Juan C. Valdivia Cano
Ética moderna y moral tradicional
Novena y última entrega de la serie “Milei y Argentina”
La idea según la cual “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los cielos” es la apoteosis del re-sentimiento, que no es simple odio sino un boomerang letal que resulta de la impotencia que produce el no poder responder -por miedo o cobardía- a una agresión humillante, real o imaginaria. Su imposible exteriorización envenena el alma. Al no poder expulsar esa energía reprimida que llamamos odio, retorna -como un boomerang- al alma del generador, como odio a sí mismo: es el veneno que llamamos re-sentimiento. “Yo sufro, alguien tiene que pagarlo”. O el ministro de economía del nefasto ex presidente izquierdista peruano Pedro Castillo, su tocayo y compañero Pedro Francke, hablando de autos de lujo en el Perú, confesó: “Yo veo unos carros en la calle que, la verdad, me pica el ojo y me inca el hígado”. Lo que releva de toda prueba.
Y la idea de que hay que poner la otra mejilla, aunque sea una metáfora, es una ignominiosa condena a la resignación de millones de “pobres de espíritu”, que no están en capacidad de hacer sofisticadas elaboraciones interpretativas de esas y otras ideas evangélicas. Para ellos “la moral” es la moral cristiana, la única que conocen y que por eso creen la única verdadera. “La moral” en general no existe concretamente en ninguna parte. Como el concepto “árbol”, que es producto de la generalización- abstracción y solo existe como tal; porque lo que existe efectiva y concretamente es el sauce que está ahí afuera en el parque, o la palmera en el jardín de la casa. “Árbol” es solo un concepto.
De ahí lo confusa que puede ser la palabra “moral” cuando se la aplica desde el liberalismo, sin aclarar a qué se refiere y cómo se define exactamente esa palabra, en lo cual caen incluso difusores de fuste. No dicen por qué hablan de “moral”, en qué sentido específico teniendo en cuenta la polisemia. Y no dicen por qué esos valores (igualdad y dignidad) serían morales y no jurídicos. Ningún cristiano latinoamericano de a pie va a entender por “moral” algo distinto del cristianismo. Y socialistas o comunistas o izquierdistas son cristianos, sabiéndolo o no, porque tienen la misma moral cristiana y eso no es de poca monta ideológica o políticamente. Otra cosa es si la viven efectivamente y son consistentes. O más papistas que el Papa actual, en su proverbial anti capitalismo pre moderno.
El liberalismo se funda en una ética moderna que no tiene que ver nada con la moral judeo cristiana, con la idea de pecado, culpa, infierno, (auto) castigo, remordimiento: es decir, , “pasiones tristes” que, según Spinoza, debilitan o empobrecen porque absorben, restan, extraen energía, fuerza, alegría; “moral” que en la tradición spinozista se define como “mecanismo de poder o dominación de la (sub)conciencia sobre el cuerpo y las pasiones” (Gilles Deleuze). Una ética moderna, o ética jurídica, o liberal, por el contrario, tiene que ver con la libertad, dignidad, propiedad, salud, fuerza, diferente e incompatible con la moral cristiana que Spinoza y Nietzsche consideraban como fuente de resentimiento. En este sentido “no hay hechos morales, sino interpretación moral de los hechos” (Nietzsche). No hay pecado sino “idea de pecado” (Spinoza).
Diferenciemos esquemáticamente la moral cristiana tradicional de la ética moderna, o jurídica o democrático liberal. Estas ideas no pretenden ser verdaderas sino útiles; no pretenden ser objetivas sino instrumentales; o sirven o no sirven. La ética moderna es facultativa o potestativa (su cumplimiento depende del individuo, no de alguna autoridad) . Es individualizante (se aplica teniendo en cuenta la singularidad de cada ser humano). Se funda en la libertad del individuo. La moral tradicional es obligatoria (depende de la autoridad que crea la norma). Es generalizante (está hecha para todos sin excepción, como si se tratara de una grey, de un rebaño). Y carece de fundamento racional: “se trata de obedecer y nada más que de obedecer”, dice Spinoza ( Deleuze).
El mismo Javier Milei defiende “la superioridad moral” del capitalismo sin dejar claro el sentido particular del término “moral”, en un contexto cultural mayoritariamente judeo cristiano católico, siendo esta moral el fundamento subyacente a todos los dogmas del izquierdismo latinoamericano en todos sus matices y formas: la moral cristiana. Por ejemplo el de la desigualdad que tanto repiten y en la que tanto insisten porque creen que todos somos iguales ante Dios, aunque no lo digan expresamente. Y prefieren mil veces que todos seamos pobres en la igualdad (salvo los dirigentes, claro) a que todos vivamos bien o mejor en la inevitable desigualdad humana de siempre, propia de seres únicos, singulares o irrepetibles -virtual o actualmente.
