Raul Labarthe

La caza de brujas y el mito del buen salvaje

A propósito de los excesos de las rondas campesinas

La caza de brujas y el mito del buen salvaje
Raul Labarthe
15 de julio del 2022


Todo el pensamiento de izquierda deriva de uno de los grandes filósofos de la Ilustración: Jean-Jaques Rousseau, escritor suizo de mediados del siglo XVIII que, en gran medida, fue crítico de este proceso. Inspiró a los jacobinos, herederos de sus ideas, quienes conformaron el ala más radical de la Revolución Francesa, y que gobernaron entre 1792 y 1794, con cerca de 11 meses de estado de sitio, conocidos como El Terror. La magnitud del impacto de sus ideas es simplemente incalculable y siguen vigentes, en diversas corrientes, desde el marxismo-leninismo hasta el republicanismo progresista. Sin embargo, a raíz de la aberrante actitud de algunos izquierdistas, que justificaron la escandalosa tortura de ocho mujeres por parte de ronderos en la provincia de Pataz, por presuntamente dedicarse a la hechicería, cabe hacer una reflexión respecto a la ideología que comparte este grupo, y que los conduce -en extremos- a justificarlo.

Rousseau acuño la idea del ‘buen salvaje’ que puede sintetizarse en la frase “el hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe”. El mito del buen salvaje pretende afirmar que un hombre apegado a la naturaleza, es decir, el “hombre primitivo”, es bueno física y moralmente, pero que la superioridad de la civilización conduce a que este sea eliminado y asimilado a las inmorales costumbres que, se supone, esta representa. La institución de la propiedad -fruto del orden civil- sería, no sólo el origen de las desigualdades –rompiendo la igualdad propia del estado de naturaleza idílico que se formula–, sino también el germen de una corrupción moral que no es propia de aquellos hombres puros y libres que trae la vida aborigen. Esta conceptualización es muy relevante para analizar el discurso indigenista, y la tesis de que la imposición de los valores de Occidente son la causa del fracaso de la América Latina, llevándola a su corrupción y atraso.

Con los lentes de esta ideología, el nativo no podría ser capaz de obrar incorrectamente, ya que el mal sólo se adquiere con la libertad que trae la civilización. Por supuesto, cualquier persona razonable entenderá que los ronderos no son personas no contactadas, ni ‘aborígenes’ en ningún aspecto; en primer lugar, la gran mayoría de ellos hablan español, son cristianos o católicos, y son parte de la ciudadanía. Pero es sobre este mito que se ha construido la narrativa populista que llevó al presidente Pedro Castillo al poder, como un grito desgarrador del Perú profundo, para dar ‘un golpe sobre la mesa’ ante tanta corrupción. Este mito debe sostenerse por la supervivencia de la visión maniquea de ‘cholos’ vs. ‘blancos’, de pobres vs. ricos, de Lima vs. el interior, que conforma el sustento de poder de estos grupo, ya sea en este gobierno, como en su accionar político futuro.

Además, es sobre la base de este mito que se construye otra piedra angular fundamental en el progresismo: el relativismo cultural. Al ser la moralidad una construcción pura del poder y del orden civil, esta es perfectamente moldeable, y se corresponde a una mera arbitrariedad impuesta en las distintas comunidades políticas. No caben los juicios que apelen a una ética objetiva ya que, si en determinada civilización se practicaba la esclavitud, los sacrificios humanos, el canibalismo o las cazas de brujas, ¿quiénes somos para juzgarlos? “Es su cultura”, dirían muchos. Bajo esta misma idea, los progresistas, al ser maleables en función de cualquier retórica que necesiten construir; caen en la flagrante contradicción de combatir el machismo y el abuso de menores, que bien podrían –bajo su retorcido marco teórico–, calzar como meras diferencias culturales. 

¿Cómo se puede defender cualquier cambio social sin una ética objetiva? Pues eso, representan una contradicción flagrante, en un entorno donde prima el discurso buenista sin mayor análisis. Sin ética objetiva no existe posibilidad de progreso, porque no existe nada hacia lo cual progresar. Ser relativista y ser progresista, son mutuamente excluyentes. ¿Pero será que, tal vez, exigir apego a la lógica sea mucho pedir? Eso parece.

Raul Labarthe
15 de julio del 2022

COMENTARIOS