Eduardo Zapata
En lucecitas montadas para escena
Estamos está ante una subversión que atenta contra la soberanía nacional
Creo que no aprendimos nada con la terrible experiencia del terrorismo de los años ochenta. Nos contentamos con visiones parciales sobre él puestas en un lugar de la memoria física y con la construcción de un mundo de news y fake news con tal de que estas dejasen satisfecha a nuestra acomodaticia conciencia.
Hace pocos días cayó a un barranco –en las serranías del país- un ómnibus lleno de pasajeros. Murieron muchos. No es asunto de contar las muertes. Lo lamentable es que estas muertes sistemáticas y cotidianas parecen no reclamar la atención de quienes se dicen defensores de la vida.
Todos sabemos que una pregunta constante de la niñez es acudir a la expresión ¿Por qué? El niño se contentará inicialmente con la respuesta gratificante dada por aquella persona cercana que le proponga una solución a sus inquietudes. Finalmente todo ello contribuye a darle sentido a su pregunta. Allí como la exigencia infantil es más afectiva que racional, no interesa que la respuesta sea fabulada.
Entrada la pubertad y adolescencia continuará la búsqueda de sentido. El por qué no será explícito y urgirá no solo de afecto sino de dosis de racionalidad en la respuesta. Y me temo que –los hechos lo demuestran- las versiones dadas a niños y jóvenes han sabido más de un mundo fabulado y de intereses políticos y económicos que de realidad.
No aprendimos nada. Como sociedad pusimos entre paréntesis las lecciones que surgían de esos doce años signados por el terror. Y allí donde debía preocuparnos la negación sistemática y cotidiana del derecho a la vida nos contentamos con expresar ´dolor´ y ´solidaridad´ con la muerte iluminada por los reflectores. Dejando de considerar las muertes cotidianas.
Queremos todos imaginar un final ´feliz´ para superar los hechos de violencia suscitados en los últimos días. Algunos se sentirían satisfechos ya con la intervención de organizaciones que dicen defender derechos y vida pero solo reclaman ello cuando median sus intereses políticos o económicos. Y no importa que se constate la fabulación siempre y cuando nos convenga.
Tal vez no hayamos entendido que los placebos políticos y sociales no reemplazan la realidad. Aunque sean parcialmente eficaces y satisfagan conciencias. En los sucesos sobre los cuales se han puesto los reflectores hay personas a las cuales se les niega la vida en el cotidiano. Se les amputa sus derechos. Ello no puede hacernos negar que esa realidad dice que se está ante una subversión que atenta contra la propia soberanía nacional y –cómo no- contra la propia soberanía del individuo. Ineptitud y corrupción tampoco pueden signar el lenguaje oficial. Es terrible que el derecho a la vida solo exista no en el cotidiano sino en el contexto de muertes que convienen a unos u otros.
El título de esta columna lo hemos sustraído de la letra de una canción de Silvio Rodríguez: “La maza”.
COMENTARIOS