Erika Valdivieso

La cultura de la cancelación

¿Sucumbiremos ante el pensamiento único y la autocensura?

La cultura de la cancelación
Erika Valdivieso
25 de noviembre del 2020


Se denomina “cultura de la cancelación” al fenómeno mediante el cual un personaje mediático, una empresa o una marca de producto, son víctimas de un boicot en las redes sociales por el hecho de haber tenido una conducta considerada inaceptable, que no representa los valores de la sociedad o alejada de lo políticamente correcto, según el criterio de quienes promueven dicha censura. Este hecho se agrava con la rapidez con la que puede difundirse el mensaje negativo y el anonimato propio de las redes, que hace imposible –por otro lado– que la persona afectada se defienda. 

Si bien los entendidos señalan que el término tiene su origen en el movimiento Me Too, que buscaba la “cancelación” de las celebridades que manifestaran una opinión cuestionable o hubiesen tenido una conducta delictiva, machista, racista u homófoba(1), esta práctica no es extraña en la historia. Siempre nos han acompañado penosos sucesos en los cuales quienes ostentan el poder –legítimo o tirano– asumen como prerrogativa el silenciamiento de aquellos disidentes al régimen, con el fin de formar una narrativa única, una sola verdad. El efecto es que los ciudadanos viven en una realidad creada por el poder, de acuerdo con su propia conveniencia. 

La diferencia con lo que sucede actualmente puede estar en que la cultura de la cancelación tiene un perfil horizontal. No busca acabar con los disidentes desde una estructura del poder única, sino que se pueden activar a la vez distintas plataformas (dependiendo del relato que se defienda) para silenciar a quien simplemente piense distinto. Encuentra su fundamento en la negación de cualquier verdad o realidad objetiva, y asume que solo existen diferentes discursos que funcionan como el marco de lo que se puede pensar, y en la práctica funcionan como dispositivos de dominación(2). El relativismo permite que finalmente sea la mayoría (independientemente de cómo se forme) la que escoja su verdad.

Las formas en las que se presenta son diversas: boicots a perfiles de Instagram o Facebook, denuncias masivas para el bloqueo de cuentas de Twitter, falacias ad hominem, maltrato masivo a través de insultos, distribución de información fuera de contexto o falsa, desprestigio generalizado, etc. Y también puede sobrepasar los límites inmateriales de la red y concretarse en mala publicidad para dejar de comprar algún producto, presión a los auspiciadores de algún programa, e incluso la organización de manifestaciones frente a los domicilios de personas que “lo merecen” (lo mismo da un conductor de televisión, un ministro o un magistrado del Tribunal Constitucional). Todo esto con la anuencia de un público en redes que –pese a no estar de acuerdo– se queda callado para evitar ser el próximo en la lista. 

Como señalan algunos autores, hoy en día, la cultura de la cancelación representa una verdadera amenaza a la libertad intelectual en cualquier lugar del mundo. Así, una reciente encuesta del Cato Institute, señala que un tercio de los estadounidenses asegura que les preocupa en lo personal perder sus empleos u oportunidades de trabajo si expresan sus verdaderas opiniones políticas(3). En ese país, como en otros, personas de todos los ámbitos (artistas, políticos, intelectuales, funcionarios, etc.) han sido avergonzadas de manera pública, al punto de ser obligados a ofrecer disculpas frente a una audiencia que se convierte en juez y parte de una situación que pretende resolverse en la inmediatez de las redes. Una solución efectista, pero que no llega a tocar el problema de fondo (si hubiere, en efecto, una real afectación a los valores de la sociedad). Lo acabamos de vivir en las últimas semanas en nuestro país.

Algunos señalan que esta forma de comportamiento podría enmarcarse en el ejercicio de la libertad de expresión o “una manifestación de la ciudadanía a través de la tecnología”(4). Sin embargo, al defender esta postura se deja de lado que cualquier ejercicio de libertades trae consigo la responsabilidad de su uso adecuado y dentro de los límites que el respeto de la dignidad de los demás exige. 

Más bien, el escarnio público que se hace de una persona por las ideas que manifiesta termina siendo un atentado contra la libertad de expresión contenida en el Art.2,4 de la Constitución Política, que consagra el derecho de toda persona a opinar, expresarse o difundir su pensamiento mediante la palabra oral o escrita o mediante imágenes, utilizando cualquier medio de comunicación social y, lo más importante, sin previa autorización, ni censura ni impedimento algunos. Ahora bien, si estas expresiones excedieran los límites permitidos, la persona afectada, tendrá las vías legales habilitadas para defender sus derechos. Los mecanismos de defensa deben utilizarse a través de un debido proceso y no de manera autocompositiva. 

