Cecilia Bákula
La desvergüenza y lenidad del cumpli-miento
Sobre el libro “El cerebro corrupto” de Eduardo Herrera Velarde
Parece que cada día nos volvemos más permisivos y tolerantes con la actitud de cumplir, sabiendo que la intención es solo el usar una careta de practicar las normas y hacerlo solo en apariencia; para dar cumpli-miento a lo que en todas las esferas se exige.
Nuestra conciencia se va haciendo cada vez más laxa, hasta que llegará a convertirse en una costra dura de penetrar, que es lo que se conoce como la conciencia cauterizada. Y ello se agrava no solo porque no se satisface a cabalidad con lo que se debe, sino porque se va asumiendo una conducta colectiva de impunidad en la que todo el rigor se suaviza, endulza y envuelve en un marco de mentira y falsedad.
Una vez más ha salido a la luz la profusión de títulos falsos que han sido otorgados “a nombre de la Nación” y que proliferan en todo el país, apareciendo principalmente en Hojas de Vida de funcionarios públicos de todos los niveles. Esa funesta práctica, debería ser erradicada de la raíz, con sanciones que hagan temer a los más avezados traficantes de mentira. No hablamos solo de personas que por “maliciosa ingenuidad” señalan que poseen estudios y experiencias de las que carecen del todo, sino que hay quienes, con esos cartones de engaño, se desempeñan grosera y peligrosamente como profesionales.
Y el problema radica, además, en que hay centros de enseñanza superior que quizá emiten los títulos dentro de los pequeños y bajos parámetros de su propia calidad académica y lo hacen sabiendo que con esos “galardones”, sus egresados no están en condiciones de competir ni de desempeñarse eficientemente en el rubro en el que supuestamente podrían trabajar. Y, como si fuera poco, se sabe que algunos de esos centros de estudios están asociados a políticos que se desempeñan actualmente en diversos cargos y, por ello y sus intereses, la reforma educativa se enfrenta a trabas aparentemente insalvables porque el interés y motivación no está en educar e instruir, sino en el aspecto crematístico del negocio y son ellos los que, de alguna manera, propician este comercio de certificados, contratos de trabajo, títulos universitarios y técnicos.
Y volvemos a lo anterior: un candidato a cualquier trabajo, incluyendo los más altos niveles del Estado, presentan, en efecto, Hojas de Vida enjundiosas, pero con sustento nulo de verdad y legalidad, es decir, se da cumpli-miento en el mejor sentido de esa expresión puesta en cursivas.
Ha llegado a mis manos un libro cuyo contenido muestra el horror de lo que se vive en el sistema de judicial, en todo el territorio nacional y, lamentablemente, en todos los estamentos del sistema, siendo muy pocos los que se eximen de esas prácticas y menos aún los que se atreven a exponer con tanta crudeza la realidad a la que se ven sometidos, pues no puede un individuo solo atentar contra toda la monolítica podredumbre que encuentra.
Se trata del libro El cerebro corrupto de Eduardo Herrera Velarde, publicación que, por su contenido valiente, se encuentra ya en la cuarta edición. Sobre esta publicación, radical, severa y dramática, deseo copiar lo que sobre ella refiere el abogado César Nakazaki: “El testimonio y reflexión de Eduardo Herrera Velarde sigue plenamente vigente. Las vivencias como abogado sobre el grave problema estructural de la corrupción en el sistema de justicia penal, explican por qué muchos la asimilan, toleran o temen”.
El propio autor dirá que los mecanismos de acción corrupta a los que se ven sometidos autoridades y procesados no son explícitos, sino se actúa mediante códigos que de manera implícita implican una acción corrupta, dolosa y pervertida y con radical verdad indica “No estamos preparados para decir no, estamos preparados para la coima”.
Estos ejemplos que señalo demuestran la bajísima catadura moral de nuestra población y es urgente atacar esa desgracia con conductas probas, con educación en valores, con orgullo por la bondad, la legalidad y la honestidad. En muchos casos es el propio Estado y su sistema elefantiásico el que hace que se perviertan los procesos. Recientemente tuve que rendir el examen médico para renovar mi licencia de conducir y quedé más que sorprendida del proceso innecesario por lo poco útil que de verdad puede ser y por la exigencia de cumplir tiempos fijados para cada etapa, es decir que, si se termina antes, hay que esperar para dar cumpli-miento. Y, los técnicos que atienden cumplen esos procesos, aunque se percatan de la poca utilidad.
Comprendo que se verifique el nivel de eficiencia en la audición y en la agudeza visual, pero el examen psicotécnico es, a mi criterio, si no innecesario, ineficiente. Una parte incluye 100 preguntas y entre ellas se debe responder a asuntos que, si evaluaran, realmente al postulante, se emitirían muy, muy pocas licencias. En otra parte del examen, hay preguntas que requieren de lógica, experiencia y algo de conocimientos y un bastante de comprensión lectora, de lo que carece gran parte de nuestra población.
Todo ello me lleva a pensar en lo intrincado que nos hemos vuelto como sociedad que creemos que la eficiencia está en hacer los procesos y las normas cada vez más repletas de etapas y requerimientos, de truquitos y recovecos que, a la larga, llevan a un actuar corrupto, pero se cumple…
La chatura moral nos pasará una factura cada vez mayor pues, lo peor que le puede pasar al ser humano en sociedad es saber que no se puede confiar y que de alguna manera, se es parte de un juego tenebroso de falsedades que se convierten en necesarias, comunes, evidentes y “normales”. Recrear el alma del peruano, devolviéndole los valores ancestrales de la verdad, la justicia y la honestidad, como lemas y banderas infranqueables, sería la mejor inversión si queremos aspirar a gozar de un futuro posible en dignidad.
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