Carlos Adrianzén
La bendita inversión extranjera… que odiamos
El desarrollo económico solo es posible con la inversión extranjera
Rara vez algo es puramente casual. Casi todos los eventos tienen, tanto determinantes (variables que los explican), cuanto un componente fortuito (de carácter aleatorio). El problema de fondo –en casi todos los eventos que deseamos comprender– no implica solo su casualidad, involucra lo que no conocemos.
Esta vez los invito a escudriñar cuáles serían las razones que explicarían el rechazo -casi consuetudinario- a la Inversión Extranjera en nuestro país (IED). ¿Es este rechazo algo casual? Pero antes de enfocar la materia, resulta clave descubrir por qué resulta tan –pero tan– importante descubrir y subrayar esto.
La IED incorpora la inversión recibida de un inversionista extranjero que posee el diez por ciento -o más- de las acciones con derecho a voto de la empresa con quien realiza la transacción. Una inversión con propietarios extranjeros. Inversiones acostumbradas y exigentes que deciden comparando calidades regulatorias y cumplimiento del orden público y no toleran cosas como la flagrante corrupción burocrática o el sostenido incumplimiento de la Ley.
En un ambiente como el peruano actual –donde la corrupción burocrática y el incumplimiento de la Ley, según los estimados del propio Banco Mundial resultan altos y crecientes– los influjos netos de IED son magros y cambiantes. Los inversionistas extranjeros usualmente requieren una institucionalidad estable y atractiva. Y nótese, cuando esta es neutra resulta atractiva para ellos y para la doméstica competitiva. Pero, nótese también que la IED tiene enemigos naturales. De hecho, colisiona con intereses mercantilistas o estatales con carga ideológica. Ambos sectores sobreviven gracias a licencias monopólicas o tratamientos especiales. Resultan adversos a la IED competitiva. Esta, ni prolifera en ámbitos políticamente negociados, ni se adaptará a las reglas mercantilistas de la plaza.
No es casualidad que los dictadores corruptos y sus mercaderes amigos resulten opuestos recalcitrantemente a la IED. Financian consistentemente panfletos como el escrito por el uruguayo Galeano y la metáfora de las venas abiertas de Iberoamérica. Todos los Políticos Pillos la odian… cuando no es una venta ideológica.
Por todo esto, a nadie le debe sorprender lo reducido, ideologizado y/o corrupto del acervo de IED en nuestro país. Muchos inversionistas interesados en hacer negocios en nuestro país debieron pasar por un doble tamiz: transferencia de dádivas para los mercaderes y también para los burócratas locales.
La escala y ritmo de influjo de la IED en nuestro país en los últimos cinco lustros nos libera de mayores detalles (Figura Uno).
Por ejemplo, las huellas del cambio de rumbo económico (su sesgo ideológico socialista-mercantilista) desde los días de Humala hasta Boluarte, no solo se contrastan en la explosión de la Corrupción Burocrática, sino por la reducción a su séptima parte en el influjo neto de inversión extranjera directa -por habitante en dólares constantes.
Nótese además que la enfermedad es contagiosa. Rige en el ámbito regional (ver figura Dos). En la región la tasa de IED como porcentaje de su PBI apenas bordea el 3%. Solo últimamente la escala relativa de la IED peruana resulta menor a la escala pigmea del influjo de inversión extranjera directa que aún ingresa a la región.
¿Importa esto? Sí. Importa y mucho.
Económicamente, la IED afecta positivamente los tres parámetros básicos requeridos para expandir la curva de frontera de posibilidades de producción de la nación (recursos, instituciones y tecnología). Algo que todo economista, científico político, o abogado debió haber aprendido desde su primer ciclo universitario.
Con la IED Ingresan al Perú: (1) recursos que no tenemos; (2) nos transfieren tecnologías que carecemos; y (3) se requieren reglas que posibilitan dicha producción.
Como el tercer gráfico describe, existe una asociación positiva entre los flujos de IED y el crecimiento de la Economía peruana.
Como nos enseña el valioso libro de Edward Prescott y Stephen Parente (2002), el detalle lo dan los gobiernos que elegimos o toleramos. Ellos imponen barreras monopólicas e institucionales que nos impiden atraer lo que necesitamos. O, como el título del aludido libro sugiere. Introducimos políticamente barricadas que impiden hacerse ricos. Y así, bloqueando el ingreso de los recursos, instituciones y tecnología asociados a la IED nos hacemos más pobres.
La última nota de prensa del INEI
En los últimos días, gran parte de nuestra opinión pública quedó sorprendida, anonadada, y hasta indignada al descubrir la explosión de millones de nuevos pobres asociados a la gestión de los presidentes de izquierda en el poder en la última década. Sí… simple y sencillamente: cuando cae la IED, se enerva la incidencia de pobreza (ver gráfico Cuatro). Cabe decirse que este “descubrimiento” es una sorpresa solo entre peruanos (por nuestra pronunciada ceguera ideológica).
La explosión aludida no fue algo casual. Ni fue algo muy reciente, ni súbito. Aquí es menester recordar que todo comienzo una década atrás trabando una variable: la IED.
Un detalle de cierre
Resulta crítico ponderar la enorme importancia -para las mayorías nacionales- de captar hoy mucho mayores flujos de Inversión Extranjera Directa bajo condiciones competitivas. Esta borra la pobreza cuando es captada a un ritmo alto y sostenido.
Está bien, fuimos engañados desde 1821, desde la primaria hasta el doctorado. Pero abramos los ojos. Con flujos más altos y crecientes de IED el desarrollo económico peruano sería inevitable. Nuestra suerte está y siempre estuvo en nuestras manos.
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