Jorge Luis Ortiz
Fotografía del dolor
Sobre el documental “Volver a ver”, de Judith Vélez
Susan Sontag, escritora y cineasta estadounidense, autora de un conjunto de ensayos sobre la fotografía, decía que esta altera y amplía nuestras nociones de lo que merece la pena mirarse y de lo que tenemos derecho a observar. Y ampliar nuestras nociones por medio de la fotografía –al decir de esta rutilante creadora–, significa ampliar la mirada sobre la historia, dilatar la experiencia y revelar el rostro de lo inacabado. Lo inacabado del dolor, por ejemplo. Y con el dolor, el duelo, uno que no se extingue o diluye con los años, y que transcurre inadvertido en medio de la infructuosa terapia del tiempo. Para eso sirve la fotografía, para recordar lo que fuimos en un determinado momento, y con ella nos suspendemos sobre una época que nos puede llevar de vuelta al infierno o, tal vez, guiarnos hacia la luz.
El documental Volver a ver (2018) de la cineasta peruana Judith Vélez retrata el cruel fragmento de la historia que el país, pero, fundamentalmente, un sector de la población rural y pobre, padeció a causa del flagelo del terrorismo allá por los ochenta, cuando la asonada fanática de unos asesinos adoctrinados con la lucha de clases y soliviantados por la miasma del igualitarismo empobrecedor, sometió a comunidades enteras de la sierra –incluso llegando a la urbe de la capital– al inexorable dictado de su justicia popular, sin piedad ni arrepentimientos, para traer su paraíso a la tierra.
Vera Lentz, Óscar Medrano y Alejandro Balaguer, sobre los que gira el documental, son los fotógrafos que por entonces tuvieron la responsabilidad de comunicar al mundo la dura resistencia que opusieron los comuneros de Ayacucho ante las hordas comunistas de Sendero Luminoso. Sus testimonios gráficos dan cuenta del papel que asumieron hombres y mujeres para defender resueltamente a sus familias, casas, granjas y la endeble paz carcomida por la penuria y el desamparo del Estado.
Ayacucho, otrora bastión de las huestes terroristas dirigidas por el maoísta-leninista Abimael Guzmán, sufrió en carne viva el látigo del fanatismo, acompañado de un fiero adoctrinamiento y la consabida muerte de los opositores al proyecto de insurrección. La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha estimado que el cuarenta por ciento de los muertos y desaparecidos en esta barbarie impuesta por Sendero Luminoso se concentró en dicha región, considerando una cifra total aproximada de setenta mil víctimas en todo el país. Los estragos de esta adversidad aún se vislumbran en nuestros días. El índice de Competitividad Regional (IPE, 2022) sitúa a Ayacucho entre los últimos del ranking, con un entorno económico sin incentivos, una débil infraestructura y con indicadores de salud y educación poco alentadores (ocupa el puesto dieciocho de veinticinco regiones), y según otros indicadores sociales (ENAHO, 2021), la incidencia de su pobreza total alcanza el treinta y seis por ciento.
Ciertamente, esta penosa situación se ha ido prolongando por la frágil institucionalidad y la pobre gestión de sus autoridades locales que, en medio de la precariedad y con la poca celeridad para dotar a su población de servicios públicos decentes y reactivar sus obras paralizadas, muestran un grado de corrupción que alcanza el cincuenta y ocho por ciento de las funciones de su Gobierno Regional (Contraloría, 2022). Ayer fue el terrorismo, hoy es la corrupción el peor de sus males. Pero no hay que dar por sentadas la paz y la democracia; lo sabemos todos.
Volver a ver es el nombre de la travesía que emprendieron estos fotógrafos para reconstruir el pasado o, mejor dicho, para intentar expiarlo. Vélez dijo que lo más complicado de la filmación fue establecer un vínculo entre ellos y la gente del lugar, luego de más de treinta años, porque finalmente «su vida cotidiana transcurre, pero fue marcada de por vida». Hasta hoy lloran a sus muertos.
Lo que nos enrostran esas imágenes en blanco y negro, tomadas en tiempo de guerra contra la irracionalidad sangrienta, es aún cierta indolencia con el sufrimiento ajeno y el peligro patente que entraña la incapacidad para observar dónde brota el germen de las ideologías totalitarias que tantas vidas cobró en el país.
Por ello es sustancial no como un ejercicio de masoquismo, sino como uno de alerta constante, recordar lo que significó el terror infringido por estos grupos sediciosos que, aprovechando los espacios de participación que ofrece un vapuleado Estado de derecho democrático, buscan subvertir el orden constitucional encubiertos en la marea de protestas poco pacíficas que le vienen costando ya más de medio centenar de muertes al país, la destrucción de la propiedad pública y privada (como la veintena de juzgados, comisarías y agencias bancarias en las ciudades más convulsionadas), regiones inmovilizadas y un profundo retraso económico con pérdidas de hasta seiscientos millones de dólares, siendo las más perjudicadas las micro y pequeñas empresas, fuentes de la mayor cantidad de empleo en el Perú.
Las fotografías del futuro nos dirán si, en verdad, todo este caos, alimentado del descontento legítimo por la carencia de servicios básicos, pero atizado por el resentimiento y la ideologización de dirigentes de extrema izquierda, algunos de ellos excarcelados o vinculados a organizaciones fachada de Sendero, esas fotografías nos dirán si aprendimos la lección.
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