Juan C. Valdivia Cano

Justicia, equidad, justicia social

La equidad es humana. La justicia es divina e inalcanzable

Justicia, equidad, justicia social
Juan C. Valdivia Cano
26 de febrero del 2025


El problema del concepto de justicia, valor esencial del derecho –junto a la equidad–, es que se trata de un ideal, y todo ideal es absoluto: nadie quiere o espera un cuarto, o la mitad, o un poco de justicia. Lo que se espera en cada caso es que se haga justicia a secas, y punto. Y de ahí una de las dificultades para definirla: su carácter absoluto, inalcanzable o inabarcable propios de un ideal. Pero, además, en aparente paradoja, el carácter histórico de los diversos conceptos de justicia –siempre con el mismo nombre, “justicia”–, los diversos criterios de lo que es justo o injusto en cada etapa histórico cultural y las divergencias dentro de cada una de ellas.

Lo único que tenemos es la célebre noción romana de justicia que creo que viene del jurisprudente Ulpiano en la época de la República: justicia como “el firme propósito de dar a cada uno lo que le corresponde”. Es todo lo que tenemos. Pero no nos dice lo que más esperamos y requerimos: cómo saber qué es lo que le corresponde a cada uno en cada caso. En la noción de Ulpiano no hay propiamente una definición, una que cuente con género próximo y diferencia específica de acuerdo al maestro Aristóteles (hombre: animal racional).

Lo único que tenemos de justicia en Ulpiano es simplemente un “firme propósito”. Es decir, un ideal. El buen afán de dar a cada uno lo que le corresponde, especialmente el juez en su actividad profesional. Pero ¿cómo lograrlo? Hasta aquí nomás llegamos. La justicia humana de los tribunales es la única que tenemos, es la única realmente existente, la otra es un ideal, un gran ideal, ficticio como todo ideal, como todo absoluto, aunque no inútil. Los humanos necesitamos grandes ideales para vivir humanamente.. 

La tarea jurídica consiste justamente en determinar qué le corresponde a cada uno en un caso específico y por qué razones jurídicas. Saber que como juez novato y asustado, tengo que darle a cada quien lo que le corresponde –lo que ya había escuchado desde el primer año de derecho– no resuelve el problema jurídico de saber qué le corresponde a cada quien en el caso que tengo en mi despacho. Ulpiano no me ayuda un milímetro en los casos específicos y esos son los únicos que hay. Tal vez aquí hay una tautología oculta que no se presenta como tal: ¿qué significa en concreto “dar a cada uno lo que le corresponde”, si es algo tan general o abstracto? Solo como meta, solo como ideal. 

El otro problema con la justicia es su ceguera, que en su simbolización aparece con venda en los ojos. Lo que significa que no solo es ciega sino que quiere la ceguera. Eso puede significar , por ejemplo, que el juez hará mejor justicia si desconoce en persona completamente a las partes. Por eso las partes hablan (o hablaban) a través del secretario y detrás de un muro de expedientes que garantizaran la independencia, la imparcialidad, que impida el favoritismo judicial. 

La justicia es ciega también porque no hay una definición universal válida para todos, porque es un ideal absoluto que se materializa de manera diferente en cada momento histórico cultural. Ser imparcial se entiende por ahora como juzgar en abstracto, representa una cierta idea de justicia –no la única– sin olvidar la amenazadora espada, que es una parte del símbolo no muy empática en manos de una dama ciega. Y es ciega porque la única noción de justicia que hay es circular. Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, y dar a cada uno lo que le corresponde es ser justo. ¿De qué me sirve este círculo a la hora de trabajar? Solo como meta, solo como ideal. Lo que no es poca cosa. Y el del juez también es solo un punto de vista. 

La justicia se hace posible desde su origen romano por el principio de equidad, en tanto la noción tradicional de justicia no es muy fructífera para hacer posible la tarea del juez. La equidad es humana, la justicia es divina e inalcanzable. Como humana que es, la equidad es posible, no es un sueño, no es un delirio. Como dice Julien Freund, gran jurista francés, “equidad” significa tener en cuenta tres cosas: “el imperio de las circunstancias, la naturaleza de las cosas y la ceguera de la justicia”. La equidad es una justicia sin venda. 

