Entre descontento y promesa

Tras la presentación de la política general que ha de implementarse en el período del actual gobierno, la semana pasada el 60% de los representantes en el Congreso de la República otorgó el voto de confianza al gabinete presidido por Guido Bellido. Un respetable 40% marcó distancia por diversas razones, configurándose al interior del congreso un grupo que defenderá a toda costa los fueros de esa institución estatal. 

En ese contexto, importa mencionar algunas afirmaciones  del discurso de investidura, para tener una aproximación de lo que viene, pues hizo referencia al compromiso del presidente a desarrollar políticas públicas y acciones que permitan iniciar una nueva etapa en la vida republicana del país; una etapa en la que prevalezcan la paz, la democracia y la igualdad de oportunidades.

Se remarcó la orientación a dejar de lado las confrontaciones, señalando la necesidad de iniciar un periodo de cambio responsable, explicitando a su vez  tres ejes de trabajo: búsqueda de consenso político para desarrollar las políticas públicas, para lo cual ofreció un sincero propósito de trabajo coordinado con el Congreso de la República; prevenir los actos de corrupción (cero tolerancia y duras sanciones); finalmente, respeto irrestricto a las libertades democráticas establecidas en la Constitución Política y en los tratados internacionales que nuestro país ha suscrito.

Si lo señalado en el discurso responde a una intencionalidad honesta, su dulcete sabor daría inicio a una nueva esperanza de “ajuste” y fortalecimiento de la democracia, en tanto evidenciaría el justo y necesario distanciamiento de iniciales propuestas de enfrentamiento e imposición de ideas congeladas de un remedo de socialismo. Pero si se tratase de una jugarreta política que responde a la trillada estrategia de “un paso atrás para dar dos adelante”, para ganar tiempo para resolver sus contradicciones internas y extender con el verbo el adormecimiento populista, estaríamos con nuestro silencio bajando la guardia en la defensa del país y la democracia, siendo a la vez, partícipes de una burla política sin precedentes. 

A estas alturas, con la crisis económica, acompañada de falta de empleo productivo y depresión de las actividades vinculadas con el sector servicio, emerge la necesidad de revertirla. En esa línea (intentamos entender) se inscribe la afirmación “nuestros objetivos inmediatos son derrotar la pandemia producida por la Covid-19 y reactivar nuestra economía”, señalada por el actual presidente del Consejo de Ministros.

Esta oferta que constituye de por sí una deuda que debe ser honrada, pues al pueblo que jamás olvida promesas, le interesa no tanto de lo que se dice sino en lo que hace y será mayor su credibilidad si entre ambos hay coherencia. En la actual coyuntura donde la incredulidad o temor es mayoritaria, recuperar o reforzar los niveles de confianza entre el gobierno y la población, constituye un elemento condicionante para la gobernabilidad; ello se logra principalmente con el cumplimiento de lo ofrecido.

Ellos saben lo fácil que es llegar a ese cargo y lo difícil de mantenerse, son conscientes además que los ofrecimientos  planteados por muy atractivos que fueran, requieren junto a decisiones políticas, de profesionales capaces de llevarlas a cabo, aspecto que a todas luces debe ser revisado tanto en su concepción como en la decisión práctica de convocatoria, superando el sectarismo y evitando que la estrategia de encapsulamiento caviar culmine lamentablemente con su copamiento gubernamental.