Erick Flores

La envidia no es justicia

En defensa de la riqueza y del esfuerzo personal

La envidia no es justicia
Erick Flores
24 de julio del 2018

 

Messi es uno de los mejores jugadores en toda la historia del fútbol. El argentino es —quizá— el proletario mejor asalariado del planeta, y creo que nadie podría discutir sus credenciales en lo que al deporte se refiere. Su talento, dedicación y esfuerzo le valen a Messi millones de dólares al año, y es lo más normal del mundo. Pasa lo mismo si cambiamos a Messi por cualquier otro deportista de élite, todos estos ganan muy bien y eso les permite llevar un ritmo de vida sin ningún tipo de carencia y rodeado de todas las comodidades posibles.

Esta realidad no tendría que suponer ningún problema porque, hasta donde sabemos, Messi jamás le ha robado un centavo a alguien para conseguir todo lo que ha conseguido; sin embargo, algunas personas creen que la riqueza de Messi es injusta solo porque deriva de una situación que se podría considerar desigual (nadie ha nacido con el pie de Messi). Y siguiendo la lógica detrás de su juicio, se preguntan ¿por qué un maestro de escuela gana menos que un futbolista? Y cualquiera que entienda un poco sobre economía y cómo es que la división social del trabajo funciona, conoce la forma en que se originan los precios y se determinan los salarios en un mercado. Pero en esta particular pregunta no solo podemos encontrar una pésima formación académica en economía, sino un juicio moral que solo se puede explicar a través de la envidia.

¿Por qué molesta tanto la riqueza ajena? Es decir, uno podría comprender esta molestia si se tratara de la fortuna de la familia Castro, en Cuba, porque estos sí han construido su fortuna a través del robo sistemático que le hicieron —y siguen haciendo—, por más de cincuenta años, a los cubanos que tienen la desdicha de vivir en la isla. ¿Pero por qué encontrar injusticia en la acumulación de capital de Messi, Gates o Slim? Incluso si a estas personas que reniegan de la riqueza de algunos la vida los tratara mejor y permitiera que mañana ganen diez veces más que lo que ganan hoy en día, igual seguirían acusando de inmorales a los ricos, sin que medie algún motivo razonable.

Y esto ocurre porque es la envidia y no otra cosa, la base de todo el discurso en contra de la riqueza. No es el maestro de escuela el que le preocupa al que odia la riqueza, tampoco son los pobres, mucho menos los niños y ancianos, como suelen decir siempre. Lo que a este personaje le molesta, al extremo de exigirle al Estado que use el monopolio de la violencia para cazar a los ricos y quitarles su riqueza, es el éxito de los demás. Este personaje prefiere que todos seamos igual de miserables y nos muramos de hambre, a ser desiguales y poder ganarnos la vida a base de esfuerzo y dedicación. Le da igual la pobreza porque mientras todos seamos pobres no hay ningún problema. Pero cuando uno trabaja horas extra para poder llevar a su familia a cenar a un lujoso restaurante, eso sí es un pecado capital para este personaje.

La envidia, por más que el odio a la riqueza pretenda arropar con “nobleza” y “buenas intenciones” su causa, jamás será justicia. Cuando el césped del jardín está demasiado alto, hay que podarlo. Y cuando uno poda el césped, corta la hierba alta a la altura del piso. El buen salvaje odiador de la riqueza no es un personaje que busca justicia para los pobres y sacarlos de la pobreza; todo lo contrario, motivado por la envidia no hace otra cosa que tratar de destruir la riqueza para que todos seamos igual de pobres. La igualdad es hacia abajo, nunca hacia arriba. Y como alguna vez dijo Abraham Lincoln: “De la misma forma en que no puedes darle fuerza al débil debilitando al fuerte, tampoco puedes ayudar al pobre arruinando al rico”.

 

Erick Flores
24 de julio del 2018

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