César Félix Sánchez
Estado de bienestar, estatolatría y totalitarismo
La posibilidad de malvivir sin trabajar, mantenidos por el Estado
Ante el fracaso más que evidente del socialismo real y de la economía planificada, permanece en Europa y otros lugares un modelo de estatolatría sofisticada y sutil que cautiva todavía el imaginario del grueso de la población, aunque no esté puesto en acto en las proporciones que lo estuvo en las décadas de 1960 y 1970 en muchos países occidentales y nórdicos. Nos referimos al llamado Estado de Bienestar o Estado-Providencia. Al coincidir su establecimiento con el debilitamiento identitario y la crisis cultural –o contracultural–, tuvo como correlato la multiplicación ad infinitum de neoderechos sociales (algunos incluso absurdos y obscenos) que deberían ser provistos por el aparato estatal. Los efectos en la población, luego de varias décadas, son más que evidentes.
La posibilidad real de malvivir sin trabajar, mantenido por el panem et circenses de la partitocracia más o menos generalizadamente socialdemócrata, ha terminado por aniquilar el espíritu de sacrificio y atrofiar a amplios sectores de la población, especialmente a los más jóvenes; así como quebrar el orden familiar y religioso, pues antes los desempleados y otras personas en situaciones difíciles debían recurrir a los espacios de sociabilidad tradicionales y someterse a sus ordenamientos específicos en pos de ayuda, como siempre se había hecho, en recuerdo permanente de la verdad fundamental de la política: la sociabilidad natural del hombre.
Gracias al Estado de Bienestar, tanto en cuanto sistema como en cuanto idea, la ilusión de la absoluta autonomía del individuo asocial se ha afianzado, en una suerte de apoteosis del hombre masa que, según Ortega y Gasset, posee en su diagrama psicológico «dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales –por tanto, de su persona– y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Uno y otro rasgo componen la psicología del niño mimado. Y, en efecto, no erraría quien utilice ésta como una cuadrícula para mirar a su través el alma de las masas actuales.
Heredero de un pasado larguísimo y genial –genial de inspiraciones y de esfuerzos –, el nuevo vulgo ha sido mimado por el mundo en torno. Mimar es no limitar los deseos, es dar la impresión a un ser de que todo le está permitido y a nada está obligado. La criatura sometida a este régimen no tiene la experiencia de sus propios confines. A fuerza de evitarle toda presión en derredor, todo choque con otros seres llega a creer efectivamente que sólo él existe, y se acostumbra a no contar con los demás, sobre todo a no contar con nadie superior a él».
El arquetipo moral del hombre-masa es el arquetipo moral de los totalitarismos que, tanto a izquierdas y a derechas, fueron siempre estatolátricos. Su estatolatría fue la condición sine qua non de todos sus horrores.
COMENTARIOS