Darío Enríquez

Estado en crisis sanitaria: ¿héroe o villano?

Entre necesidad institucional y fracaso de gestión política

Estado en crisis sanitaria: ¿héroe o villano?
Darío Enríquez
12 de mayo del 2020


Acaso dos evidencias extremas se pueden desprender de lo que estamos viviendo en estos tiempos. Una, la necesidad institucional de contar con un ente centralizado y con poderes especiales para dirigir los esfuerzos en crisis como estas: el Estado, en su versión especial para emergencias, tanto en sus diversas instancias como en estructuras de mando. La segunda, constatar el fracaso en la gestión política de ese Estado por parte de políticos que en su gran mayoría –
urbi et orbi– no están a la altura de las circunstancias.

Hay quienes pretenden que una crisis como esta es la oportunidad que esperaban para relanzar su desgastada y funesta utopía socialista estatista. Nada más alejado de toda lógica y evidencia. En estos últimos meses, pese a la paralización casi total de actividades productivas, no se ha reportado mayor carencia alimentaria en productos de primera y segunda necesidad. Tal vez si esto continúa, en algunas semanas podamos sentir algunos problemas de abastecimiento como consecuencia del lockdown. En medio de todo, lo cierto es que gracias a un sistema alimentario fundamentalmente privado y regido por una lógica de mercado, no se ha sumado una crisis alimentaria a la crisis sanitaria que vivimos. Por su lado, países socialistas estatistas no solo sufren los rigores de la crisis sanitaria, sino que conviven con una crisis alimentaria crónica.

En todos los países se enfrenta hoy el proceso de revertir el confinamiento y reasumir progresivamente una “nueva” normalidad, aunque la crisis sanitaria no haya cesado y la “curva” de propagación del virus continúe siendo creciente en muchos casos, y aún muy lejos del punto de inflexión. Como en todo lo actuado hasta hoy, nadie sabe exactamente qué debe hacerse, y se avanza en forma bastante intuitiva, casi bajo esquema de prueba y error. En ese contexto, la capacidad de gestión por parte de los políticos que administran el Estado es crucial. Sin contar con personal de calidad en puestos clave, se hace casi imposible una gestión al menos aceptable de esta crisis.

Se sigue acumulando indicios, cuando no evidencias (por demás provisorias) de que las cuarentenas de personas sanas no han funcionado y que el virus continúa su trayectoria casi sin inmutarse de lo que hagamos o dejemos de hacer. Esta primera parte de la crisis no ha afectado esa “popularidad” que tanto preocupa a políticos de aquí y de allá; porque más allá de las críticas, es muy difícil no tener en cuenta que la magnitud del problema desborda cualquier previsión.

Hay una visión tolerante que adhiere y favorece –más con esperanza que con racionalidad– a quienes les toca tomar decisiones muy difíciles en estos momentos. Pero la segunda parte, la de buscar caminos más adecuados hacia la “nueva” normalidad, sí se convertirá inmediatamente en activo o pasivo de cualquier decisor político. Debido a ello es que los políticos tienen tantas dificultades, dudas y contramarchas para tomar estas decisiones. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que el criterio más importante para los políticos en el poder podría parecerse a “¿qué conviene más a mi imagen y popularidad”? Olvidan que un principio fundamental de gestión nos dice que la autoridad puede delegarse, mientras la responsabilidad se mantiene en quien tiene ese poder y autoridad.

¿Qué es lo que sí funciona? La necesidad de contar con una entidad centralizadora que detente poderes formales especiales para emergencias como las que vivimos en esta crisis sanitaria, no valida en modo alguno el modelo estatista burocrático que pretende relanzarse. En nuestro mundo del siglo XXI funcionan muchas variantes de economía de mercado, desde unas que tienen un estado social amplio y sostenible, como en los países nórdicos, hasta regímenes políticamente autoritarios como Rusia, China, Singapur, Vietnam y algunos países musulmanes. Pasando por democracias europeas, USA, Canadá, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, además de los países de Europa Oriental que superaron la opresión socialista soviética, y países emergentes tales como India, Sudáfrica y algunos países latinoamericanos.

¿Qué es lo que no funciona? Socialismo real; es decir, estatismo burocrático de planeación centralizada. Algunos países capitalistas tienen empresas estatales por excepción, pues no existen formas "puras" de mercado; estas empresas estatales suelen ser deficitarias, contando con partidas específicas del presupuesto estatal para cubrir sus pérdidas ¿De dónde sale ese dinero? Recordemos que ningún Estado tiene dinero ni poder propio, el dinero que administra es extraído de impuestos (como su nombre lo indica, como imposición, a la fuerza) que afectan el trabajo productivo privado de sus ciudadanos. Por su parte, el poder que ostenta el Estado es entregado por esos mismos ciudadanos para su ejercicio durante un tiempo determinado, luego de lo cual deben devolverlo a esos ciudadanos para una nueva elección.

El socialismo estatista se ha probado en todos los continentes y en todas las culturas. Son hechos y no opiniones, que esos modelos y sus variantes fracasaron estrepitosamente, tanto que, a decir del profesor Juan Ramón Rallo, si los alemanes -con su cultura de disciplina, orden, trabajo y gran espíritu nacional- no pudieron lograr que funcione el modelo estatista burocrático, quiere decir que nadie puede ¿Qué piensa usted, estimado lector? ¿Debemos resolver problemas de mala gestión en Estado con más estatismo? ¿Para qué sirven los intelectuales? ¿Quién es John Galt?

Darío Enríquez
12 de mayo del 2020

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