comedia. Virgilio guía a Dante por el purgatorio y el infierno. Beatrice no merece sino la pureza de ser hallada en el cielo y desde allí guía al poeta en su viaje inmortal. La obra fue tardía, concluida poco antes de la muerte de Dante, como un emblema del amor que no se olvida.
Recordaba a Beatrice a partir de una lectura del poema “La niña de Guatemala”, del poeta José Martí. Historias distintas, aunque no tan disímiles, si asumimos que fueron amores que no se consumaron. La combustión quedó apenas para la pluma. Martí conoció a María García Granados, una bella joven de Guatemala, y se quedó prendado desde el primer momento. Sin embargo, el poeta estaba pronto a casarse con Carmen Zayas y, traicionando el amor que debió elegir, optó por el deber y no por el llamado de la trascendencia. Cuando Martí volvió unos años más tarde a Guatemala, la hermosa María le escribió una nota: “Hace días que llegaste a Guatemala y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto”. Martí, no acudió a la invitación. María, dicen, “se murió de amor” (las fuentes cercanas aseguraron que fue una enfermedad pulmonar).
Como sea, el poeta le escribió uno de los poemas más celebrados de la lengua castellana, pero lo publicó doce años después de la muerte de María, y con lógica explicación, poco tiempo después que Carmen Zayas lo abandonara. No había retornos para Martí, que sopesaría entonces cuán feliz hubiera sido de elegir a aquella joven que dejó en el camino. Solo le quedó la poesía.
Las páginas no remiendan lo ya ido, pero sirven para la inspiración: “Quiero, a la sombra de un ala, / Contar este cuento en flor: / La niña de Guatemala, / La que se murió de amor / (…) Como de bronce candente / Al beso de despedida / Era su frente ¡la frente que más he amado en la vida! / (…) Se entró de tarde en el río, / La sacó muerta el doctor: / Dicen que murió de frío: /Yo sé que murió de amor”.
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