Y de ahí que solo en países como los nuestros se haya creado una narrativa tan retorcida como la “Teología de la Liberación” que, para utilizar didácticos ejemplos del excelente y divertido economista Jesús Huerta de Soto, es tan paradójica como un “círculo cuadrado, un esqueleto obeso, nieve caliente o una puta virgen”. Si es teología, es decir, sometimiento dogmático a la autoridad absoluta ¿cómo puede ser liberador? Por eso la izquierda se ha apropiado de la promoción, defensa y administración de los derechos humanos cristianizándolos, a pesar que tienen un carácter y un origen paradigmático liberal (que ellos ocultan) cuando han tenido que abandonar el discurso de la “lucha de clases” y de la “dictadura del proletariado” o de la “plusvalía”, que dejaron de ser “políticamente correctos”. Se llama apropiación ilícita.
Así han podido penetrar vergonzantemente, sin ninguna autocrítica o justificación, en el “parlamento burgués” que tanto repudiaron en el pasado próximo. Y aunque se han metido con todo a participar en elecciones y hablan de democracia, jamás mencionan la libertad, la dignidad o la propiedad, salvo peyorativamente o desde el punto de vista cristiano. Solo se refieren a la “desigualdad” o a la “la igualdad” en términos absolutos, no a la “igualdad ante la ley” que también repudian porque descreen de ella. Pero igualdad ante Dios sin libertad, ni dignidad, ni propiedad no es el paquete completo, ni siquiera es un paquete.
De ahí la prédica moral contra el egoísmo como intrínsecamente malo, es decir, malo por definición. A pesar de que el egoísmo es un rasgo universal, natural y vital de los seres humanos y no tiene nada de malo cuando es inteligente y no estúpido y mezquino, como lo
ha mostrado Ayn Rand -pensadora norteamericana de genio- en toda su obra y en particular en “La virtud del Egoísmo”. O también la condena de las actividades económicas o de lucro; la milenaria persecución de los judíos, (no solo como verdugos de Jesucristo sino por sus predominantes actividades mercantiles, bancarias o comerciales, acusados de usura, y otras)
Según Antonio Escohotado esas condenas se daban desde antes que Cristo echara a los comerciantes judíos del templo a latigazos debido a esas actividades (por ejemplo dentro de la secta Esenia). Hasta ahora en nuestros países se “culpa” a los empresarios, estos “judíos” dedicados a parecidas ocupaciones que aquellos y objeto de parecidas acusaciones y juicios, como causantes de todos los males; y no el Estado esquilmador, derrochador, elefantiásico, burocrático y corrupto que ellos sacralizan o endiosan y usufructúan de lo lindo.
Epílogo
No discutir sobre estos asuntos mantiene la confusión y provoca que se ponga en el mismo saco a liberales y conservadores (otra vez el “círculo cuadrado”, “el esqueleto obeso…”, etc) . Como no hay línea “moral” divisoria a muchos les parece lo mismo y muy natural que a un liberal se le ubique en la “derecha”, y lo más normal del mundo que se le considere un conservador, como se ubica, por ejemplo, al “derechista” o “conservador” Mario Vargas Llosa. ¿Cómo se puede ser liberal y conservador a la vez? ¿Cómo se puede ser derechista y libertario?.
Con la “fatal arrogancia” que los caracteriza, los estatistas desinformados o malintencionados, están convencidos que promover el libre mercado, la libre competencia económica y combatir el intervencionismo estatal es razón válida para considerar a una persona como conservador o derechista; pero esa es solo una perspectiva: la perspectiva del resentimiento precisamente. Un libertario no puede ser conservador ni derechista. Por eso es libertario.
Por todo lo dicho, la ética moderna, la ética liberal, la ética jurídica, o los principios fundamentales que la conforman y que están expresos en la Constitución (lo único moderno que tenemos en el país) son más eficientes y más sanos que la mayoritaria moral cristiana del socialismo o estatismo y la derecha.
No se defiende el mercado, que no es un ente con vida propia ubicado en la estratósfera. El mercado somos todos (menos Robinson), todos los que intervenimos en él desde que compramos cuatro pesos de pan en la mañana . No hay mercado, en realidad, sino relaciones de mercado. Se defiende la libertad de los individuos. Ese es el valor que importa. Y por eso el grito de guerra del presidente Javier Gerardo Milei no es ¡Viva el mercado! sino ¡Viva la libertad, carajo!
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