Darío Enríquez
Elementos de base para comprender la nueva ciudad
Oportunidad a lo pequeño y armonización de lo diverso

Teniendo en cuenta que nuestro planeta se ha convertido casi en una metastásica urbe global, gran parte del análisis sobre los problemas, las posibilidades y los desafíos urbanos que debemos enfrentar dependen de cómo y cuándo se tenga bajo control la crisis sanitaria del coronavirus. Son tres los eventos que nos permitirán dar por concluida –si es que algo significa– esta bendita crisis: 1) alcanzar la llamada “inmunidad social”; 2) disponer tratamientos eficaces y abordables; 3) tener una vacuna altamente eficaz. Si todo esto sucede en los próximos 12 meses, es probable que gran parte de nuestra vida “anterior” al virus se reinstale en nuestro cotidiano.
Sin embargo, es posible que muchos elementos protagonistas de las “nuevas formas” adoptadas durante la crisis echen raíz en nuestro día a día; en especial ciertas normas de higiene (sanitización) y aquello que ha dado en llamarse “distanciamiento social”. Se verificará un gran impacto en características netamente urbanas como aglomeraciones, densificación y economía de escala en servicios.
Hay voces que hablan de “una nueva ciudad”, bajo la perspectiva de un constructivismo perverso. Sí, lo consideramos perverso porque ignora un principio fundamental que debemos preservar más allá de invocaciones al siempre difuso “bien común”. O a posturas pseudocientíficas que se reciclan y vuelven para prometer –otra vez– un paraíso terrenal o el peor de los infiernos, si no hacemos lo que ellos decretan (¿no les suena conocido?). Este principio es el derecho inalienable al plan de vida propio, en un contexto de coexistencia pacífica para el desarrollo de actividades bajo cooperación e intercambio voluntarios. No debemos permitir causa activista alguna que pretenda interferir tal derecho.
No será nada fácil en las grandes metrópolis hispanoamericanas atender una redefinición de aglomeraciones (producción), densificación (población) y escala (servicios), tres elementos que están fuertemente entrelazados. Es un gran desafío. Contando estas ciudades con un alto grado de espontaneidad (como sucede con toda urbe “viva”), nuevos marcos normativos y de acción deberán acompañar antes que prohibir, sobre todo con intenso desarrollo y ampliación de infraestructura.
Tanto en salud como en alimentación, debe propiciarse lo que podríamos denominar “oportunidad a lo pequeño”. En este momento, grandes centros hospitalarios tienen escasa flexibilidad y se han convertido en trampas burocráticas insufribles. El modelo de los “Hospitales de la solidaridad” permite la descongestión de esos grandes centros, descentralizando la atención, en especial la de tipo ambulatoria y de primera línea (incluyendo cirugías de baja y media complejidad).
Por otro lado, sin necesidad de imponer restricciones ni rigideces que atenten contra derechos fundamentales, se puede y debe interconectar la diversidad de establecimientos de salud pública (entidades estatales, privadas y mixtas) para atender emergencias de todo tipo. Debemos propiciar la “armonización de lo diverso”(*), contando con una ficha de salud única centralizada (tipo RENIEC) a la que puedan acceder y actualizar todo punto de atención conectado a la red. Tampoco debemos olvidar la enorme necesidad de instalar agua potable y alcantarillado permanente en zonas donde viven más de 10 millones de peruanos, quienes carecen de estos servicios o cuentan con ellos en forma restringida e ineficaz.
En temas de alimentación, podemos estimular distribución local de productos, tanto por el emplazamiento de negocios alimentarios -siempre uno cerca de todo agrupamiento poblacional, sea de víveres o de prêt-à-manger- como bajo la opción de delivery. Es importante que no haya sobrecostos significativos respecto de la opción dominante -hipermercados y centros comerciales- lo que puede lograrse con aplicación de tecnologías que aprovechen deseconomías de escala y un aprendizaje social desde la crisis sanitaria para contar, en lo posible, con recursos de distribución alimentaria con lógica local dentro de un radio de medio kilómetro. De este modo, en el gran sistema alimentario urbano, confluirían tanto “oportunidad a lo pequeño” como “armonización de lo diverso”.
Un tema transversal a todo esto es la formalización de actividades. Para ello, debemos tener en cuenta que partimos de una realidad innegable y no podemos caer en la ingenuidad, cuando no necedad, de pretender implantar estándares que corresponden a otras latitudes. Aunque esos estándares pueden usarse como un “faro” que nos indique hacia dónde debemos dirigirnos en el largo plazo, si forzamos su implantación hoy, estaremos generando más problemas de los que deseamos resolver. La mejor opción es Ir ganando progresivamente puntos de formalidad en un plan consensuado tanto con los actores directos de las actividades como con sus usuarios.
El otro extremo en referencia a pretender “estándares europeos” es definir soluciones temporales (insuficientes) que se hagan permanentes, fenómeno que es casi una plaga incontenible en nuestros países. No olvidemos que todo esto se dará en el contexto de un plan de recuperación económica en el que los emprendimientos jugarán un rol centralísimo, de modo que el Estado deberá buscar un equilibrio (difícil) entre un positivo pragmatismo y controles necesarios que no deben convertirse en derivas burocráticas indeseables.
Todo lo indicado líneas arriba debe llevarse adelante con una reforma profunda de la acción del Estado, uno de cuyos componentes hemos denominado “la nueva fiscalidad”. Todo impuesto que se fije a partir de hoy debe tener específicamente definidas las contraprestaciones eficaces respectivas a favor de los ciudadanos. De ese modo, tendremos un mecanismo al mismo tiempo de control y de participación consciente, activa e informada de quienes -como parte de su proceso de formalización- sean requeridos de adecuarse a un nuevo marco normativo y de pagar nuevos impuestos. Por su lado, siguiendo la misma lógica, toda acción de entidades estatales (creación de nuevas oficinas, contratación de trabajadores, realización de obras, entre otras), debe informarse convenientemente indicando los recursos que sustenten tal acción: impuestos, cobros a usuarios, préstamos institucionales y su fuente de reembolso, etc. No puede haber “nueva normalidad” sin su correspondiente “nueva fiscalidad”.
* Estas ideas provienen de recomendaciones que uno de nuestros maestros universitarios, el Ing° Eduardo Toledo González (QEPD) proponía en los años ochenta y noventa para el desarrollo de TIC, lo que hoy extrapolamos a la economía urbana.
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