Por esa dificultad con el concepto de justicia, que aludimos líneas atrás, es que existe el principio de equidad, que nace con el derecho en la República romana y lo crea caso por caso, para que luego se pudieran elaborar las normas y códigos por generalización, hasta la recopilación justinianea que llegó hasta nosotros por ser hispano occidentales. Me refiero a la cultura, a la identidad, al espíritu, no a la raza: me refiero a la lengua, la religión, la estructura mental y el derecho. 

Imaginémonos ahora, o situémonos realmente, en un jardín y delante de nosotros una palmera, un sauce, un eucalipto, etc. Luego determinamos –mentalmente, en abstracto– los puntos comunes de todos estos gigantescos objetos y dejando de lado –por abstracción, mentalmente– las diferencias específicas de cada uno, creamos el concepto “árbol”. Por eso todo concepto es mental o abstracto, no tiene existencia propia, ni presencia física, si bien el concepto se puede representar y definir. Pero también el unicornio, o el triángulo, se pueden representar y definir y no por eso se puede afirmar que existen objetivamente. 

Mientras que los objetos del jardín ya citados tienen existencia física o material, son cosas concretas independientes de nosotros, los conceptos son abstractos, puramente mentales. Y solo así se puede decir que existen, nada más que como conceptos. Todo concepto es solo mental. Y toda palabra es un concepto. La “justicia social” es un concepto que produce una ilusión, que la sociedad existe por sí misma. Pero lo social, la sociedad, es un concepto, una palabra, producto de una generalización-abstracción, no algo perceptible por los sentidos. No tiene existencia propia e independiente de los individuos que la conforman. No es un ente con vida propia, voluntad propia, inteligencia propia, etc. 

No puede haber una justicia social, la sociedad no es justa ni injusta, ni puede serlo porque no existe en concreto independientemente. Los únicos que pueden ser justos o injustos son esos individuos concretos, de carne, hueso, sangre, ADN y DNI. Un maremoto no puede ser justo o injusto, un accidente de tránsito tampoco, por más doloroso que sea. 

Lo peor del concepto “justicia social” deriva de la pregunta ¿quién decide y define lo que es “justicia social”? Respuesta: El que tiene el poder político para decir qué es y cómo hacer “justicia social”. Es el que va a decidir a quién favorecer o no con la “justicia social”: el gobierno. Es el gobierno el que va a realizar la justicia social a punta de impuestos progresivos, de redistribución según criterios populistas, de subsidios y favoritismos mercantilistas, de prebendas, y mucho gasto público, etc. Ya sabemos para qué. Le llaman “beneficio privado con dinero público”. 

Pero el dinero para hacer “justicia social” no sale del Estado, ni de los relojes de Dina. El Estado no genera riqueza sino los contribuyentes a través de los impuestos. Sin embargo, son ellos, los gobiernos, los que deciden qué hacer con esos impuestos, con esos dineros. Y así ganan los populistas avemarías ajenas con dineros que no son suyos. Es el sistema más funcional, adecuado y tentador para el desarrollo de la corrupción. Si en arca de oro el justo peca ¿cómo será cuando, como ahora ocurre, el gobernante está tan lejos de ser considerado “justo”? ¿Y cuando tiene el arca abierta por algunos años para hacer “obra pública”? 

Mientras la masa que elige y vota siga hipnotizada (como los intelectuales afines) con la omnipotencia del Estado, el nuevo Dios laico que debe resolver todos los problemas que han planteado los electores, la sociedad civil y los individuos perderán más y más poder e iniciativa porque serán más dependientes del papá Estado (gobierno). Y estamos en manos de gobernantes cada vez más necios que, con sus hechos y dichos, reivindican bárbaramente el derecho a no tener razón.

Juan C. Valdivia Cano
26 de febrero del 2025

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