Pedro Olaechea

La agenda que nos separa

Una metamorfosis de la ya anticuada lucha de clases

La agenda que nos separa
Pedro Olaechea
31 de julio del 2018

 

Todo populismo —en su sentido actual— postula una división entre
‘los buenos’ y ‘los malos’ (Enrique Krauze).

 

Hace unos días, se llevó a cabo la criticada elección para la presidencia del Congreso de este periodo (2018-2019). La lista número 2, encabezada por mi querido amigo Víctor Andrés García Belaunde, presentó una plataforma con varios puntos (ver el 3 y el 4) bastantes generales, pero que podían llevar a iniciativas cuestionables. Lamentablemente le tuve que decir que, con esas condiciones y muy a pesar mío, no lo podía acompañar con mi voto, aún sabiendo que cierto sector condenaría mi decisión. En cualquier otro contexto, seguramente hubiera contado con mi apoyo.

En mi columna publicada el martes pasado rechacé el concepto de clase que usa muchas veces la izquierda y afirmé lo siguiente: “No es cierto —como planteaba su adorado barbitas— que las personas, al reconocerse como parte de una clase, comiencen a actuar en función de los intereses del grupo al que pertenecen”.

Es justamente esa idea la piedra angular del marxismo para ganar terreno en el debate público. Aparecen y señalan a los personajes: siempre hay uno bueno y uno malo, así generan confrontación. De pronto resulta que no hay forma válida de actuar que no se ajuste al “método” definido por el “barbiche”, y los acólitos de la superstición marxista se autoproclaman herederos de la verdad. Para ellos, los malos —aquellos que se apartan de su verdad revelada— nunca podrán ser buenos. Esto, por supuesto, no necesita mayor demostración.

Enrique Krauze, en su magistral obra El pueblo soy yo, habla de la metamorfosis que ha sufrido la ya anticuada lucha de clases. Hoy en día la izquierda ya no habla del enfrentamiento entre el capitalista y el proletario. Las víctimas y los victimarios han cambiado, pero la izquierda se sigue autoproclamando defensora “calificada” de los buenos, los monopolistas del corazón y de la sensibilidad social. Y además se han reinventado: ahora son lights. Se llaman “progresistas”, “socialistas”, “de avanzada”; pero no olvidemos la vieja canción que dice: “te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao”. Que no te engañen. Se nombran árbitros de la democracia y terminan destruyéndola.

A través de conceptos muy generales y aparentemente inofensivos, como “leyes laborales” o “leyes sociales”, pasan de contrabando políticas que disminuyen las libertades individuales y generan las peores de las pobrezas. Bajo el pretexto de defendernos de “los malos”, podríamos terminar viendo a distinguidos miembros de la izquierda neocomunista manejando a conveniencia nuestras vidas.

Comparto un ejemplo. El llamado derecho al trabajo puede terminar convirtiéndose en el derecho a la estabilidad laboral. ¿Suena bien, no? Claro, quién no quisiera tener trabajo asegurado. Pero, ¿qué consecuencias trae? Es necesaria la cuidadosa reflexión y observar los problemas que estas políticas han desencadenado en los países donde son aplicadas. Incluso sin ir tan lejos, podemos ver las consecuencias de este tipo de políticas en varias regiones; como Río Blanco (Piura), Tía María (Arequipa), y Michiquillay (Cajamarca). En estos territorios, con el pretexto de los derechos sociales y ambientales, se trabó la inversión y el desarrollo.

Como al Fausto de Goethe, la izquierda condicionó su apoyo a Víctor Andrés García Belaunde. Esta vez pedían su alma como moneda de cambio y al mismo tiempo el alma de la democracia del Perú.

 

Pedro Olaechea
31 de julio del 2018

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