Dardo López-Dolz

Estadística versus realidad

La principal herramienta de medición de la gestión son los números

Estadística versus realidad
Dardo López-Dolz
13 de junio del 2017

La principal herramienta de medición de la gestión son los números

Recuerdo que hace veinte años, cuando estudiaba el MEDEX de la Universidad de Piura, mis compañeros marketeros se estrellaron abruptamente con la entonces novel tendencia de acreditar resultados de las estrategias de marketing con las cifras en los estados financieros. Hace mucho que la empresa privada usa los números fríos, ácidos e incontestables como principal herramienta de medición de gestión. Mentir o maquillarlos de cara al fisco es delito, mentir o maquillarlos de cara a la gerencia o el directorio conduce irremediablemente al final abrupto de la carrera profesional del responsable. Por eso, normalmente en la empresa privada las cifras y cuadros tienen un correlato certero con la realidad: son recogidas y procesadas con seriedad y constituyen el alfabeto que mejor lee el directorio. De hecho, como consultor proveniente de las canteras del derecho, una de las tareas que tuve que aprender rápido es cómo reportar los directorios en números y cuadros.

Pero en el mundo de la política las cosas son distintas. El resultado se mide en una combinación de aprobación por el jefe, aprobación ciudadana (la más importante) y votos, como la expresión periódica de esta última. Cuando más impacto político masivo tiene la gestión de una cartera, más relevante es entender esta diferencia. La diferencia descrita se hace más importante cuando las cifras son colectadas y procesadas por las mismas personas cuyo trabajo será evaluado (como la Policía) o por herramientas naturales de la propaganda, como la agencia estadística propia (INEI) o las encuestadoras alquiladas. Estas, al carecer de la necesaria objetividad, difieren de la realidad y la población lo sabe.

De ahí que resulte suicida creer que “todo va a estar bien” por fe ciega en las cifras que alguien prepara buscando la sonrisa ministerial. Un error que se paga tan caro como la autorreferenciación (confundir el mercado objetivo con el círculo social amical) es intentar entender la política desde parámetros empresariales. El bottom line o línea final del balance se escribe en otro idioma y no entenderlo cuesta muy caro, a políticos y a empresarios. Hay muy pocos profesionales capaces de nadar con seguridad y soltura en ambos mares.

Los obsesos de la “conciencia social” y los involuntarios reivindicadores tardíos de la república aristocrática corren prestos a la defensa de quien consideran uno de los suyos, enarbolando una honestidad, compromiso y bonhomía que nadie ha cuestionado. Defensa que, por otro lado, sería inadmisible ante una mala gestión gerencial que les haga perder plata en el negocio. El gerente de una empresa necesita ser honesto, y más le vale caerle bien a los dueños; pero si les hace perder plata, que pase por caja.

¿Por qué a algunos les resulta tan difícil alcanzar esa necesaria frialdad en la política? Un ministro debiera ser honesto por definición, pero esa honestidad o su compromiso emocional son solo la línea base de su accionar. Si los votantes reclaman con fundamento que el ministro no encamina adecuadamente la solución de la problemática a su cargo, corresponde darle gracias por los servicios prestados. La vida es dura.

 

Dardo López-Dolz

Dardo López-Dolz
13 de junio del 2017

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