Raúl Mendoza Cánepa

Esas heladas distancias

Sobre el debut novelístico de Mayte Mujica

Esas heladas distancias
Raúl Mendoza Cánepa
05 de noviembre del 2018

 

Una ciudad para perderse (Animal de Invierno, 2018), de Mayte Mujica, es una novela que ha recibido buenos comentarios iniciales, lo que tienta al lector más riguroso a sumergirse en su narrativa. Esta historia múltiple prende desde sus primeras páginas porque tiene la virtud de una estructura elaborada y pertinente, además de una complejidad de tiempos bien hilvanada.  Algunos recuerdos y miedos parecen breves escenas que solo transcurren, pero nada sobra en la historia. El temor infantil al túnel que despide la playa y la claridad (que es alivio) que advierte su salida simboliza el drama que nos cuenta. A contrapelo de esa brevísima escena, el personaje recorre un laberinto oscuro, probablemente concéntrico, sin atisbos de luz, donde se inventa la ilusión de puertas falsas que la devuelven siempre a un mismo lugar: un matrimonio sin palabras, sin asombros, condenado a difuminarse en la niebla.

Los cuadernos de notas del abuelo (un aprista exiliado en Europa durante la Segunda Guerra Mundial) sirven a la protagonista para contrarrestar el dolor de su propia guerra interior. La densidad de una convivencia forzada por la inercia y el estampido lejano de la barbarie europea son puestas en contraposición. La vida del abuelo que no se rinde entre los nubarrones de la guerra le brinda un nuevo ánimo. Sin embargo, pareciera que nunca hay esperanza de salir del túnel, y lo que queda es el contrapunto de una historia hecha de grafías viejas y una historia viva que la asfixia sin remedio.

Mayte Mujica, vale decirlo, ha escrito una muy buena novela, sin ruido, sembrada de caminos dispares que alternan como bifurcaciones dentro de ese laberinto en el que la memoria es instrumental. Las sendas de los abuelos no transforman su vida real, pero cubren sus llagas con una ligera tela protectora. La vuelta al pasado, que remite a una niñez tranquila, es un balón de oxígeno eventual en medio del sofoco del desamor, la soledad, el descontento o la rutina. El romance —o lo que idealiza como tal— en tanto puerta de escape relumbra; pero es solo ganarle al tiempo, hurtarle ocasiones de fugaz calor que quedan impregnadas en las manos para frotárselas luego en medio del hielo de la casa.

Entre alternancias, Mujica entrelaza las situaciones de la protagonista o sus recuerdos distantes con las vivencias de un abuelo minucioso en los detalles de sus registros históricos. Hay algo de magisterio en aquella serenidad. “Ya nos han dado la carta de alimentación. Hemos decidido ir a Wansee, al suroeste de Berlín. Hacemos un paseo por el lago. Almorzamos en uno de los restaurantes de la playa. Cuando nos vamos a vestir vemos los diarios con grandes titulares que denuncian la entrada de Inglaterra en la guerra”.

Ese sosiego valeroso, en medio de una guerra feroz que lo ha cercado, contrasta con el desasosiego callado de la protagonista, también cercada por su propio conflicto: “Una mañana partimos en bus a Valparaíso. El aire adentro estaba cargado. No hablamos en todo el camino. Él escogió el lado de la ventana. Nos pusimos los headphones, abrimos cada uno un libro y fuimos como dos desconocidos a los que les ha tocado por azar compartir un viaje. Paseamos por el puerto y caminamos por la ciudad que era desordenada y gris. Santiago no me hablaba. Le pregunté si estábamos bien. Me dijo que no. Que todo seguía igual pero que, por favor, dejara de hacer preguntas e intentara pasar el rato (…)”.

Esta novela, con muy buenos auspicios para las sucesivas entregas narrativas de la autora, abre con un epígrafe de la novelista judía (que vivió en Francia hasta su expulsión) Irène Némirovsky, y que la explica en parte: “Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo”. Mayte Mujica tiene un gran estreno narrativo y nos transmite, además, un mensaje que me permito completar con una idea del escritor español José Bergamín: “Es más importante entender el laberinto que encontrar su salida”. La novela logra con habilidad ese propósito.

 

Raúl Mendoza Cánepa
05 de noviembre del 2018

NOTICIAS RELACIONADAS >

Vigilados y nerviosos

Columnas

Vigilados y nerviosos

Morgan Quero, ministro de Educación, ensaya una frase interesan...

22 de abril
Museo de historia natural

Columnas

Museo de historia natural

El Perú se ha convertido en un museo de historia natural. La ge...

15 de abril
¡Harto!

Columnas

¡Harto!

Estoy harto de una clase política que, desde el Gobierno y el C...

08 de abril

COMENTARIOS