Raúl Mendoza Cánepa

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Uno de los principales fines del periodismo

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Raúl Mendoza Cánepa
07 de enero del 2019

 

“Papá, ¿ser periodista es una buena opción?”, pregunta una de mis hijas en la perspectiva de una profesión futura, mientras la otra tiene claro su amor por la ciencia. “Puedo ser abogada o periodista y escritora, así como tú”, insiste. “El derecho puede ser interesante, pero no es tiempo para el periodismo”, respondo en automático. “Para ser periodista tienes que incomodar, responder exclusivamente a tus convicciones, ser tú, estar dispuesta al paredón”.

“Quiero ser columnista”, insiste. Le explico que es una actividad anexa a la abogacía y que cuando estuve, por azares de Dios, en la planilla de un diario lo hice porque me convocaron al staff de opinión. Pero no fui tan feliz como cuando por “azares de Dios” (de nuevo), recalé en su suplemento cultural (que fue la gloria, un reentre a Estudios Generales Letras en la PUCP). “Entonces voy a ser escritora”, replica en un viraje que me descoloca. Le digo que para ser escritor interesa más con quién te juntes o quién te unge que cuántos premios hayas ganado. “Como todo en la vida”, duplica.

Casi la persuado que estudie derecho porque más que reglas densas es un ejercicio intelectual como el ajedrez, y quien guste de la lógica fecundará en la abogacía. Además es un cajón de sastre si alguna vez optas por la política, la actuación o la escritura. Jugamos un poco con la lógica jurídica, le leo algunos párrafos de La ciudad antigua de Fustel de Coulanges, advirtiéndole que muchos ritos y costumbres de la vieja Roma se convirtieron en instituciones jurídicas que hoy asimilamos sin saber su justificación. No le interesa, como sí le interesan a su hermana los cuarks (¿?) y el misterio de lo cuántico.

Quizás porque me ha visto columnear con pasión o llegar a casa con dosis de euforia y alegre durante cuatro años desde la redacción de un diario cree que el periodismo es una droga, la soma de Huxley; cuando en muchas ocasiones es un campo de batalla donde ves morir o claudicar a tus héroes. “No son tiempos para el periodismo”, insisto. “A veces puede parecerse mucho a la política partidaria, además no es nada rentable para muchos”. “Como la enseñanza universitaria”, dice. Le explico que es una misión, recordando las palabras de un viejo maestro como Felipe Osterling, sustentando por qué era profesor de Obligaciones. Algunos ganan en sólido como abogados, pero enseñan por una paga simbólica, solo por amor al arte.

Me tienta decirle que se dedique a la política, que el derecho constitucional y la política están hermanados y son actividades alternas. Pero le recuerdo también que la honradez se paga con la derrota, mientras que Sun Tzu y Maquiavelo son la guía de los que “la hacen y perduran”. Volvamos al ruedo.

Observa que en el periodismo la línea de la mayoría no es doctrinaria, que las posiciones y los odios son el pan de cada día, también los miedos y las adherencias. Concluye que el periodismo cultural es un refugio ideal mientras no nos reconciliemos con el amor por la verdad pura, como cuando esta era culto y sustancia o sumaba enemigos en la misma fiesta. “Ya ni en política se lucha por las ideas”, digo con certeza. “La verdad incomoda, te vuelve un solitario, te excluye socialmente. Ese es el reto de ser periodista. Y comulgar solo con lo que crees”, persisto, tratando de eludir la mención de alguna de las tantas facultades de periodismo que existen. Pero la sabiduría termina por cortar el denso aire de la tarde con un sablazo adolescente: “Se trata siempre de cambiar las cosas, eso dijiste un día”. La lógica es siempre concluyente, pero nunca más que los principios.

 

Raúl Mendoza Cánepa
07 de enero del 2019

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