Juan C. Valdivia Cano
Inca Garcilaso: ¿qué es noble?
Nobleza es autoexigencia, dureza con uno mismo
Si dejamos de pensar que la nobleza sólo tiene que ver con el apellido largo o la sangre azul (o celeste, o morada) como ocurre con esa palabra en su sentido apoltronado, estamos obligados a pensar que hay otro u otros criterios posibles respecto a la palabra “noble”: digamos, por ejemplo, el criterio noble de la palabra “noble”, no asociado a la palabra “bueno”, como ocurre ahora. No es muy difícil de entenderlo porque el sentido original -el más noble- se mantiene todavía agazapado en el lenguaje cotidiano cuando alguien, orgulloso, nos cuenta que se ha hecho hacer su casita de “material noble” (imaginamos que ha superado la pared de quincha de su pueblo costeño natal), tan noble como el cemento y el ladrillo.
“Noble” no quiere decir aquí bueno o humilde o caritativo o casto, etc., sino, en su sentido original, fuerte o resistente, como la construcción de una casa de “material noble”: duro y exigente consigo mismo. Francisco Pizarro o Rosa de Lima, para dar dos nombres extremos que se tocan en lo más potente que tuvo el mundo hispano, en ese siglo llamado, no por azar, de oro. ¿Pizarro sería un noble entonces? Absolutamente sí, pero no en el sentido moral de la palabra, como bueno, como buena persona, como buena gente y tampoco por la pura herencia, solo porque su padre -Gonzalo- fue uno de los hombres más nobles de su época en el sentido que le damos aquí al término.
Y vamos a ejemplificar esa nobleza con la imagen que nos transmite de él nuestro Inca mestizo en la Historia General de los Peruanos. Es el momento en que Pizarro y sus hombres, habiendo salido de Panamá a Túmpiz (Tumbes), se detuvieron en la isla de la Gorgona (a treinta y cinco kilómetros de la costa pacífica colombiana) algunos meses. De ella partieron a Tumpiz, viaje que demoró dos años:
“Don Francisco Pizarro se hizo a la vela con sus cuatro hermanos y los más españoles y caballos que en los navíos cupieron (…) Pasaron mayores trabajos en el camino que no los que causaba el viento contrario, porque sufrieron mucha hambre y cansancio por la aspereza y esterilidad de la tierra; hallaron grandes ríos que entraban en la mar, y muchos esteros que salían de ella y entraban por la tierra muy adentro, pasábanlos con grandísimo trabajo: haciendo balsas de lo que hallaban, unas veces de madera, otras de enea y juncia, otras de calabazas enredadas unas con otras. Para las hacer y guiar era Don Francisco el piloto y el maestro mayor, como experimentado en otros semejantes trabajos, los cuales tomaba con tanta paciencia y con tan buen ánimo , que muchas veces por acrecentar el de los compañeros, pasaba los enfermos a cuestas por los ríos y esteros”
“Paciencia y buen ánimo” no son los rasgos que se mencionan cuando se habla de Pizarro en el colegio en el curso de historia. ¿No es esa actitud que describe el Inca nobilísima en el sentido aludido? Y la de todo gran líder. Pero es sólo una pequeña muestra de la imagen que de él tenía el Inca Garcilaso. Y si se quiere algo más espectacular pensemos en lo que cuenta el Inca de la actitud y las palabras de Pizarro en la Isla del Gallo, que nunca mencionan completa los libros de historia escolar. Recordemos lo que dijo allí Pizarro y lo que vino después. Su profecía se cumplió porque él la hizo cumplir espada en mano:
“Señores, esta raya significa trabajo, hambre , sed y cansancio, heridas y enfermedades, y todos los demás peligros y afanes que en esta conquista se han de pasar hasta acabar la vida. Los que tuvieran ánimo de pasar por ellos y vencerlos en tan heroica demanda, pasen la raya en señal y muestra del valor de sus ánimos, y en testimonio y certificación de que me serán fieles compañeros. Y los que se sintieren indignos de tan gran hazaña, vuélvanse a Panamá, que yo no quiero hacer fuerza a nadie, que con los que me quedare, aunque sean pocos, espero en Dios que para mayor honra y gloria suya, y perpetua fama de los que me siguieren, nos ayudará su Eterna Majestad, de manera que no nos hagan falta los que se fueren (…)”
Pero el Inca Garcilaso no sólo reconoce las fuertes cualidades de los conquistadores, virtudes y carismas. En el caso de los Pizarro también reconoce y habla de su apellido y su genealogía : “sangre muy noble e ilustre en toda España; y el Marqués del Valle, Don Hernando Cortés, fue de la misma sangre y parentela, que su madre llamó Doña Catalina Pizarro, de manera que a esta genealogía se debe dar la gloria y honra de haber ganado aquellos dos Imperios (…) Además de ser hombres de tan principal linaje, fueron hijos de Gonzalo Pizarro, capitán de hombres de armas en el Reino de Navarra, oficio tan preeminente, que todos los soldados de la tal compañía han de ser hijos dalgos notorios o de ejecutoria”.
