Octavio Vinces

Insomnio y espera

Insomnio y espera
Octavio Vinces
30 de septiembre del 2014

Un breve pero excelente texto literario del autor de esta columna

No es extraño que me despierte en medio de la noche y que me cueste mucho volver a dormirme. La situación se ha tornado pesada al punto que he comenzado a intentar sacar provecho de las horas de desvelo, leyendo, escribiendo o simplemente navegando en internet. Hace unos minutos estaba en la indecisión de seguir con La música como pensamiento, el ensayo de Mark Evan Bonds sobre la recepción ideológica de las sinfonías de Beethoven en el siglo XIX, o retomar el texto con el que, sin mayores esperanzas, vengo luchando desde que la relectura de Cartas a un joven novelista de Vargas Llosa me impulsó a dar forma a algunas historias que he guardado desde mi adolescencia.

Pero como soy un perezoso incorregible, opté por el Facebook.

Nunca dejo de sorprenderme —hasta podría decir que de escandalizarme— con los comentarios que alguna gente escribe o las fotografías que cuelga en el Facebook. Claro que eso no me impide quedarme pegado durante innumerables minutos que incluso pueden transformarse en horas —el tiempo psicológico pasa de prisa cuando estamos inmersos en experiencias que nos distraen y absorben (Vargas Llosa dixit)—. Gentes que alguna vez conocí exponen sus renovados puntos de vista, mutan, se transforman, adquieren nuevas costumbres e ideologías, cambian de sexo, pierden cabello o se lo tiñen, envejecen o adelgazan sobre la pantalla de mi laptop. Y todo eso resulta ser materia propicia para mi inefable curiosidad; esa lombriz que, desatada e insaciable, siempre tiene más hambre cuando más comida le doy.

Me detuve a revisar las fotografías de unos viejos amigos a quienes no veo desde hace casi una década. Posaban ante mí, histriónicos y alegres, en un concierto de Guns’n’Roses en Barcelona. Se trata de un par de hermanos —Cristina y Fernando, hijos de gallega y leonés— con sus respectivas parejas; personas formales, comerciantes de toda la vida que un día se hartaron de un gobierno con apetencias hegemónicas e intervencionistas y tomaron la dolorosa decisión de irse del país; y que, vistos en frío sobre esta pantalla, parecen haberse transformado en una banda de pandilleros anacrónicos, con sus calvicies, sus arrugas, sus tetas un tanto caídas, sus barbas salpicadas por las canas y sus camisetas negras con calaveras.

De pronto, desde un pequeño rectángulo que se autogenera en la parte inferior derecha del site, apareció Clara, una amiga madrileña de mis tiempos universitarios en Ithaca. Quiero mucho a Clara, me alegré de que mi insomnio y el cambio horario lograran reunirnos:

  • hola! cómo estáis? anoche soñé con vosotros.
  • cuéntamelo…
  • estabas muy solo y triste en un cuarto muy oscuro, tenías una gripe terrible, sara me decía en lágrimas que quería irse pero no regresar a Venezuela porque siente mucho dolor por algunos miembros de su familia. estáis bien????

Clara estudiaba literatura hispánica en Cornell durante la misma época en que yo cursaba un Máster en Derecho, y de algún modo terminó haciéndose muy amiga de Sara y mía. Estaba casada con Johannes, un estudiante alemán del programa de Ph.D. en Física, de quien se separaría algunos años después. En ese entonces yo estaba seguro de que Clara iba a terminar convirtiéndose en escritora o poeta, o tal vez en crítica literaria. Hoy en día, por alguna razón que desconozco, ejerce de sanadora Reiki en Londres.

  • bastante bien, la verdad, pero qué puede significar eso???

Siento que lo de “bastante bien” puede sonar a defensa débil o autoengaño. Siento además que con la pregunta un tanto apresurada que le hago a Clara me estoy arriesgando a quedar atrapado dentro de una especie de misterio insondable, y que eso me producirá no poca incomodidad. Es, sin embargo, demasiado tarde para dar marcha atrás. Tengo un leve ardor en mi estómago y culpo a mi curiosidad que no es sólo voraz, sino también irremediablemente miedosa.

  • no lo sé, tal vez que debemos tener un contacto más frecuente y profundo…

Su respuesta me parece inocua, aunque no del todo tranquilizadora. Movido por lo que me queda de sentido de conservación decido contraatacar, aunque no con demasiada rudeza (ya dije que quiero mucho a Clara):

  • sueles tener sueños premonitorios o simbólicos????

Sensación de frío helado en mi espalda. Mi ironía es demasiado gaseosa para hacer mella en una sanadora Reiki convencida y profesional como Clara. Finalmente me dice que prefiere pensárselo o consultar con alguien más antes de enviarme un mensaje con la interpretación adecuada de su sueño. Sin darme oportunidad a añadir nada más, el rectángulo autogenerado desaparece.

“Muy solo y triste”, “gripe horrible”, “no regresar a Venezuela”, “dolor por la familia”, “Sara en lágrimas —en lágrimas, eso me dijo y me parece una imagen aterradora—“. Creo que Clara me ha demostrado en este breve chat que puede manejar de un modo notable la exuberancia verbal, esa cualidad que, según Harold Bloom, debe poseer todo escritor que pretenda ingresar en el paraninfo del canon.

A través de la ventana el cielo del amanecer va adquiriendo la tonalidad gris y opaca de un invierno que se niega a dar paso a días más soleados. Recuerdo ahora que cuando vivía en Caracas dormía de corrido y que nunca me acordaba de lo que soñaba. Deben de ser cosas de la edad.

Pienso de nuevo en mis amigos y trato de imaginarme  la morosa espera que sin duda tuvieron que soportar mientras Axl Rose, veterano e indolente, bajaba de su avión privado y se encaminaba al Estadio Olímpico. Una espera que seguramente fue sobrellevada bromeando y tomando fotografías. En ocasiones he chateado con ellos (con Fernando sobre todo) sobre anécdotas y hechos felices del pasado. Y también sobre algunas de las pequeñas incomodidades del presente: la adaptación, la búsqueda de oportunidades, los bancos y la crisis financiera.

Reniego para mis adentros del estado de ansiedad en que sospecho permaneceré mientras mi curiosidad no se vea satisfecha con el mensaje que Clara me ha prometido. Sé que al final no le daré mucha importancia al tema y que terminaré olvidándolo, pero ésta es una certeza que no me sirve para sentirme menos inquieto en este instante.

En la habitación contigua Sara sigue durmiendo. También duermen Lucas y Diego, nuestros schnauzers consentidos.

Mientras espero que despierten, escribo estas líneas buscando llenar el tiempo que falta para que amanezca del todo.

Por Octavio Vinces

(30 Set 2014)

Octavio Vinces
30 de septiembre del 2014

NOTICIAS RELACIONADAS >

El nuevo rostro de Bolívar

Columnas

El nuevo rostro de Bolívar

Paciencia, sensatez y sentido común, fundamentales en Venezuela   ...

11 de diciembre
Villanos en el campo de juego

Columnas

Villanos en el campo de juego

El gran parecido entre la tolerancia venal de la Conmebol y ciertos ca...

02 de julio
Estirpes, herederos y dinastías republicanas

Columnas

Estirpes, herederos y dinastías republicanas

A propósito de uno de los dudosos legados de los discursos antisistem...

25 de junio

COMENTARIOS