Hugo Neira

ETNOLOGÍA EN EL CASERÓN DE ALFONSO UGARTE

ETNOLOGÍA EN EL CASERÓN DE ALFONSO UGARTE
Hugo Neira
09 de enero del 2017

Juvenil obra maestra que une la antropología y las ciencias políticas

En el n° 1012 de Alfonso Ugarte, en Breña, queda la Casa del Pueblo, el local principal, guste o no, del partido aprista. Y el amable lector se preguntará qué tiene que ver el intitulado con la etnología. Como se verá por lo que sigue, mucho que ver. Estoy intentando comentar un estudio de lo más original entre los publicados recientemente en el Perú. Alguien ha estudiado una “micropolítica” en ese recinto, con el mismo cuidado profesional que Fernando Fuenzalida, en 1982, la comunidad de Huayopampa, o Julio Cotler la vida en San Lorenzo de Quinti. Pero ¿lo “micro” como tema antropológico, en el más conocido de los partidos peruanos?

Cuestión previa. De entrada, puede que no se entienda. Lo “etno” lo asociamos al estudio de un sujeto colectivo, comunidades indígenas y tribus amazónicas. Y en ellas, la manera de organizarse, los mitos y las costumbres. Tanto que si alguien te dice que es etnógrafo, de inmediato se piensa que viene de Acancocha, en la provincia de Tarma, en Junín. Pero si te dice el estudioso que se interesa por la etnomusicología o la etnopsiquiatría, todavía suena a verosímil. Lo cierto es que vivimos dentro de un estereotipo, “la etnología solo se aplica a los indígenas”. Ya no es así. Los antropólogos se interesan por las urbes. En Brasil, desde DaMatta. Você sabe com quem está falando? Pero eso fue novedad por los años setenta. Hoy resulta que hay un docente universitario en Perú que se ocupa de lo que llama “etnografía política”. O sea, estudia a los apristas y sus rituales e interacciones en los espacios internos de la Casa del Pueblo, incluyendo “puertas, rejas y ventanas” (p. 176).

«Este es el Apra, ¿qué les parece de Moisés K. Rojas, publicado por San Marcos, donde es docente. Me lo he leído de un tirón. No había indagación que sorprendiera sobre el aprismo desde 1991, desde Imelda Vega-Centeno. Cansada de los triados trabajos sobre la ideología —que si Mariátegui o Haya— toma otro camino. Ella estudia la religiosidad popular. “Los movilizadores sicoafectivos de las masas nacional-populares”. Y menos mal que Rojas la cita (p. 70). Se lo hubieran reclamado. Observen lo de “nacional-popular”. Vega-Centeno tenía de aprista ni un solo pelo. Su tesis es brillante: “El aprismo se funda en la complementaridad de una orfandad, el refugio de las masas olvidadas y el anuncio salvador de Haya de la Torre”. Se estaba refiriendo al aterrizaje de Víctor Raúl tras la revolución mexicana y los bolcheviques rusos, en ese país peruano turbulento de los treinta. Bourricaud, mucho después, también observó al Haya de discursos redentoristas venidos del lado sacrificial del cristianismo: “En el dolor, hermanos”. El “nosotros hemos padecido” página 179 de “Poder y Sociedad”. (No soy Acuña. Cito y pongo comillas.)

Pero ese aprismo, a Moisés K. Rojas, no lo ocupa mucho, apenas los capítulos I y II, “desde la distancia y la abstracción”. En cambio, desde la página 135 a 280, describe los espacios, las reuniones partidarias, el proscenio, dónde se sientan, cómo se visten, “todos llevan terno” (p. 192). Nada se le escapa, ni “el palmas, compañeros”, la estrella “reguetonera”, ni la gente y el micromapa. “Las cosas que construye el Apra”. Es antropología. Eso implica gente y “cosas” a las que llama no humano, concepto tomado de Latour. Sencillamente son los objetos. Pero lo dice un poco al paso. ¿Y la repetición de lo no humano a secas? Van a creer algunos, dado los brillantes niveles de la comprensión lectora, que se trata de fantasmas o duendes. En fin, ¿qué descubre? El acto comunicativo y las jerarquías entre apristas. Es un estudio meticuloso del poder. Las diversas clases de performance apristas (pp. 246-280).

No le ha sido fácil el “trabajo de campo”. Como si visitara una estación científica en la Antártida, describe sus dificultades, por ejemplo los tres accesos al Congreso Nacional del 2010. Siempre el tema de los espacios. Los más alejados al congreso, los ubicaban en la calle. “Luis Alberto Salgado, un militante expulsado, estaba a nuestro costado” (p. 179). Había dos entradas, por Alfonso Ugarte “se topaba con rejas”. Por el jirón Carhuaz, “con hombres de seguridad”. En los días siguientes intentan disfrazados de médicos. Por último, consiguen ubicar a Carlos Roca, y no llegan al Aula Magna sino por casualidad. Gracias al desorden, cuando Mulder estaba perdiendo, logran entrar al Aula Magna.

Dicho esto, imagino la sorpresa del lector. Como los hay amables, hay los aviesos. “El apristón de Neira está inflando a su amiguito”. Perdone: los apristas fueron dos veces en mi vida mis rivales, cuando comunista y con Velasco. E incendiaron Correo, con riesgo para mi vida. Pero yo no sé odiar. Razono. Por otra parte, a Moisés K. Rojas no tengo el gusto de conocerle. No es necesario. Maestría en la PUCP y becado por el PNUD para Harvard. Luego de estas precisiones, me pondré mis borlas académicas para lo que sigue.

Moisés K. Rojas nos entrega una obra limpia de a priori y juicios de valor. Lo cual es rarísimo en Lima. En juvenil obra maestra, de golpe, une dos ciencias sociales: la antropología y las ciencias políticas. Tengo algunos reparos, pero para una reseña más larga. Sinceramente, mis felicitaciones.

Texto y fotografías de Hugo Neira

Hugo Neira
09 de enero del 2017

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