Rocío Valverde

Ellas nunca envejecen

Pequeños placeres de la tercera edad

Ellas nunca envejecen
Rocío Valverde
17 de julio del 2019

 

“¡Qué chico tan guapo! ¿Le puedo decir que sonría para la foto? Si el soldado es así, imagínate al príncipe Guillermo de cerca”. Mi madre y mi tía Carolina bromeaban mientras hacen la fila para sacarse una foto con el guardián real del castillo de Windsor. “Sonríe” le dice una mientras el flash de la cámara inmortaliza sus colegialas carcajadas. Han hecho oídos sordos a mis súplicas disfrazadas de advertencias.

Marchan por el castillo de arriba a abajo, critican las combinaciones elegidas para la recámara del aposento del rey Carlos II, posan para mi lente a las afueras del castillo, recrean en sus mentes la boda real mientras recuerdan a Lady Diana a cada paso. Estos dos ancianos de aún piel tersa han sido fatigados por un par de jovencitas que nos doblan la edad. 

Cuando por fin logramos regresarlas a casa aún tienen ganas de seguir la marcha. Quiere mi madre que busque la película de Patch Adams, cuando él actuó de robot. Luego de una vida juntas sé quién es el Patch Adams robot, o el Patch Adams médico y el Patch Adams que se viste de abuela. Para mi madre no hay otro Patch Adams que Robin Williams, que se entere Hunter Adams.

Esta noche no habrá Patch Adams robot ni mujer bonita en la boda de su amigo. No puedo encontrar tampoco a Joanna Kramer ni a Sofía. En Netflix solo puedo dar con una película en español, veremos esta noche “La Princesa prometida”. “¡Años maravillosos está allí!” dicen en coro. Efectivamente Fred “Años maravillosos” Savage parece no pasar los ocho años. La noche va cayendo, la temperatura va bajando y los años comienzan a asomar. 

“Estoy escuchando hija” me dice ella despertándose a sí misma con su pequeño ronquido. Mi madre ríe como si tuviera diez años. Han vuelto a ser niñas pequeñas haciendo travesuras, pasándose de su hora de dormir a espaldas de sus padres. Sus cabellos vuelven a ser negros y compiten para ver quién dura más despierta. Las carcajadas hacen que mi madre cierre los ojos por segundos y de repente resopla. Se había dormido en un santiamén. “Y ella me estaba mandando a mi a dormir” ríe entre dientes mi tía Carolina.

En el pasado la efervescencia de mi juventud, las emociones a flor de piel y el miedo al pasar del tiempo me habrían instado a mandarlas a la cama a la primera cabeceada recordándoles sus males y las decenas de años que cargan en el lomo.  Hoy me uno a la sinfonía de risas tontas que se ha desatado en la sala. A una de ellas le parece que los créditos han aparecido luego de tan solo dos diálogos: ¿Te parece que se ha acabado en un abrir y cerrar de ojos? Es posible que exactamente eso haya ocurrido, le dije con sorna.

Se van por fin a la cama pasada la medianoche. Mañana intentaré que vuelvan a ser las niñas que cuchichean todo el día, las que se prueban todos los bolsos, rompen todas las reglas y sueñan aún con príncipes. Hoy les creo que aunque hayan cerrado los ojos siguen atentísimas la trama de la película.

 

Rocío Valverde
17 de julio del 2019

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