Cecilia Bákula

Francia, la cuna de la libertad, opta por el totalitarismo

Ha incluido el derecho al aborto en su Constitución

Francia, la cuna de la libertad, opta por el totalitarismo
Cecilia Bákula
11 de marzo del 2024


Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Francia se convirtió en el primer país del mundo en proteger constituicionalmente el derecho de las mujeres de recurrir legal y plenamente al aborto, inscribiendo en su constitución un nuevo y cuestionable derecho.

Dicho así fríamente podría entenderse como un tema casi de triste y moderna conquista social, pero el trasfondo es mucho más serio y complejo. Este asunto se ha formulado en Francia como “el derecho de las mujeres a controlar su propio cuerpo", y creo que nadie en su sano juicio se opondría a aceptar una formulación así. El problema es que en el discurso y en la discusión que ha habido en ambas cámaras legislativas se ha entendido que hay la “necesidad” de brindar una ley que garantice a la mujer la posibilidad de recurrir a la interrupción del embarazo. Esto equivale, sin duda alguna, a terminar con el embarazo en cualquier momento en que éste se encuentre, sin que pueda existir cuestión de conciencia por parte de los galenos, a los que de alguna manera se les obliga a actuar en ese sentido.

Hay mucho detrás de esto. Que las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo, claro que es una realidad y por ello peleamos y pelearemos. Y es un asunto que tenemos cada vez más claro; el problema no es ser dueñas de nuestro cuerpo, la realidad es que detrás de esa falacia se quiere olvidar que una vez realizada la fecundación, el ser que vive en nuestro cuerpo, del que seguimos siendo dueñas, ya no es “nuestro cuerpo”; es un ser distinto, absolutamente diferente, dependiente sí, pero con identidad propia, con un ADN diferente, es un ser único e irrepetible; que aunque carece transitoriamente de autonomía, no es nuestro cuerpo, aunque esté temporalmente en él. Es por ello que el aborto implica, guste o no leerlo o decirlo, matar a ese ser que está en nuestro cuerpo y que, definitivamente, no es mi cuerpo, por lo tanto no tengo derecho sobre él. Por lo tanto, la libertad de la mujer sobre ese ser, sólo podría haberse aplicado, supuestamente, hasta antes del momento del acto en el que la fecundación se realizó, es decir, hasta antes de que ese ser exista.

El que esta ley recientemente aprobada precisamente en Francia, en este momento, es  muy poco halagüeño porque aquel país que fue símbolo y abanderado de la auténtica libertad.O de lo que hasta ahora habíamos querido entender como tal, se convierte en una sociedad que a través de sus autoridades busca imponer ideologías que atentan contra la dignidad de la mujer y que son, sin duda, ideologías de muerte. Francia a quien admiramos tiempo atrás por su claridad y adelanto en las ideas, es hoy una sociedad que celebra el atraso en ellas y que, desde mi perspectiva, recibe esta ley como un presente griego, que oculta la incapacidad de los que gobiernan para sacar a esta hermosa nación de la crisis en la que vive por la pérdida de la identidad, los problemas migratorios, la penetración cultural ajena y la destrucción de sus propios valores ancestrale y la desorientación a la que ello conlleva. Quisiera estar equivocada, pero lo que veo pareciera ir en ese sentido.

Quizá hoy se sientan felices de haber dado ese paso y haber logrado una mayoritaria votación que permita reformar la Constitución de 1958, en la que ya había una clarísima libertad para el aborto; la gran diferencia es que ahora se registra como un derecho. Se ha argumentado la necesidad de explicitar ese derecho ya que han visto que en algunos países, como en Estados Unidos, Polonia y Hungría entre otros, ha habido un retroceso en esta materia, por lo que han querido una reforma constitucional para que sea mucho más difícil el poder generar un cambio o dar marcha atrás y lo ha logrado un poder legislativo que, curiosamente es mayoritariamente masculino, porque ni siquiera en ese país, se logra la tan mentada paridad de representación. Quizá ellos, los legisladores, no se han puesto a pensar que legislan arrogándose la potestad de decidir por quienes no tendrán la posibilidad de hacerlo, sin pensar que están en los escaños que ocupan, porque sus madres asumieron con valentía el llevar a término el embarazo de cada uno de ellos. Quizá, también, no ha habido suficiente voz de mujeres comprometidas con la dignidad de su esencia única de poder dar vida y que hablen de este tema que, en principio, nos atañe sustantiva y únicamente aunque el aborto es ya un mal que corroe las entrañas de la sociedad misma.

Pero, ¿puede el asesinato, máxime el de un indefenso, ser un derecho, cuando en el mundo se debate hoy y se discute la aplicación de la pena de muerte aún para los más repugnantes delitos? ¿Puede Francia, haberse olvidado de lo que mostró al mundo cuando luego de una larga y horrenda lucha, pudo lograr como fruto civilizado? Me refiero a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que la misma Asamblea Nacional de Francia, aprobó y promulgó el 26 de agosto de 1789 y que en su artículo 4º estipula: “La libertad consiste en hacer todo aquello que no perjudique a otro”… ¿No es que el ser que late en el vientre de una mujer es un ser vivo, al que se le perjudica quitándole la posibilidad fundamental de vivir? ¿Qué derecho más natural y primero y fundamental hay que el derecho a la vida?

Y, pues que el mundo, al que llamamos “civilizado” se inspiró en esa hermosa Declaración, aprobó luego en 1948, un texto que Francia ha suscrito y que en su artículo 3º dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, ¿será que al abortar, es decir, al matar a un individuo en el vientre materno, se le está respetando el derecho a la vida? ¿Piensa Francia borrar su firma de esta Declaración de Naciones Unidas? Me cuesta creer, pero me rindo tristemente ante la evidencia de que la nación que nos deslumbra por lo preclaro de algunos de sus pensadores, sus líderes, sus políticos de antaño, sus aventajados literatos y científicos, que ofrece al mundo monumentos que nos emocionan y sobrecogen, que es cuna de artistas insignes y de estilos de arte sin parangón, pueda ahora festejar y sentirse orgullosa de celebrar el asesinato de los no nacidos y de ser abanderada de ello. No dejo de admirarla por lo que en el pasado aportó a Occidente, pero me apena la involución que siento que vive, que la lleva, en lo político a una tendencia totalitaria y que significará, un paso más y vertiginoso, hacia aquello que con tanta lucidez calificó Oswald Spengler como “La decadencia de Occidente”.

Algo debe estar pasando en la autovaloración de los seres humanos que somos cada vez más animales y menos humanos y entendemos que en vez de atacar las causas, atacamos y malamente las consecuencias. Quizá hemos avanzado mucho en tecnología, pero hemos retrocedido mucho más en entender el valor del ser humano en su más pura esencia: la de ser creado. Es en esa esencia en la que debemos comprender la dimensión del amor y me refiero, por supuesto, no solo al amor de eros, sino al amor de ágape, lo que implica mucho más que placer que en sí mismo ya conlleva responsabilidad. Por ello, la maternidad, se le mire por donde se le mire y que es un don y no un derecho, es un asunto de valientes, de compromiso y entrega del más puro y genuino amor que supera todo y jamás, jamás, podrán ir juntas las palabras maternidad y descarte.

Cecilia Bákula
11 de marzo del 2024

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