Por lo que se ha visto, la cultura de la cancelación va más allá de una defensa de derechos o una reivindicación, es en realidad la renuncia expresa e intencionada al debate de ideas, al pensamiento crítico o a la búsqueda de la verdad. El objetivo es silenciar simplemente a quien piensa distinto e imponer una forma de ver la realidad. Resulta siendo una práctica antidemocrática porque impide “la participación informada y racional de las personas en los asuntos público, la fiscalización social, la vigilancia ciudadana del poder, así como el debate plural que se espera en todo Estado Democrático de Derecho”(5). 

Rauch(6) sostiene que no existe nada más alejado del pluralismo y del debate crítico que la cultura de la cancelación. Una cultura crítica busca corregir antes que castigar, tolera los desacuerdos en vez de silenciarlos, confía en la persuasión, en su compromiso por explorar una amplia gama de ideas y de corregir en lugar de coaccionar al que comete un error, no ve ningún sentido en instaurar un clima de temor, invita a las personas a escucharse unas a otras, a recurrir a la evidencia y a los argumentos, a comportarse razonablemente y a evitar los ataques personales. Sin embargo, todo esto se abandona cuando desde un poder difuso (o varios) se pretende intimidar o silenciar a los demás. 

El objetivo se logra cuando el lógico temor al agravio público (o a sentirse fuera de la seguridad que otorga “la mayoría”) termina silenciando las distintas voces de las que debe estar compuesta la convivencia democrática. El pensamiento único, lo “políticamente correcto”, gana espacio y crea una falsa sensación de hegemonía (obtenida a base de la intimidación antes descrita) que se propaga en redes y saliendo de ellas, se instaura en las mismas relaciones personales. Se asume que quien piensa distinto puede y debe ser silenciado con el agravante que, en ese camino se atenta también contra la dignidad de las personas. Esta parece ser la clave, debe entenderse que se puede separar las ideas de las personas. No todas las ideas tienen el mismo valor, aunque eso no significa que no se respeten y se discutan. El hecho es que en el camino algunas se descartan y se escogen otras para responder mejor a la consecución del bien común o a la convivencia pacífica. Sin embargo, las personas no pueden descartarse, tienen el mismo valor al margen de sus ideas y parece que ahora mismo, esto no se reconoce.

Quizás, como señala Lozano “el gran debate –el de fondo– está entre los que pensamos que existe la verdad, aunque muchas veces sea difícil discernirla y aunque sepamos que es tan rica y compleja que el que se sienta dueño absoluto de ella normalmente estará mintiendo; y aquellos que piensan que todo es relativo”(7). Entre quienes sostienen que la verdad se descubre también a través del pensamiento crítico y quienes piensan que la única manera de sostenerse sin verdad es imponiendo una forma de pensar. 

Tal parece que el desapego por la búsqueda de la verdad (sea cual fuere la razón) nos llevará a sucumbir ante un pensamiento único y la mayor prueba de esto es la autocensura que cada día y en mayor número, las personas se imponen.

1 Barba (2019), Cultura de la cancelación. https://elpais.com/elpais/2019/12/04/opinion/1575479967_372184.html
2 Cfr. Infobae (2020) Qué es la cultura de la cancelación, la tendencia que puede destruir a alguien en pocos minutos https://www.infobae.com/sociedad/2020/07/11/que-es-la-cultura-de-la-cancelacion-la-tendencia-que-puede-destruir-a-alguien-en-pocos-minutos
3 Rauch, Jonathan (2020) La lista de chequeo de la cultura de la cancelación
https://www.letraslibres.com/mexico/cultura/la-lista-chequeo-la-cultura-la-cancelacion
4 CNN – Chile (2019) La cultura de la cancelación, la práctica de eliminar a un artista de tu vida tras sentirte decepcionada
5 Defensoría del Pueblo (2000). Informe sobre la situación de la libertad de expresión en el Perú. https://www.defensoria.gob.pe/wp-content/uploads/2018/05/informe_48.pdf p.5
6 Rauch, Jonathan. Ibid.
7 Lozano. El reto ético en la sociedad posmoderna. https://www.up.edu.mx/sites/default/files/ponencia_para_ingreso_a_academia_de_derecho_internacional.pdf

Erika Valdivieso
25 de noviembre del 2020

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