Aquí no se trata, por supuesto, de ser (o parecer) un tío con largo apellido y sangre azul, para merecer el título de “noble”, como se ve. Sin embargo, ante la pregunta por la palabra “noble”, la mayoría de paisanos responde invariablemente eso, o algo semejante: noble como “buena gente”. Y ninguno le da el sentido noble a la palabra “noble”. La aristocracia como clase desapareció o está a punto de hacerlo. Cuando apareció, históricamente, estaba más cerca de la barbarie y recién con el tiempo se convierte en otra cosa, más refinada, más civilizada...hasta la decadencia .
La clasificación de los hombres en nobles o viles nunca perdió vigencia, porque, como en la época de Garcilaso y en la nuestra, siempre han habido y habrán hombres nobles y viles: algo particularmente importante para esta especie de filosofía de la historia que intentamos extraer del Inca. El hecho es que “noble” puede significar dos cosas contrarias según el punto de vista, aún si en nuestra época los valores se han mezclado o yuxtapuesto, lo cual es relevante en la problemática actual de valores en el Perú.
Así se entenderá la importancia de Nietzsche cuando afirma que “toda elevación del tipo hombre ha sido siempre y seguirá siendo siempre obra de una sociedad aristocrática”. Eso no se entiende mucho si no se esclarece el largo proceso humano por el cual la palabra “noble” sufrió una gran transformación a lo largo de los siglos, hasta convertirse en su contrario simétrico: de duro, fuerte y resistente (como era en la cultura greco romana y otras) a bueno, humilde, casto, pobre, etc. Los valores que todavía viven asentados en las almas occidentales, con otros nombres más actuales, triunfaron sobre los valores aristocráticos. “Judea contra Roma”.
Aunque los valores morales tradicionales no se pongan muy en práctica en la vida cotidiana, no se cumplan, sin embargo se acatan y la moralina campea a sus anchas, la doble moral y la extendida hipocresía. Aplicando un término de Nietzsche, que seguimos en esta parte, se puede hablar de una “transvaloración” de los valores aristocráticos en valores morales: duro, fuerte y resistente, en dos mil años se ha transformado y convertido en “bueno”, “buena gente”, “pobre de espíritu”, casi tonto.
“Aristocracia” (que puede ser entendido como gobierno de los nobles) también es revelador en su etimología: gobierno de los virtuosos. Pero virtuoso, que viene del latín “vir”, tampoco quiere decir caritativo, buena gente, humilde, casto, etc., sino, otra vez : fuerte , duro, resistente. Como quien dice “mujer viril”, (aunque hay un uso machista de esta frase, de lo fuerte equívocamente asociado solo al género masculino). Es innegable que tampoco en este caso, que podría ser el de la Mariscala, Francisca de Zubiaga, significa “buena gente” sino dura, de “carácter fuerte” e incluso algo autoritaria, como nuestra Mariscala.
Estos que fueron bárbaros o semi bárbaros fundan una estirpe y su apellido creció con su poder y al ennoblecerse ennobleció el de sus descendientes, pero eso es consecuencia, no causa: la causa es el poder o potencia intrínseca de los individuos y de los grupos: la capacidad de afectar y ser afectados por aquello que la incrementa. Ni la extensión del apellido, ni el color, ni la sangre, ni la bondad, humildad o castidad, aunque todo esto no se excluya en principio. Lo decisivo es la potencia, el valor inherente, el peso específico de cada quien. Es lo más democrático también. Puede provenir de cualquier punto de la realidad, clase, grupo.
“¿A qué llamamos aristocrático? —pregunta Nietzsche— ¿Qué significa para nosotros hoy esta palabra? ¿En qué se revela en qué se conoce al aristócrata, bajo el cielo denso y bajo de la populocracia que comienza, que hace todas las cosas opacas y plúmbeas?”. Y responde: “Para volver a una vieja fórmula teológica, lo que decide aquí, lo que fija el rango, no son las obras, sino la fe. Es ese yo no sé qué certidumbre fundamental que un alma aristocrática posee respecto a sí misma, algo que es imposible buscar, encontrar, y tal vez perder…El alma aristocrática tiene respeto de sí misma”.
En suma, la perspectiva del poderoso, del conquistador también es y puede ser nuestra; poderoso en el sentido más extenso y noble de la palabra, era indudablemente el conquistador. Él nos gestó, no nos conquistó, a nosotros los peruanos de hoy. Conquistó el imperio azteca y el imperio incaico, no a nosotros, mestizos, que somos sus descendientes directos, su obra.
Nobleza no es exactamente bondad sino autoexigencia, dureza con uno mismo, lo que puede coincidir, o no, con la sangre azul o el apellido extenso. Virtus es, ante todo, fuerza y potencia.
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