Hashimoto y la lotería genética

El primer mes del año es para muchos el elegido para hacer cambios drásticos en sus vidas. Cambiar de trabajo, dejar de fumar, empezar un nuevo hobbie, comprometerse a un cambio de dieta y por fin unirse a un gimnasio. Estos propósitos suelen ser los más jurados entre brindis y campanazos que despiden el año viejo. Borrón y cuenta nueva en cuanto se apague la música y terminemos la última botella de vino.

Mi resolución de año nuevo fue más conservadora. Yo solo quería comprometerme a por fin ir al médico para contarle que toda mi familia materna sufre con la tiroides. En esta tómbola genética, donde Graves y Hashimoto van cantando los números, yo estaba bastante segura de que mi tarjeta estaba premiada. “Estás al borde”, me dijo la doctora. “En tres meses te repetimos pruebas con marcadores para Hashimoto y confirmamos.”

No puedes huir de tus genes, pero exijo una explicación a la epigenética. Muchos años de no beber más de cinco cocktails al año y muchísimos más de no comer carne para tener Raynaud, síndrome del intestino irritable y posiblemente Hashimoto. Mamá, a mi sistema inmune no le importó que me cebaras con mote, quinua y hueveras de pescado. Los genes de mi bisabuela pesaron más, aceptémoslo. Era viernes, había nevado, llovido y helado, en ese orden, la receta perfecta para el hielo negro. Andar maldiciendo a tus genes sobre las aceras congeladas no es recomendable, especialmente para limeños que con un poquito de garúa se envuelven con chalinas. Las posibilidades de resbalarse y darse un porrazo aumentan en un 300%, pero el frío es lo único que me congela esta sangre de búfalo.

La primera vez que oí de la enfermedad Hashimoto no fue por la modelo Gigi Hadid, sino por mi madre. Hashimoto es una enfermedad autoinmune en la que tu sistema inmunitario decide atacar a tu tiroides. Esta glándula con aspecto de mariposa no es más que un tirano que regula todo el metabolismo, y al verse bajo fuego amigo te puede producir estreñimiento, sensación de frío, mala memoria, sordera leve, caída del cabello, piel seca y aumento de peso entre otros.

Despertar y encontrar cabello por todos lados nos parecía normal. Por herencia de mi abuelo tengo una indomable melena para dar y regalar, así que me parecía una bendición perder un poco de pelo todos los días. Creíamos que las cejas poco pobladas era un rasgo heredado de mi abuela; aún recuerdo cuando en el colegio una niña me pregunto si me depilaba las cejas. Yo solo le dije que en mi casa todas las mujeres éramos lampiñas.

El estreñimiento es algo de lo que a nadie le gusta hablar. Y si se debe hacerlo, demasiada gente muere literalmente por vergüenza. En mi caso todos mis problemas intestinales se los achaco al colon irritable. Muchos estudios han encontrado una relación entre la salud del intestino y las enfermedades autoinmunes, y Hashimoto no es la excepción. Lamentablemente, como casi siempre, todos los estudios de flora intestinal concluyen en que hay diferencias entre pacientes y personas saludables, pero que el rol de la microbiota en la patogénesis debe seguir estudiándose. Mientras tanto, aunque parezca inconcebible, cada vez más gente desesperada, que tiene el mismo acceso a revistas científicas que el más ilustre doctor, intenta hacerse trasplantes fecales caseros.

Hace un par de días la revista The Harvard Gazette declaraba que hay una epidemia de enfermedades autoinmunes que debe ser atendida. ¿Qué enfermedad autoinmune les parece que ha aumentado? ¿Diabetes tipo I, artritis reumatoide, esclerosis múltiple, enfermedad de Crohn, colitis ulcerativa, Graves, Hashimoto, anemia perniciosa? ¿Qué han ganado en la tómbola genética?