Rocío Valverde

Exhibición de robots

Posibilidades y peligros de la inteligencia artificial

Exhibición de robots
Rocío Valverde
14 de agosto del 2017

Posibilidades y peligros de la inteligencia artificial

Los robots y la inteligencia artificial comienzan a aparecer de forma más frecuente en nuestros noticieros matutinos. El fin de mes pasado el tema del día entre los compañeros de trabajo fue la tenebrosa noticia de los chatbots creados en el laboratorio de inteligencia artificial de la red social Facebook. Resultó que dos chatbots programados para hablar uno con el otro decidieron que el lenguaje humano no era eficiente, por lo que crearon su propio lenguaje. Pero no, hoy por hoy este no es el inicio de Skynet de Terminator. Los bots pudieron ser detenidos por los ingenieros con una solución muy sencilla: apagándolos. ¿Pero qué ocurriría si estos bots decidieran ir en contra de los deseos de sus creadores? ¿Qué pasaría si los bots creyeran que han hecho un buen trabajo desarrollando un lenguaje más eficaz y anulan el comando porque no merecen ser apagados? ¿Se imaginan que la inteligencia artificial sea consciente de que nuestro mundo está lleno de redes y electricidad?

Esta visión apocalíptica está siendo concienzudamente revisada por los eruditos en el tema. “La inteligencia artificial podría ser lo mejor o lo peor que le puede ocurrir a la humanidad” nos decía Stephen Hawking en el 2016. Un grupo de investigadores de la Universidad de California realizó un experimento llamado “The off-switch game”. Consistía en darle a un robot una tarea, el humano en ese momento puede elegir entre apagar el robot o permitirle que continúe con la tarea pedida. El robot entiende que esta tarea va a traer un beneficio al humano. Un robot sin incertidumbre volvía a encenderse a pesar de que el humano le dio el comando de apagarse. Un robot con un poco de incertidumbre continuaba apagado. Un robot con mucha incertidumbre simplemente no nos sirve. Es en este fino equilibrio en el que se encuentra la inteligencia artificial.

La noticia de los bots de Facebook me recordó que había una exposición en el museo de ciencias de Londres a la que me había olvidado de ir: 500 años de los robots. Visualmente espectacular, esta exposición comienza con una mirada hacia el inicio de la historia de los robots: los relojes, los autómatas y el papel de la iglesia. Al ver al ser humano como una máquina perfecta, y para demostrar el poder divino en la tierra, la Iglesia encargó construir relojes y figurines humanos que parecían realizar acciones por voluntad propia. Estas creaciones tenían motivos religiosos; por ejemplo, uno de los presentes en la exposición era un crucifijo en el que aparecía un Jesús sangrante al que del costado le brotaban gotas de sangre talladas en madera que subían y bajaban. A sus pies cuatro mujeres incansablemente elevan sus brazos ante el sufrimiento del crucificado.

Luego de hacer el corto recorrido histórico, desde los relojes del siglo XV hasta ver al mismísimo T-800 de Terminator, entramos a un largo pasillo en el que encontramos robots sociales, interactivos, brazos robóticos con una precisión increíble, un robot actor, un robot bebé y tantos robots que no tengo palabras para describirlos. En este lugar encontramos a Kaspar, un robot británico diseñado para ayudar a niños con trastornos del espectro autista. Este robot está siendo utilizado este año en un ensayo clínico que dirige la NHS (National Health Service) de Reino Unido. A primera vista no podemos negar que el robot da un poco de repelús. El robot es capaz de imitar los gestos faciales del niño, pero sus facciones y expresiones dejan una sensación de vacío. Entendemos luego que ha sido diseñado de esta manera para facilitar la interacción con los niños autistas, quienes encuentran difícil reconocer las pistas sociales. Además este robot tiene el cuello expuesto, por lo que el niño entiende que no es un humano y esto le quita estrés a su interacción. Kaspar se relaciona con el niño y le hace comprender qué es juego aceptable, qué es juego rudo y qué se espera que haga para disculparse por ese comportamiento. Quizás esto les parezca una pequeñez al lado de robots más visualmente impresionantes, como Pepper o Atlas; pero no me puedo imaginar la alegría que pueden sentir los padres con niños azules al verlos interactuar, riéndose y disfrutando de su niñez libres de estrés.

Estemos muy atentos al sin fin de posibilidades que nos traerán las ciencias computacionales.

 

Rocío Valverde

Rocío Valverde
14 de agosto del 2017

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